No. 97 / Marzo 2017


Especiales


Informe sobre la Ciudad Sitiada
 
Incorporada a todas las lenguas que existen, vive la memoria de la guerra. Bajo la piel de cada una se han fabricado armas. En todas, los vencedores marchan sobre los huesos de las palabras.

Nada es más estridente que el ruido de las balas, cuando el viento enreda entre las ramas, mientras la luna sigue su curso apocada. Mientras un niño se cubre el rostro con las manos, una mujer borda vestidos de novia, aúllan los lobos y un pequeño candil echa humo. En cada lengua, hay un niño sobre la azotea cuando pasan los aviones, y son arrasadas casas y azoteas. Retumba un coro cacofónico de balas sobre un fondo distante de palabras. Parten los expedicionarios de las balas. A veces también regresan. Parten para convertirse en el marco de una foto colgada en la pared del laberinto de la lengua.

El recuerdo de la guerra duele más que la crónica de sus acontecimientos. Los poetas no tienen vía de acceso al juego del poder; jamás la quisieron. Los poetas sienten la carne viva del hombre. Cada guerra hace que despierte la memoria de todas las guerras de la Humanidad.

Mohsen Emadi

 


1
Itsuko Ishikawa: Una niña

Una niña sigue sentada fuera, expuesta
incluso en un día de otoño, y en el solsticio de invierno
la nieve cae sin cesar
acumulándose en el cabello oscuro de la niña, y en sus rodillas

 
Muy al sur, lejos de tu tierra natal
¿has quedado atrapado en un bombardeo, o muerto de hambre
o has sido engañado y llevado a un ”centro de comfort” en China
y abatido por soldados del Ejército Imperial Japonés por resistirte
o has contraído allí una enfermedad venérea, que te hizo sufrir y morir?

Ellas no eran ”mujeres comfort” sino esclavas sexuales

Aquellas que sufrieron y sobrevivieron
han pasado por dificultades, incluso después de la liberación
Harumoni* –niña un tiempo pero adulta ahora
viendo los vestigios de su juventud
tocando con sus manos, sacudiendo suavemente la nieve del cabello de la niña
Frente a la embajada japonesa en Seúl
las niñas continúan sentadas en silencio
abrazadas al dolor y la rabia de otras doscientas mil víctimas
a sus pechos suaves
continúan sentadas

Una niña icónica
sus ojos siguen abiertos
mirando los innumerables atropellos a las niñas
de todo el mundo
ella continúa sentada
en la nieve

Mientras escribía un libro llamado Las niñas que se convirtieron en mujeres comfort, visité Corea del Sur. Allí, la Profesora Yun Chung-Ok, entonces presidenta del Consejo coreano en favor de las mujeres reclutadas para esclavitud sexual militar por Japón, me presentó tres Harumonis (víctimas de esclavitud sexual) en la Casa de Sharing*, y pude escuchar sus dolorosas historias.

Desde entonces, he conocido a otras víctimas en persona. Algunas de ellas han muerto ya. Cuando escribí este poema, lo hice pensando en sus rostros.

Creo que el desprecio por las mujeres podría conducir a la guerra.

Hay manifestaciones frente a la embajada japonesa en Seúl cada miércoles. Están organizadas por las víctimas y sus simpatizantes, y exigen una disculpa oficial del gobierno japonés. El 14 de diciembre de 2011 se concentró la manifestación número 1000 pero aún no ha habido ninguna disculpa ni restitución. Por este motivo, se colocó la "Estatua de la Paz" frente a la embajada japonesa en Seúl.

En este monumento, hay una niña descalza vistiendo un Chima jeogori,* sentada en una silla tranquilamente. Y cerca de ella hay una silla vacía. Este poema vino a mi mente mientras observaba una fotografía del monumento.

