No. 106 / Febrero 2017


Poéticas de la Negatividad
 

 

Sobre la crueldad
(Selección de poemas)

Leer columna de Ana Franco


Silvana Franzetti
(Buenos Aires, Argentina, 1965)

debería despertar entonces

¿del sueño o de la pesadilla?

(precisar la pregunta
ambos
forman parte de mi cuerpo)

sería
aceptable avanzar
con las clases de grito

uno de sorpresa
en la Gemäldegalerie
buscaba un cuadro de Tiziano
me topé con su autorretrato

con qué máscara escribiría esta vez
mientras la música agujerea el cielo
en los diarios de Baudelaire

uno que no se escucha, ni tiene
posibilidad de escucharse:
el grito
representado en el espectrograma

un grito
que salta de la página porque
no tiene registro acústico
y es este
el límite que presenta
ahora

el de la escucha del grito

versos como estos, por ejemplo:

El grito suena bien en el vientre de la cueva,
el salmo bajo el mediodía de los templos
y la canción en el crepúsculo...
El grito es el primero.

o
estos versos:

y si no, yo no gritaría
pero el silencio
no es dado al ser humano
por su esfuerzo
el silencio y la inteligencia miserable
solo son obra del perdón

y este verso:

Amaría a cualquiera que me escuchase gritar

roto el silencio
una mujer y un hombre
eligen ahora
estilo y material



Cristián Gómez Olivares
(Santiago de Chile, 1971)

Willard, Ohio

Los habitantes del pueblo se consideran
a sí mismos afortunados porque ya no los
llaman extranjeros. Antes sí. Antes las raíces
italianas eran fáciles de distinguir, los apellidos
y esa forma de tomar el bate cuando estaban
en primera base. Era la época del Great Bambino
y no todos los blancos eran blancos. La comida
toscana un error de tipeo, 
los abuelos demoraron décadas

en aprender a dar las gracias sin pararse de la mesa,
la Asunción de la Virgen todavía la celebrábamos
de las puertas hacia adentro y cuando hubo
que enrolarse para la segunda guerra mundial
algunos escondieron la foto del Duce, otros
guardaron el único ejemplar que aún mantenían
junto a ellos de Los novios: I promesi sposi.

¿Alguien se imagina lo que hubiera pasado
si la hubieran traducido

Los esposos prometidos?

Dicen que no tienen ningún problema
en venderle muebles a esa gente

que juega al fútbol con los pies.
Aseguran ser de mente abierta.

En la iglesia no se cambian de asiento
si llegan a sentarse en el mismo banco.

Desde ahora en adelante
las cosechas tendrán que recogerse solas.

Las tiendas que lo venden todo por un dólar:
ya anunciaron que no van a abrir

a partir del próximo año.  




Marina Serrano
(Buenos Aires, Argentina, 1973)


Cruzados

Tenemos tantas pubertades.
Nos vamos tantas veces por primera vez de casa.
Se veía venir la noche negra detrás de los tubos fluorescentes,
las ojeras en el silencio de la culpa,
el ligamento roto en la resonancia.

 

 Punto de quiebre

Un pedo rompió todo.

El más pequeño de la casa ya no quería el postre de la mesa navideña,
los demás, habituados como estábamos a tragar hasta reventar,
sin palabras ingerimos ese pan nuestro de cada día.
Cualquier intento de puesta en escena, cualquier Big Bang
siempre era poco frente a esa voz
llena de piedras nuevas y eternas
disparadas a velocidades inimaginables
en todas direcciones.
El resto fue llenar nuestros órganos de bilis, ácidos y enzimas,
luego el portazo. El Espacio. Y el alivio.

No sabemos cómo, pero el fin comenzó ahí. La extirpación.




Laura Wittner
(Buenos Aires, Argentina, 1967)

Por qué las mujeres nos quemamos con el horno

La marquita roja la tenemos todas.
Acá en la mano izquierda, con la que escribo
está también mi quemadura de horno.
Si la miro muy fijo, sobre el radio
se me despliega en tres:
se me tridimensiona la muñeca
y entrecerrando los ojos pueden verse
la muñeca de mi madre, la de mi abuela
y, en un tirón hacia delante, la de mi hija
picada de mosquitos, pulida y ya dispuesta
a la marca de la rejilla ardiente.

 

Las cosas frágiles

La pluma con la que escribo cayó al piso y se quebró.
Es la única pluma que me entiende.
Era de mi suegro, que también me entendía
y está muerto y si no lo estuviera
de todos modos ya no sería mi suegro.
Aplicamos pegamento, volví a usarla
con los dedos suaves de terror
sobre sus grietas empastadas. Volvió a caerse.
La sigo usando pero ahora
tiene además un agujero en el azul:
queda a la vista un tramo de cartucho.
Como quien dice un tramo de intestino.

Solía acompañarme a todas partes.
Ya no la saco de casa.
Sigue entendiéndome.
Apoyo los dedos en la nada.