cornisa-inditos.jpg

No. 98 / Abril 2017


Elsa Torres
(Ciudad de México, 1957)


Eflorescencias impúdicas


Una es la flor misma que contempla
Y si cantas esa flor canta contigo a coro
Y ese canto te salva entera
de la vida y,
en caso extremo, por qué no,
del mortal hastío
de lanzarte tú entera al precipicio.

              Mientras ustedes cantan, ella, en su lengua florecida,
insufla y despunta sus colores,
su condición perenne y herbácea,
sus hormonas espontáneas
y universales,
y sus pistilos.
 
Ambas tocan con tus pupilas el cuerpo de sus pétalos,
su basamento vertebral, sus rizomas,
esas extremidades de tallos y de hojas…
todo ello en tu cuerpo:
ella se piensa en ti, tú eres su carne,
¿narcisismo a contrapétalo?,
sólo transparencia recíproca.

Esa flor ha fecundado en el cáliz firme de tu cuerpo.
 
 


De las piedras nacen flores,
y es porque las piedras no están secas,
tienen el sol que las tapiza
y el humus de los drenajes calizos,
de modo que también miran hacia el Sur,
donde las laderas son tibias
y los pastos más crecidos.

Entonces salen ellas con el florete
o con el sable, y luego, inclinan el talle
y se dejan robar del viento.




          Encinta la flor
Espera
Prometida
Levitando
Sola
Vaharada
Frívola
Inane
Expectante
Poseída

Su progenitura…




Ella gira su cuerpo
con la mueca de una acróbata,
enardecida hetaira.




Soy una flor conmocionada,
impaciente,
una flor intoxicada,
una flor íntimamente
opulenta y turbada

Soy, en la concupiscencia,
una flor libada por aves fabulosas.

Esta soy, una flor
macilenta y maliciosa,
moldeada en la matriz,
mórbida,
de su maltratada exuberancia.



 
Este mundo inválido
está atestado de flores.

Y son ellas
las que, con su alta confitería,
endulzan
este mundo desahuciado, desabrido,
haciéndolo rodar en torno a la roseta
de sus semblantes.

Son las flores la vindicación
de los barqueros del alba,
y de la mundana prodigalidad
del testamento.