Itsuko Ishikawa, nacida en Tokio en 1933, es una poeta japonesa. Ha ganado el Premio Mr. H, el galardón más respetado concedido a poetas, por su antología Wolf/Us. Publicó una revista llamada Pensando en Hiroshima y Nagasaki durante cerca de tres décadas (1982-2011); la revista fue premiada con la decimoquinta edición del Premio Cultura de Mujeres. Es autora de diversos libros, entre los que se incluyen Sea of Rongelap (2009), Note of Osahito: Ghost Story About the Shadow of the Meiji Restoration (2008), Have You Been to Chidorigafuchi? (2005) (ganador del onceavo Earth Prize), Japanese Wars and Poets (2004), I Turned to Ash: Do you Know the Depleted Uranium Bomb? (co-escrito con el Dr. Hiromi Misho, 2004), Girls Who Were Turned Into Comfort Women (1993), e Hiroshima: The Voice of the Dead (1990).



* Harumoni – en coreano, ‘abuela’
* Casa de Sharing (나눔의집) es una casa comunal donde las víctimas de esclavitud sexual militar viven con voluntarios. Se encuentra en la ciudad de Gwangju, provincia de Gyeonggi, en Corea del Sur.
*El Chima jeogori es una vestimenta femenina tradicional de Corea.

 


2
José Manuel Caballero Bonald: La guerra

La guerra es un disparate, una especie de desorden general. Después de tantos siglos de luchas, las grandes creaciones de la literatura universal son libros dedicados a la guerra, desde los libros sagrados hindúes a la Biblia, el Antiguo Testamento sobre todo, y luego la Ilíada y la Odisea. Todo son guerras, la descripción de guerras, de gente matando a gente. Y esto realmente es un despropósito. Si se piensa en frío parece que nadie puede explicarse realmente que la guerra siga existiendo, que haya la posibilidad legal, entre comillas, la posibilidad legal de que gente mate a gente. Y esto me parece que sigue siendo un desastre del desarrollo de la humanidad. No nos hemos desarrollado suficientemente como para evitar que las guerras sigan produciéndose. Yo era muy niño cuando empezó la guerra. Tenía ocho o nueve años y cuando terminó tenía 12, así que los recuerdos míos son vagos. Pero sí tengo una serie de hechos concretos que se han quedado grabados en mi memoria, por ejemplo asomarme al balcón de mi casa y ver un muerto tendido en la calle sangrando, esa es una imagen imborrable, de alguien a quien le habían disparado. Más que de la guerra, porque yo era un niño de la guerra, casi me gusta más decir un niño de la República que también vivió la Guerra Civil. Pero me gusta más considerarme como un adolescente de la posguerra. Los primeros adolescentes de la guerra fueron la gente que tiene mi edad. Eran el grupo poético o el grupo literario del 50. Y lo peor fue la posguerra, la venganza, la lucha, la violación de los derechos, la persecución del vencido hasta la muerte. Eso fue la atrocidad de la posguerra que sigue siendo, todavía, una materia que se ha quedado en el aire sin justificar. No ha habido un tribunal que juzgara esos crímenes atroces, no en la guerra, sino en la posguerra, me refiero, sobre todo, a la persecución del vencido, del que no pensaba igual que el vencedor, a esa persecución hasta la muerte. La guerra es un telón de fondo que aparece en mi obra literaria constantemente. No hay ningún tema específico vinculado a la guerra salvo algún poema, pero generalmente lo que yo he hecho siempre es usar la memoria. La memoria es para mí el factor desencadenante de la acción literaria. Si yo no tuviera memoria, yo no podría escribir. Yo escribo a partir de esa memoria, modificando los recuerdos, de acuerdo con las necesidades de la continuidad narrativa o del poema. Pero en todo caso es mi memoria la que actúa siempre. Y en ese sentido toda mi obra está inundada de ese recuerdo de la guerra. Las novelas, muchos poemas, y en todas las novelas hay siempre alguien que ha vivido la guerra, alguien que ha padecido la guerra. Alguien que ha luchado en la guerra y las consecuencias de esa lucha. En fin, siempre ha habido problemas vinculados a la Guerra Civil, de una manera inexorable.

