No. 98 / Abril 2017
Leer un poema...
 

"Biblioteca de ciegos", de Juan Manuel Roca

 

Carmen Villoro
 

La poesía de Juan Manuel Roca sucede en varios planos de experiencia simultáneos. Tal vez por eso llamó a su antología personal, publicada en el año 2005 en el Fondo de Cultura Económica, Cantar de lejanía, porque lo que está aquí, lo que el poeta ve y describe, también es una escena que pertenece a otro lugar y a otro tiempo, o está nutrida de vivencias múltiples que llegan al presente como evocaciones de la memoria pero que, a la vez, tienen la vivacidad del presente, como sucede en los sueños.

En el poema "Biblioteca de ciegos", de su libro Ciudadano de la noche, incluido en la antología antes mencionada, la ceguera es descrita por Roca como la condición por excelencia para convocar a las experiencias imaginarias de la misma manera que lo hace la poesía. A diferencia de lo propuesto en el "Poema de los dones", de Jorge Luis Borges, en donde el poeta argentino considera los libros y la noche como elementos opuestos que sólo la ironía de Dios hace coincidir, en "Biblioteca de ciegos", de Juan Manuel Roca, los dones de la imaginación que habita en los libros, y la noche permanente de los ciegos, son destilados conciliables que se mezclan, se abrazan y se comprometen con gracia. En ambos poemas, sin embargo, el sueño y su natural derivado, la ensoñación, es el lugar de encuentro. Transcribo a continuación el poema de Roca:

Biblioteca de ciegos

Absortos, en sus mesas de caoba,
Algunos ciegos recorren como a un piano
Los libros, blancos libros que describen
Las flores Braille de remoto perfume,
La noche táctil que acaricia sus dedos,
Las crines de un potro entre los juncos.
Un desbande de palabras entra por sus manos
Y hace un dulce viaje hasta el oído.
Inclinados sobre la nieve del papel
Como oyendo galopar el silencio
O casi asomados al asombro, acarician la palabra
Como un instrumento musical.
Cae la tarde del otro lado del espejo
Y en la silenciosa biblioteca
Los pasos de la noche traen rumores de leyenda,
Rumores que llegan hasta orillas del libro.
De regreso del asombro
Aún vibran palabras en sus dedos memoriosos.


¿Es real la realidad? ¿Nos sirven los sentidos para corroborar que el mundo de representaciones que llevamos dentro es el mismo que existe en el afuera? ¿Son fieles las huellas de la memoria? El poema "Biblioteca de ciegos" de Juan Manuel Roca nos invita a hacernos estas preguntas que provoca el lenguaje poético.

El poeta nos describe una escena en apariencia simple, aunque ya de entrada conmovedora: algunos ciegos leen libros en Braille en una biblioteca. Simple porque sus elementos manifiestos se encuentran al alcance. Conmovedora porque nos acerca a una experiencia de otro, y en ella hay emoción. El lenguaje poético va revelando, verso tras verso, la complejidad de lo descrito.

La palabra "Absortos", de la primera línea, nos detiene. No a mirar a los ciegos sino a adentrarnos en su posible mundo de vivencias internas que se despliegan en una red de asociaciones múltiples. Vemos su intimidad en la palabra "Absortos" y sentimos un pudor momentáneo que dejamos suspendido en la primera coma, para iniciar con ellos la aventura que propone el poeta. El mundo desconocido que habita cada uno de los ciegos y en el que ahora queremos internarnos, bien podría tomar en nuestra imaginación la forma de un bosque; la mención de la caoba ha provocado la evocación de la madera y de su origen: el árbol; pero también me viene a la figuración un barco, o más bien una barca sigilosa que atraviesa un manglar casi en silencio. Casi en silencio, digo, porque ya estoy en el segundo verso donde aparece un piano que hace audible la experiencia. Y es que, de ver a los ciegos, a través de un proceso de identificación, ya somos ellos, y aunque el poema se siga desdoblando en la tercera persona del plural, la primera del singular se filtra por los versos, y también por los poros, en secreto. "Algunos ciegos recorren como a un piano/ los libros (…)". Vemos sus dedos tocar las blancas páginas y esa acción nos abre el mundo de las percepciones y las vuelve intercambiables: se puede oír la luz; se puede ver el sonido; se puede, al menos momentáneamente, oler un perfume a través del tacto, y acariciar el tiempo. Digamos que estos ciegos del poeta Roca nos han quitado ya la venda y nos hemos dado cuenta de nuestra ceguera anterior al poema. Es en el cuarto verso en que "las flores Braille" dejan salir su opio y colocamos a un lado la razón para seguir el sueño. Los ciegos de esta biblioteca, y no todos los ciegos sino estos porque están leyendo, se han vuelto músicos que interpretan una melodía desde esa partitura de palabras-aves que vuelan al oído. La alusión a la nieve en medio del poema, su blancura perfecta, su pureza, arde amablemente en su condición de fulgor detenido y de fugaz presencia.

Los ciegos "acarician la palabra/ como un instrumento musical" en el décimo verso, "casi asomados al asombro" como a un abismo inquietante.

Y ahí nos asomamos a nuestro propio asombro y a nuestro propio abismo. ¿De cuál espejo nos habla este poeta sino de aquel que nos refleja? A partir del verso número 13, cae la tarde y con ella el telón. Los ciegos son personajes que nos representan en un teatro de sombras y silencios. Es la noche común, esa "leyenda" la que llega a orillas del libro, ese otro río.

Los ciegos desembarcan en el penúltimo verso. Regresan del asombro con la memoria de los dedos poblada de palabras. Pero el lector no puede regresar, todavía no, de su íntimo extravío. La experiencia en su totalidad se vive como un viaje. ¿No son así las travesías de donde nos traemos tramos deshilvanados que sólo el relato posterior irá tejiendo? ¿No quedan siempre huecos que la imaginación del otro, del que lee o escucha, irá zurciendo? El ciego, el viajero y el poeta tienen mucho en común.

¿Es real la realidad? ¿Nos sirven los sentidos para corroborar que el mundo de representaciones que llevamos dentro es el mismo que existe en el afuera? ¿Son fieles las huellas de la memoria? Este poema nos susurra que el mundo es mucho más que lo visible, que la ceguera es una puerta de apertura a otra manera de soñar, y que, en país de ciegos, por fortuna, el poeta es doblemente ciego.