Defensa de la poesía
 
Un poema es un secreto a voces. Está lleno de rumores y de entredichos, de pasillos desiertos y de ecos, de malentendidos más que de correspondencias. Lo que sucede en un poema está sucediendo en otra parte, aunque creamos estar seguros de que está tomando cuerpo o escenificándose frente a nosotros mismos. Por eso es convincente. Pero también por eso es engañoso.
 
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Defensa de la poesía

Pedro Serrano
 
 
Un poema es un secreto a voces. Está lleno de rumores y de entredichos, de pasillos desiertos y de ecos, de malentendidos más que de correspondencias. Lo que sucede en un poema está sucediendo en otra parte, aunque creamos estar seguros de que está tomando cuerpo o escenificándose frente a nosotros mismos. Por eso es convincente. Pero también por eso es engañoso. Percibimos que sucede aquí, junto a nosotros, casi al oído, pero cuando queremos asirlo está en otra parte o nos dice otra cosa. A un poema nunca hay que creerle del todo. Tratamos de entrar en sus mecanismos sabiendo que nos oculta información, y al mismo tiempo nos resignamos a ello. Pues esa información que nos oculta es precisamente lo que nos permite acceder a él. O más bien al revés. Esa información que falta es con lo que el poema se apropia de nosotros. Al leer un poema que nos convence sentimos que ya habíamos estado allí y que lo que sucede en él ya lo conocíamos. Al releer ese poema vamos con la seguridad de su rítmica, su juego silábico y su desarrollo conceptual, a tal punto que a veces hasta los sabemos de memoria. Pero eso que sabemos es falso. Recorremos la pauta clara de las indicaciones gramaticales, que por supuesto conocemos, las palabras que indudablemente sabemos, las imágenes que hemos desentrañado, y de repente nos damos cuenta de que todo ha cambiado, de que no sabemos nada. El poema toca otras teclas de nuestra memoria y la melodía sabida y hasta consabida se aferra a núcleos que no conocíamos, despliega otras intenciones en nuestra mente, nos hace perder pie y dar una voltereta donde pensábamos que era terreno llano. Un poema nunca dice lo mismo. Si lo dijera, no tendría sentido volver sobre él. Lo que hace es desgarrar los seguimientos del sentido y las coordenadas de lo que sabemos. Y lo hace tan bien que paradójicamente, en el mismo movimiento con el que el poema se apropia de nosotros, asentimos con la cabeza creyéndonos poseedores de su verdad. Una verdad, pensamos además, nuestra, que el poema ha tenido la gracia y amabilidad de hacernos presente. Tal inocencia sólo se explica porque precisamente la gracia y la amabilidad son condiciones imprescindibles cuando se quiere engañar a alguien. ¿De qué le puede servir a un poema coincidir con nosotros? En el momento en que eso suceda el poema se agotó. Sin embargo, nosotros seguimos tan contentos, pensando que el poema nos ha devuelto nuestro propio ser. En realidad nos ha esquilmado totalmente. Lo cual no está mal, ya que lo que un poema hace es exponer la falsedad de tal ser, de tal identidad, de tal convicción. Al final nos deja desnudos, solos con lo que creemos que es nuestro poema o nuestra identidad, pero en realidad apropiados por él.
 
Pedro Serrano