José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926). Escritor español cuyas poesías y novelas se caracterizan por el barroquismo y un cuidado perfeccionista del lenguaje. De madre francesa y padre cubano, estudió letras en Sevilla y durante años desempeñó el cargo de profesor de literatura española e hispanoamericana en la Universidad Nacional de Colombia. Poeta y novelista, además de investigador folclórico, en este último campo escribió valiosas monografías sobre música popular y dirigió un archivo de grabaciones.

 


3
Clara Janés: A propósito de la guerra

A finales del siglo XV, el gran boceto en bronce del caballo en homenaje a Fracisco Sforza, realizado por Leonardo da Vinci, era fundido por las tropas francesas para hacer cañones. El mismo Leonardo, a propósito del caballo y de las continuas interrupciones en su trabajo a las que le sometía Ludovico el Moro, acaso presintiendo algo, le había escrito: “haz lo que te parezca, que cada cosa tiene su muerte”. Ni la idea de una obra de arte transformada materialmente en arma, ni la del empleo directo de la obra digamos un poema como elemento de lucha, apareció en mi mente en mis primeros años y, sin embargo, vi la luz en 1940 en el seno de una familia de artistas, y giraban en torno a mí incesantemente conversaciones sobre la guerra.

Desde que nací, y antes de tener consciencia de ello, supe de los bombardeos, las denuncias, los asesinatos a traición, y del empleo de excusas políticas para venganzas personales. Desde que nací oí hablar de la falta de alimentos, del pan negro, de la escasez de azúcar, de las caminatas de horas a pie llevadas a cabo por mis tías corriendo todo tipo de riesgos para traer a casa, desde un pueblo, frutas y verduras, sin saber si lograrían regresar. Desde que nací oí hablar de las situaciones de emergencia, de los campos de concentración, del exilio y de que mi padre había sido encarcelado y condenado por uno y otro bando y que, siendo un hombre de cultura, tenía amigos en ambos lados y éstos lo liberaron. Desde que nací, pues, unida al la barbarie humana y la peor crueldad, me llegó ese concepto de una amistad a toda prueba que indicaba que en el hombre se daba una faceta salvadora.

Cuando empecé a tomar consciencia de algunas cosas, quizá alrededor de mi primer año, se fue dibujando en mi mente la realidad del dolor. Aquello a lo que aún no podía dar nombre, la vida, pero intuía lúcidamente, era dolor donde también era posible una amistad victoriosa ante los peores obstáculos, que en mi mente se configuraba como una forma de compasión. La incipiente línea a seguir, que se esbozaba en mí, se parecía, como consecuencia, a una voluntad de aplacar el dolor del otro.

Había, sin embargo, otras cosas que también fueron pasando a mi mente desde que nací, así la música, la alegría de unos jóvenes bailando, un fascinante rayo de luz que entraba por la ventana y se descomponía en infinitos puntos…

¿Cómo se compaginaba esto con los relatos de los bombardeos y las traiciones? Del mal y el bien, y su convivencia contradictoria, oí hablar igualmente en los primeros días, y acaso éstos fueron los dos conceptos, que se constituyeron, para mí, en sustrato donde lo demás crecía. Poco a poco, aquella línea a seguir se afianzaba, marcada, desde luego, por la compasión, la misericordia.

Rosa Chacel, con su brutal lucidez, escribió: “¿Dónde está el mal?… Hay que reconocer que probablemente está en la libertad. No hay por qué asustarse: si el mal está en algún sitio, sólo en la libertad puede estar.” Rosa Chacel perteneció a una generación, la del 27, llena de optimismo y de fe. Ella creía firmemente en la voluntad humana, aunque creía con la misma fuerza, en los avances de la ciencia. Pero fue Einstein el que afirmó: “La voluntad humana no es libre [...] todo está determinado por fuerzas sobre las que no tenemos control”. Ésta fue también mi intuición desde la infancia, una intuición a la que no eran ajenas aquellas conversaciones oídas antes de que se despertara mi conciencia. Hoy me lo confirma, entre otros, Erwin Schrödinger cuando escribe: “La vida es valiosa en sí. 'Respetad la vida' así formuló Albert Schweitzer el mandamiento fundamental de la Ética. La Naturaleza no reverencia la vida. La Naturaleza trata a la vida como si fuese la cosa menos valiosa del mundo. Parte de la diversidad millonaria producida se aniquila rápidamente en forma de presa para alimentar otra vida. Éste es precisamente el método maestro para producir formas de vida siempre nuevas. '¡No torturarás, no inflingirás penas!' La Naturaleza ignora este mandamiento. Sus criaturas dependen de la atrocidad de una contienda eterna.”


