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La Santa

José Javier  Villarreal
Fondo de
Cultura Económica

México 

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LA SANTA

 

Por Karla Martínez 

Viajera de corazón de pájaro negro
Tuya es la soledad a media noche

Alejandra Pizarnik


La imagen de la santa, si bien aparece en la mayoría de los textos literarios como un icono de pureza, gratitud, verdad, divinidad, ajena a la tentación terrenal, que no osa internarse en la cotidianidad de los pequeños sentimientos que el ser humano común alberga; siempre será asediada por las tormentas espirituales, el delirio o la desesperanza.

Así, La Santa de José Javier Villarreal, cercana a la dualidad del paraíso y el  infierno, como una María Egipciaca, se asoma  en el recuerdo de un cuerpo desnudo y los olmos que guardan la memoria de relinchos nocturnos y cielos sin estrellas. Santa como un pretexto para congraciarse con el alma, para rumiar su ausencia y el fracaso, pero también para desatarla de una sola vez.

Y no sólo es santa esa figura femenina que se acerca a un estado de barroquismo absoluto, al colmarse de imágenes febriles acometidas por la furia de no retenerla o la felicidad de poseerla, santa también es la semana en que aparecen las más grandes pérdidas, la partida de ella:

                Entonces como si nada marcó el número
                y esperó, esperó a que todos los fantasmas se hubiesen
                levantado
                y en la cama de su madre no lo aguardase nadie

                "Semana Santa"

                
Originario de Tecate y radicado en Monterrey, José Javier Villarreal, en La Santa, editada por el FCE, nos abre paso en la incesante búsqueda de esa que se esconde en sábanas, calles, museos, musas, aspirinas, autos destrozados, manteles de día de campo, finales de cuento o la sonrisa de esos hijos que no serán:

                No tiene sentido seguirla, nunca la alcanzarías.  Primero
                abandonarías tu cuerpo,
                perderías toda sensación de realidad y te hundirías
                sabrías del fuego, de los aparecidos y sus largas conversaciones
                en corredores que no conducen a jardín alguno.
                Entonces pedirías volver a empezar.

                La Santa II


Pero su búsqueda no está sólo en contenido, abarca también la forma, la de un sentido poético en el que impera la complejidad simbólica y temática, la disciplina en la elaboración  técnica de su trabajo, lejana a una confesión meramente de sentimientos y cercana a la irrupción explosiva de una poética madura, trabajada con puntilloso rigor, con experimentos precisos de sintaxis, retruécanos  e imágenes, que vuelven más interesante el proceso de su lectura, pues obligan al receptor a tratar de indagar más allá de la superficie e ir a ese otro espacio del texto donde toda palabra está cargada de múltiples sentidos.  En palabras de Gabriel Trujillo acerca del trabajo de Villarreal, en su poesía hay "una insistencia en conseguir siempre nuevos registros escriturales cada vez más cerca del proyecto neobarroco latinoamericano".  Hecho notorio a lo largo de este libro.

En La Santa de este poeta, el recuerdo también representa una búsqueda, donde  la evocación se convierte en un refugio para continuar en el ahora. Tal como lo afirma Marcel Proust en su ensayo De la imaginación y del deseo: “El presente de presencias no es si no una abigarrada plétora de ausencias, recuerdos, estados de ánimo, afectos, ideas, sensaciones, fantasmas y movimientos de la memoria, porque la memoria al introducir el pasado en el presente sin modificarlo, tal como era en el presente, elimina precisamente esa gran dimensión del tiempo con arreglo al cual se realiza la vida”.

Y de pronto ella se convierte en una Santa con velas apagadas, emancipación sensible que actúa contra el olvido.  Ya en "Leonardo" se vuelve violencia que impregna el amor, la muerte, la desolación, y sin embargo termina siempre en un perderse al final de todo:

                Estábamos asidos como bueyes de carreta, como mulas
                simulando esfuerzo.
                Y te ibas perdiendo
                para despertar
                con el frío de la madrugada
.

Con la misma destreza con la que Virgilio guió del infierno al paraíso, así también Villarreal inicia en el infierno y nos lleva poco a poco a la reconstrucción del dolor para terminar en una imagen apacible de la luna como un fragmento del paraíso  y la quietud de ella que provoca una pausa en el deseo. 

Pero antes nos invita a observar la "Infancia" como una remembranza de los sueños que circularon en algún momento, repletos de mar, nimiedades, naufragios y más vacíos:

                Así estaban en una confusión que sube por el dorso
                de la mano
                y en lo más tibio asienta su estación, el desparpajo    
                en océanos de perlitas y piedritas;
                las tuyas y las mías; voy jalando por el entarimado
                que adiós me dice a medida que te alejas y yo
                atesorando bisutería que antaño me acompaña
.

Luego aparece él con esa ausencia pesada y fría que paradójicamente acaba con el caos de un dolor antiguo y un adiós postergado que, a fuerza de repasarlo, vuelve con una nitidez apagada, efímera, que poco a poco se debilita, como su infancia.

                ¿Quién se imaginaría lo que habría
                en esas fechas, en esos días
                donde ahora soy yo el que se inclina ante una resolana cada
                vez más débil
                descomponiendo el rostro, la curvatura
                la fuerza y complicidad del viento?


Así, también regresa al hogar, al origen.  El desierto se materializa, ya es tan real como el verano, los chamizos, los animales ponzoñosos y los ríos secos y su poética se hace dura, punzante, más firme.

El niño convertido en hombre encuentra una iglesia grotesca, una mujer rota, desilusionada, que indaga en sus propias palabras esa otra que fue, la de antaño, la de las siembras en todo el pueblo, las mujeres lavando la ropa en el río, los hijos que aún no estaban ausentes o el brillo (ya apagado) de sus ojos.  Con esa aridez asequible sólo al paisaje, también los sentimientos y los planes se secan, se pudren adentro y no hay una sombra para escapar.
Ya cuando el viaje casi termina, la acometida de una violencia inusitada, la crítica, la exaltación, los lugares comunes cargados de furia sosegada  ante el fracaso:

                Hueles en ese despertar
                que irradia congoja y sal de grano.  La ingeniería.  El soplete
                en los fértiles riachules que engan el delta, la oriflama
                donde pesado se tumba.  No descansa.  Sofoca todo motín
                y se queda
                recordando
                que cada quien fracasa a su manera.


                (Final del cuento)

Al final una quietud herida: "Se quedó sentada sintiendo la incomodidad en su cintura, la corona de espinas y la herida en el costado, callada en esa resolana que abraza el monte y evapora las lomas del fondo".("La Santa III").  Aparente en la superficie, pero adolorida y profunda debajo de la piel, apaciguarse sólo con la esperanza de un estado donde nada cambie, donde nada acabe, donde se encuentre el paraíso y el salto en la distancia.

 


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