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No. 98 / Abril 2017


Héctor Luis Grada Martínez
(Tabasco, 1974; vive en la Ciudad de México)


Deriva

I
Mujer que te equilibras sobre el vaivén de la noche
y meces con tus caderas el navío del mundo,
mujer que caminas acariciando el sueño,
cortando el aliento del mar trasudado con la proa de tus labios.

Mujer que extiendes tu mirada sobre la irrealidad del océano,
la única que nos es dado conocer
a los marineros de tierras calmas,
a los mareados de agua dulce…
Mujer atardecer
que te ocultas
tras el horizonte de asombro
en mis pupilas.

Sangre de pétalos de albatros:
tú que nunca te cansas del latir del corazón
monótono y agotador,
que miras lo insondable de cada rostro
sin ahogarte en la tristeza ajena.

Mujer que navegas las nubes con la estela de tus pestañas,
mujer sirena,
                      mujer playa,
mujer luna,
                   mujer ola,
mujer sendero de olas:

dime cuál es el color exacto del mar,
dime qué sienten las ballenas que nunca verán un ser humano,
las gaviotas que pasan la vida acicalando el crepúsculo,
las tortugas que se cuentan las estrías como matatiempo,
los hipocampos que no conocerán jinete,
los ahogados en un mar salado
          que les surgió del pecho.

Las mareas y las desdichas
me han traído a la memoria que tú,
                     neptúnea constelación exiliada en tierra,
                     destetada prematura de la espuma de las olas,
tú, arrancada de la caricia del seno marino,
tenías miedo de ahogarte en la ducha.

            Recuerdo que te estremecía el agua cayendo desde lo alto,
            la brusca caricia de la regadera,
            pero jadeante la recibías
            como la roca que recibe el primer embate
            de un mar embravecido por milenios de deseo.


II

Así que ésta es tu ausencia,
de modo que así se vive después de ti
lejos de ti,
ajeno,
ajado,
          alejado,
                      avejentado.

Así que esta es la distancia.
No más.
No somos

           ni siquiera ex-amigos,
ex-novios o ex-amantes.

Solía tenerte guardada
en un rincón de mí mismo,
pendiente de descubrirte
entre una decepción y otra;
solía mirarte en los bordes de la nostalgia,
en la luz de aristas dispares,
en el deshielo de lágrimas amarillas.

Solía recrearte en el vaho,
en el rocío decantado del cristal,
en la desaparición del frío,
en las parejas que caminan hacia el atardecer.

Y ahora

ya no sé ni cómo lamentarte,
cómo saldar las deudas insomnes,
cómo vaciar los cielos de tu luna llena.

Así que ésta es mi ausencia,
de modo que así se muere después de ti.


III

Mujer
caracol de sexo,
eco de olas,
pubis calcáreo,
hueco cálido de marinos labios:
tócame las entrañas con tu cabello de algas,
haz florecer tu nombre coralino
en mi alma de arena,
enséñame cómo anclar el tiempo,
a despertar con cada reflujo de la noche marejada,
a soñar tu pleamar durante años.

Dime por qué la tristeza se adelantó
varios siglos a mi nacimiento,
dime qué haré cada día para no quedar varado
en el naufragio de tu recuerdo.