Mirar cara a cara esta verdad me impulsa a rechazar la existencia en la tierra, pero algo me retiene, acaso lo que expresa Valdimír Holan en su poema “A los enemigos”:

Ya estoy harto de vuestra bajeza, y si no me he matado
es sólo porque no me he dado la vida
y porque amo a alguien todavía…

Clara Janés Nadal (Barcelona, 6 de noviembre de 1940) es una escritora española que cultiva numerosos géneros literarios, destacando como poeta, y que se distingue como traductora de diferentes idiomas centro-europeos y orientales.

De entre los galardones que ha recibido, destaca el Premio Nacional de Traducción que obtuvo en 1997 por el conjunto de su obra.

Desde 2015 ocupa la silla «U» de la Real Academia Española, siendo así la décima mujer elegida miembro de la RAE. Realizó su discurso de ingreso en la RAE en junio de 2016 con "Una estrella de puntas infinitas. En torno a Salomón y el Cantar de los cantares."

 


4
Lyn Coffin: Aria de Ned

I

porque la guerra estaba sucediendo en algún lugar no pudimos comprar mantequilla de verdad así que Mamá compró un brick de grasa grande y blanco con un punto rojo en el centro y mi trabajo fue poner los pulgares en el punto rojo y apretar hasta que el brick se volvió amarillo En la escuela nos escondimos bajo los pupitres cuando oímos sirenas porque si las bombas atómicas caían sobre nosotros aún estaríamos a salvo bajo los pupitres siempre y cuando no comiéramos los restos resecos de chicle allí pegados pregunté si la gente que hace las bombas había hecho los chicles y nadie contestó pero ya estaba acostumbrada a eso ya estaba acostumbrada a no ser escuchada no ser feliz y no ser dañada

II

siendo Americanos e ignorantes mi esposo y yo tomamos un autobús de Dublín a Belfast y llegamos de noche todo el mundo incluso el conductor huyó tan pronto como el autobús paró dejando la puerta abierta allí se habían tapiado edificios por todas partes y oíamos disparos no muy lejos éramos extraños en pánico en una ciudad extraña en pánico volviéndose más oscura cada momento y vi por encima del cielo pinchado HOTEL INTERCONTINENTAL y fuimos hacia él como los camellos hacia la estrella que nos llevó a un oscuro laberinto de entrada torcida y túneles improvisados de madera contrachapada deshecha y dos veces nos tropezamos por delante con hombres armados salimos de la oscuridad y nos registraron por la fuerza y nos dijeron que siguiéramos caminando y lo hicimos y llegamos a la luz actual al final del túnel actual y una gran puerta de cristal empujó nuestro camino a un gran pasillo de cristal con una gran lámpara araña de cristal y una banda tocando Stardust en otra habitación y un letrero de bronce nos informó: “LOS CABALLEROS LLEVAN CORBATAS”. Así que la guerra que yo recuerdo es la guerra que nunca llega Y una guerra que nunca llega es siempre de alguien.


