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No. 97 / Marzo 2017


Eugenia Straccali
(Buenos Aires, 1970)


Ninfas
(no musas)


Eurídice le cuenta a Orfeo

Lámparas en la oscuridad…
Te cuento:
era una práctica común
entre los primeros
egipcios, griegos y romanos
sellar
los sepulcros de sus muertos
con lámparas encendidas
como una ofrenda
al Dios de la Muerte

Lámparas encendidas en mí…

… se creía que
el difunto
podría usar estas luces
encontrando su camino
a través del Valle de la Sombra.
Luego,
cuando la costumbre se estableció,
no sólo se enterraron con el muerto
las lámparas reales
sino también miniaturas
en terracota.
Algunas de las lámparas
eran colocadas
en vasos redondos
para protección;
en ciertos casos
el aceite original
que se encontró en ellas
estaba en un perfecto estado de
conservación después de
dos mil años

Lámparas como luciérnagas mágicas…

… hay muchas pruebas de que
estas lámparas estaban ardiendo
cuando los sepulcros fueron
sellados
y todavía
estaban encendidas
cuando las bóvedas
se abrieron
centenares de años después
¿es posible que
los antiguos sacerdotes
fabricaran lámparas
que ardieran,
si no indefinidamente,
al menos durante
largos períodos de tiempo?
¿qué pensás?
¿me escuchaste?

Lámparas de luz ámbar prendidas en la eternidad…




Miranda
(la que nunca fue ninfa)

Me siento aquí abierta a los cambios psíquicos,
Donde somos arrojados desde la edad de hielo
A las ráfagas de la primavera, torrentes repentinos
De lluvia como lágrimas atravesando el acero.
Es todo lo que puedo hacer para quedarme aquí atada
May Sarton

 

I. Ella mira
No recuerdo a nadie de mi sexo
dije alguna vez a mi padre al comienzo, en la isla…
Después
me quedé
en un lugar elevado,
balcón de espera
desde el que es posible contemplar
un paisaje extenso y escribir
en el tiempo de Kairós:
sobre la montaña
hay rebaños entre las piedras
allí sueño con ese país de viento furioso
donde la angustia
contra un muro de violetas
refugia a una sola mujer, a mí
cuya oblicua mirada es una pena infinita.

II. No mira
Nunca uso la palabra piel en un poema
(es un exceso del lenguaje esa palabra)
y según dicen nombro demasiado
a las constelaciones que no habito
que dibujo tal vez
en los márgenes salidos de la hoja
porque en la eternidad por los astros
se pintan a través
de las mirandas del sudeste
los espejismos del amor
aún
difuso
que fue poco a poco
concretándose a medida
que acomodábamos los ojos
a la opaca lejanía.

La que espera ser mirada.
La que es digna de ser vista.
La que nadie vio nunca.

III. Ahora Miranda
El tiempo es de Aión:
escucho rugir otra vez las olas salvajes
¿no pudiste aplacarlas?
Belleza hundida
en un espejo cóncavo
que me deforma
cubierta de algas
la espalda te vi:
desde el cielo tirando ángeles
con alas quebradas.
Si acaso el mar mensajero,
incendiado
de mí
y vos
elevándote
hasta allá
o acá… no sé
no me salpicaba con su fuego.
¡He sufrido con los que veía sufrir!
Estoy mirando:
¡Un buque,
que encierra fantasmas y criaturas,
todo en mil pedazos!
Este naufragio tiene espectadora…
sus gritos hallaban eco
pero como siempre estoy
en la historia de otro.
Y ausente del instante
en que sus almas perecieron.
Encontré los huesos de los náufragos, más tarde
debajo del follaje
ya eran plantas con flores
ya eran pájaros los muertos.
Si al menos hubiera dispuesto
del poder de una diosa menor
habría replegado el mar en la tierra
antes que el navío se sumergiese
con su cargamento de hombres taciturnos.

IV. Mirar
Una cara tuya
amor
que aparece.
No recuerdo mis facciones dije
soy otra
soy pez
después de haber absorbido
la sal hasta morir en tu regazo
sobre las tablas
perdí la inocencia de la poesía
despedazados
como sombras ahogadas
entre la espuma
son los contornos de los archipiélagos
pero en esa misma isla capturamos
lo que quedaba de esa vida acuática.
Subida estoy,
en el borde
de esa pequeña casa
de troncos agujereados
ahumaste carne
y el vino brotó de mi boca.
No hay otros senderos
que lleven al río— dijiste
escuchamos todo, de lejos
antes de dormir
por el techo
se ve siempre la estela
de una luz muy breve
por un agujero del tronco
y somos final
me miraste
esta historia es la mía
creo
siempre Miranda
aunque no haya bendición de Juno
vimos tantas muertes
hasta las nuestras
y entre la espesura
apareció Saturno
y nuestros ojos
páramos ya
¿qué vieron?
¿qué están mirando?
Hay otra barca flotando
por si quiero irme te dije
necesito ser fugitiva
a veces
hay animales
bebiendo de tus manos
¿No los ves?
No, no lo ves
ya lo sé

V. Viendo
Imantada de luna está
la tumba de sueño.
Parecía ella enaltecida
era la única en ese lugar
no he visto a nadie
Decía…
Y mordiendo una fruta pensó:
pero no desearía (creo)
a ningún otro compañero sino a vos,
ni podría la imaginación inventarlo.
No es que quiera sobrevivir
ni cuidarme del desastre
por lo que a veces
sin querer
se vuelve diario el naufragio.
En verano no soporto las cigarras
su sonido abruma las tardes.
Justo ahí
en el nido
soy melancolía
sopor sin agua
en la penumbra que hierve
no hay árbol que disipe tantos años
de calor profundo
el invierno
es cada vez más corto y nunca hay nieve
Imagen blanca
hogar alumbrando despacio
en tu calma vaga,
en tu hastío temprano y difuso.
Tenés esas lanzas filosas
clavadas hace siglos en la espalda
hay dolor en las memorias
cruzadas
incluso bajo el mar
¿cómo es posible que hayas domado bestias
y cortado cabezas de medusa?
Y ahora estés tan frágil
ante mí, ante vos
¿Te tenés miedo?
Sí, me tenés pánico.
Y aunque no puedas
permanecer sentado
ni parado
ni boca arriba
ni un segundo,
hay una aguja de reloj
marcando las horas sin sueño
sobre las tumbas.
Estás acostumbrado a renunciar
cobardía sorda
mirate los pies
te crecen enredaderas
veloces suben por tus piernas altas
renunciás
tus dedos tienen un verdor de musgo
renunciás
tus ojos ya no brillan ni siquiera para mí
y renunciás