Aria de Ned
una sextina rimada

Comienzos, sí. ¿Pero quién sabe cómo van a terminar las cosas?
Como un niño con fiebre, cantando en mi cama enfermo cada día,
no lo hice. Ni tampoco mi madre costurera, obligada a doblarse
todas las noches sobre su propio regazo, mordiendo hilo
mientras cosía. Ella dijo, “la verdad no está en el vino,
o en la canción. Si tú buscas la verdad, debes divinizar

ésto bajo el agua, con un palo, no tratar de definirla
como tuya, pero la única verdad que vale la pena conocer, la aprenderemos al final”.
Mis profesores de la escuela dominical no se limitaron
a sí mismos a la verdad: “Cantar en la mesa, cantar en la cama”,
me dijeron. “El Diablo te cogerá cuando estés muerto”.
Realmente pensaron –pensé, más bien– que Dios enviaría
cantantes de canciones de amor al infierno. Pero mi camino tomó un brusco giro
en el instituto, cuando mi profesora de arte alabó “la Romántica, divina
Fragonard…” Dijo que el Clasicismo estaba colgando de un hilo,
su chica oscilante, su medio zapato, marcó su fin,
colgué un poster de esta chica sobre mi cama:
casi podía escuchar su canto. Algunas noches, podía soñar su magnífico

día azul, su amante, su post-mundo, era mío–
¡Me giré hacia el cielo en una canción! Pero el sueño terminaría
en la culpable luz del día, mis sábanas a los pies de la cama…
Mamá dijo “Necesitas fechas, Carolyn– una línea de fiesta cocktail.”
Sus palabras vagaban. Cuando finalmente halló el fin profundo
de su vida, su mente se inclinó, y un poco el hilo

de sus pensamientos. Ed, mi profesor de canto dijo
“Tu voz es desesperanzada, y te quiero”. Ned bebió mucho vino,
pero tejió mi nombre en un aria. Se convirtió en mi amigo,
mi confidente, mi amante. El curso escolar llegó a su fin,
y Ned no tenía trabajo. Se emborrachó y consiguió un buen
día del Trabajo— Nueve meses después, su última carta dijo

“La música oculta la verdad”. Cuando estoy tumbada en cama
algunas noches, el aria que Ned reescribió para mí empieza a enhebrar
su camino a través de la oscuridad de mi mente como una vid musical.
El tic tac del reloj es un metrónomo, entonces, no una mina.
Escucho su canción de amor llegando de más allá de la curva,
“Car-o-lyn ben, Cre-di-mi al-men.”

Una espada pende de un hilo sobre la cama
que llamo mía. Espero que nuestros espíritus se fundan en la misericordia
como música en el final: es una esperanza que saboreo como el vino.

Lyn Coffin (12 de noviembre de 1943) es una poeta americana, escritora de ficción y teatro, editora y traductora. Coffin nació en Long Island, New York. Es graduada Phi Beta Kappa por la Universidad de Michigan en 1965. Mantiene un M.A. (Asistente Médico) y un M.S.W. (Trabajadora Social de Medicina) por la Univerdidad de Michigan, y un M.A.T., Master en Enseñanza Artística, por Columbia. Tiene un doctorado honorífico por la Academia Mundial de las Artes y la Cultura (UNICEF).
Sus obras han sido representadas en teatros de Malasia, Singapur, Boston, New York (Off Off Broadway), Detroit, Ann Arbor y Seattle. Ha dado recitales de poesía con los ganadores del Premio Nobel Joseph Brodsky, Czesław Miłosz y Philip Levine, entre otros.

 


5
Manuel Martínez Forega: Carta a Lola Walquiria

Han pasado veintitrés años, Walquiria. Te llamaba así, o Lola, y siempre lo hacía para mis adentros. Porque, claro, como verdaderamente me gustaba llamarte, y reconocerte, era mamá. Mamá; nunca Madre (como escuchaba a los niños de mi generación llamar a “su” madre). Y tú me decías que era un préstamo francés, que “mamá” era un préstamo francés. A mí Francia me quedaba muy lejos entonces, pese a que algunas veces me describías la Tour Eiffel, incluso me la mostrabas en alguna fotografía. Yo te llamaba Walquiria, o Lola, cuando me encerraba en mi habitación en esos momentos en que te empeñabas en hablarme en alemán, o en valenciano, cada mañana, frente a la taza de café caliente y humeante (nunca me alteró el café, y es seguro que se debía a que tú, amantísima del café, lo preparabas en sus dosis justas, una dosis para niños) poco antes de ir al colegio, cada mañana, poco antes de ir al colegio. Yo escapaba a toda prisa y me encerraba en la habitación porque no te reconocía en esas lenguas extrañas; me horrorizaba oírte hablar así; no eras tú. Siempre pensé después en lo imbécil que fui. Pero entonces esas lenguas me parecían monstruosas. Tu castellano, en cambio, era dúctil, armonioso, lleno de palabras muchas veces oscuras cuyo significado me fue revelado con el tiempo, porque nunca reparaste en mi edad para adornarte y embellecerme con el lenguaje. Aquel castellano salía de tu boca como agua tibia arrojada por una pendiente aérea gradual acariciando y posándose en mis pabellones como un bálsamo. Estaba llena de trenes con carbón de Ojos Negros, de puertos, de mares valencianos, de huertas castellonenses, de guerras, de pérdidas, de amores rotos, de incendios, de hospitales de campaña, de soldados heridos en la batalla, de naranjos, de Sorolla y de Blasco Ibáñez, de barracas y paellas, de embajadores, de personalidades (como el doctor Marañón o Alfredo Juderías) de aquellas épocas para mí lejanas, de viajes exóticos con sus nombres todavía más exóticos cuya geografía fui descubriendo más tarde en los Atlas del colegio. Jamás te dije que fui buscando esos nombres que me citabas y que ese afán me educó haciéndome un experto en la toponimia mundial. Tu tragedia la comprendí muchos años después. La guerra, la guerra siempre. Primero, aquel cónsul alemán de Valencia (Wolfgang Böll), llamado a capítulo por Hitler en febrero de 1936 y fusilado a la postre. Wolfgang, intuyendo el peligro de aquella consulta que lo llevó hasta su país, dejó a su familia en Valencia. Su hijo Wolfi, pintor precoz y pianista, pasó a ser tu protegido en casa de los Böll, donde serviste como enfermera. Guardo la acuarela que Wolfgang Böll hijo pintó para ti y que me cediste. La conservo en su marco original; representa un castillo, probablemente alemán, con torres redondas cubiertas y un patio cuadrado, con un foso frontal. Aquella muerte de Wolfgang te conmocionó, mamá; me lo decías siempre, aunque todavía no te habías enfrentado a la más terrible. Nunca me dijiste su nombre y nunca me dijiste por qué (tampoco yo lo pregunté, quizá no queriendo que su sóla cita despertara en ti el eco inefable de una memoria tan dulce como acorralada por la tragedia): tu primer marido, capitán del ejército rojo de Valencia, murió en el frente el mismo día que Lorca, al calor de la tarde, un 18 de agosto de 1936. Te habías casado con él en junio de ese mismo año. Vi la fotografía, ataviado con su gorra de capitán, con tres estrellas de seis puntas. De un tajo la dicha cayó en la trinchera, mamá, y entonces, más arrebatada que la propia intrahistoria de este país desbordado de levantamientos y asonadas, te fuiste también al frente, entre balas, bombas aéreas y obuses, como enfermera de campaña. ¿Cuánta sangre ajena entre tus manos, mamá? Una de vivos; otra mucha de muertos, de aquellos que todavía no entendían muy bien por qué les había pasado a ellos: a mí, a aquél, a ése; que qué había hecho para que esa bala o esa metralla se la alojara en el pulmón, en el estómago, en la garganta… Ya sin voz los desmembrados, mudos por el horror, o ciegos los enteros, absortos en una luz que se perdió de súbito, pertinaces en su búsqueda inútil. Así me relatabas el pavor de un frente de guerra. Cuando ésta acabó, mamá, todavía tuviste tiempo de rescatar unos libros de la biblioteca republicana de Paterna. En ellos comencé a leer sin orden, pero sí con concierto. Lo recuerdo ahora otra vez (lo he recordado tantas…) y te lo digo aquí, en este poema:

Biblioteca republicana

En aquellos libros no era yo.
Eras tú, la salvadora del fuego,
la enfermera ignífuga
que combatió con su pecho
el lanzallamas del general
de una brigada de espectros.
Luego fui yo enteramente en sus páginas
con el sello de la derrota tonsuradas.
Fuiste tú para mí; guardaste Imán,
Cárceles de mujeres, Safo, Manon Lescaut,
Rojo y negro, El cerco de Maguncia,
Los miserables, Oliver Twist, El contrato social,
El mercado, La miseria de los zapatos,
Marianela, Cleopatra Pérez,
Marinero en tierra…
para el aún no nacido.

Manuel Martínez Forega (Molina de Aragón, 1952). Es poeta, ensayista y traductor. Ha publicado una treintena de títulos de esas disciplinas y obtenido algunos premios de poesía y traducción. Fue finalista del premio nacional de la crítica en 2009 con Ademenos. Sus traducciones han dado a conocer en España la poesía de André Pieyre de Mandiargues, a los poetas checos František Halas y Josef Kostohryz y los ensayos de Ariel Kyrou. También tradujo a Vladimír Holan. Preparó la edición antológica 20 poetas aragoneses expuestos para la EXPO 2008; ha editado, introducido y anotado la edición europea de Toda la luz del mundo. Minimal love poems de Ángel Guinda. Y ha traducido, introducido y anotado la única edición castellana canónica de Monsieur Teste de Paul Valéry. Fundó algunas colecciones de poesía como “La Gruta de las Palabras” de Prensas Universitarias de Zaragoza y “Cancana” y “Libros de Berna” de Lola Editorial. Figura en unas cuantas antologías españolas de poesía y está traducido al checo, ruso y búlgaro.

 


 6
Ángel Guinda: Guarra Guerra

El vino rojo es la sangre de la guerra que yo bebo en el cráneo de Goya. Bajo todas las tierras de la guerra la hiel echa raíces, los ojos se hacen fieros alaridos y los brazos del infierno se alzan hasta el sol. Lluvia de pólvora y mareas de metralla sobrevuelan las tierras de las guerras. Bajo sus cielos aterriza la muerte.

No conozco la paz: llegué tarde a la guerra, al brillo y al fragor de sus batallas.

El vino rojo es la sangre del dolor. El dolor que me lleva a cada guerra, sangre contra sangre derrochada. Pero la guerra está en aquella sangre, en esa sangre, en esta sangre, en todas las sangres: porque la condición humana es miserable, es la hemorragia de la aniquilación, el llanto de cristal de los niños abrazados al vacío como si fuera una madre.

La condición humana traga sangre, escupe sangre, bebe sangre, vomita sangre. La guerra estalla dentro de nosotros en cada gesto y en cada momento de soledad impuesta, de indiferencia, de desprecio, de insolidaridad, de abandono, de adiós, de adversidad, de silencio ensordecedor, de grito mudo, de maldad.

Como una inabarcable manada de caballos salvajes, batallones como olas borrachas se dan cabezazos contra los acantilados abriéndose la frente: así la guerra. Desenfrenados vientos de escuadrillas hincan sus dentelladas en las tinieblas derribando árboles a su paso: así la guerra. Y la barbarie avanza, avanza como una jauría de odio ladrando al suelo, al aire, a las nubes, a las estrellas, apartando la luz, apartando las sombras, apartando casas, abrazos y banderas, igual que el fuego aparta las montañas, ese fuego furioso que secaría el mar.

Aunque no sólo arrasan las armas convencionales y las armas químicas. Otras armas destruyen el espíritu: el fanatismo, las palabras vacías y estériles, la apisonadora de la realidad, el eclipse del misterio, la incultura, la información engañosa, la desinformación, negar asilo al perseguido, el espionaje, la dictadura.

¿Con qué armas incruentas podremos guerrear contra la guerra?

Ángel Guinda Casales nació en Zaragoza el 26 de agosto de 1948. Es coautor de la letra del Himno de Aragón junto a Ildefonso-Manuel Gil, Rosendo Tello y Manuel Vilas. Durante su trayectoria también ha sido traductor, ha publicado artículos sobre arte y literatura en diversos periódicos y revistas de tirada nacional, y editor, fundando la colección Puyal de poesía en 1977 y la revista Malvís en 1988.

Entre sus últimos libros publicados figuran Espectral, (Rigor vitae), Materia del amor, Leopoldo María Panero. El peligro de vivir de nuevo, Catedral de la Noche y La experiencia de la poesía. Fue galardonado con el Premio de las Letras Aragonesas 2010, en reconocimiento a su trayectoria de creación literaria. Con Espectral y Caja de lava fue finalista de los premios de la Crítica (2011) y Nacional de Poesía (2012), respectivamente.

 


 

7
Nuria Ruiz de Viñaspre: Caballo Rey o la Canción de la Tierra Renovada

caballo de dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros
caballo de dios que quitas el pecado del mundo, danos la paz

Él será el rey noble del Nuevo Mundo. Porque tiene cara de mujer transfronteriza. Porque no mira por encima de sus hombros de adentro, ni tampoco por encima de los hombres de afuera. Porque puede zafarse con girados vientos de la humilde crin de sus ojos. Porque va desnudo y se suelta al aire… Y porque aun sabiendo que será rey desbocado del Nuevo Mundo, este Agnus Dei se sume con terso sudor en la depredadora vida.

Yo de pequeña quería ser bailarina. O caballo. Para que mi cuerpo fuera desembocadura, lágrima, sudor o prado ancho. Un cuerpo que conmoviera los arcenes de ese prado. Para que las pulsiones de dentro fueran vibración, hueso, músculo, corazón y tendón ahí afuera. Un caballo-nana donde tenderme césped a la convulsión humana y no caballo-sacrificio en este temblor de guerras y cenizas. Fisiológico fin de nuestra filosófica carne.

Ahora soy mayor y sueño debilitada muerte— con ser bailarina desvalida. O caballo minusválido. Y le pido al músculo, a balazos muerto, que se mueva elegantemente. Que haga cosas que le fueron propias. Restablecer la razón y rezar a esta mano que matar-nos mata. No empuñar un arma ni para retirarla. Ni lanzar la ira al vecino de un establo inhabitable. Sueño ya debilitada muerte desgastarnos amorosos en casas atmosféricas y no esquivando en la trinchera esa otra bala que hiere y desparrama carne. Bailarina o caballo y no contienda ni trabuco.

La Tierra es un Réquiem perpetuo. Sepulturero de un temblor de músculos. Un galope en la laringe. El resumen sinfónico de todas nuestras lamentaciones. De los muros levantados. Una división sanguínea donde ninguna sangre es común a otra. Y desangra cortinas de sangre envenenada. Inconclusa y atonal oración a los caídos fusilados, cercenados, separados, descosidos y explotados. Un misa gratuita de difuntos, bailarinas y caballos. Un cuerpo a tierra que no tiene nada de Canción de Tierra mahleriana.

Mientras, allá, en el horizonte, la sombra de un manzano cimbrea una piel equina y el suicidio de un mechón. Veo un fruto desprendido que le cosquillea la espina y le salva. Es la nueva flecha. Un nuevo pesebre de ignoradas urbes donde purgar la existencia de nuestra sentencia y su desahucio. Tamicemos el manzano de pecados capitales para que esa tersa crin sea nuestra penitencia en vida.

Que las moscas nacieron para ser comidas por arañas y los hombres para ser comidos por la pena, ya nos lo dijo Voltaire. Renovemos esta Canción de la Tierra.

Nuria Ruiz de Viñaspre nació en Logroño en 1969 y estudió Magisterio en Valladolid, ciudad donde reside. Es autora de los poemarios El mar de los suicidas y otros poemas Desiderium o el dolor de lo ausente, ha publicado parte de sus poemas en diversas revistas literarias como Argaya y Alambique, y las electrónicas Letralia, Uñas negras y Ángeles o demonios. En 2004 obtiene el XX Premio de Poesía de Ciudad de Tudela y desde 2014 dirige la colección eMe - Escritura de Mujeres en Español en Ediciones La Palma.