No. 99 / Mayo 2017


Encuentros cercanos con el Bonzo


Luis Eduardo García


—Hola, ¿eres Luis Alberto?
—Sí, mano.
—Me gustó mucho un poema tuyo que leí en una revista.
—Qué chingón, gracias.


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Cuando muera seré japonés
de digna figura bajo el manto
o un albatros de rotas alas
Seré un romo silencio de bordes finos
una lluvia de ceniza en Sydney
un alcatraz gobernando el mundo 
cuando yo muera


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Poco a poco Luis Alberto iría cerrando los horizontes líricos para dedicarse a explorar terrenos radiactivos.

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Es como si lo hubieran abducido y convertido en otro.

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Fue en un bar llamado Primer Piso, en Guadalajara. Presentamos un número de la revista Metrópolis, un proyecto que terminaría convirtiendo en buenos amigos a todos los que participamos en él.

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Uno de sus mejores poemas está basado en el universo de Fallout. Sí, el videojuego.

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Me habría encantado escribir Bonzo.

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Por recomendación suya vi The Wild Bunch, esa joya de Sam Peckinpah.

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O tal vez el verdadero Luis Alberto fue suplantado por un doble surgido de una vaina gigante.

Esa teoría le habría gustado.

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Bonzo y Grandes Atletas Negros son libros peligrosos. Entre sus páginas hay bombas molotov, cuchillos eléctricos, virus desconocidos. Versos que golpean con una barra de hierro.

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No me gustan las presentaciones de libros. Son contadas las que recuerdo con verdadero cariño. Quizá la que más me ha gustado fue la presentación de Plexo en Guadalajara. Daniel Bencomo y yo utilizamos bolsas de papel y leímos un texto que escribimos a cuatro manos. Después Luis Alberto mostró algunas de sus mejores fotos de críptidos y su colección de basura espacial. Al final fuimos por unas cervezas.

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Hace un par de años, en San Luis, hablamos largamente sobre Gerardo Arana.

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Dos versos de Grandes Atletas Negros que podrían conformar un poema llamado “México”:

Administrar el horror como se administra
un hotel en playas tropicales.

Ataúdes participando en una competencia 
de remos.

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Escribió, con diez años de por medio y estéticas completamente distintas, La doctrina del fuego y después Bonzo. Algo había en él de piromaniaco.

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Su traducción de Linh Dinh1 es una joya. Linh Dinh, como saben, es una bacteria que habita en barrios vietnamitas de los Estados Unidos. Dicha bacteria puede modificar el comportamiento de las personas. Le advertí que tuviera cuidado al traducirla. Me dijo que utilizaría un traje especial. No sé si en realidad lo hizo.

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Grandes Atletas Negros podría leerse como un manual de instrucciones cuyo objetivo es la destrucción de la especie.

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Platiqué con él en octubre. Se supone que íbamos a encontrarnos en un festival de poetas en el exDF, pero me contó que no se sentía bien. Le desee que se recuperara. Si hubiera sabido que sería la última vez que charlaríamos le habría pedido que me recomendara westerns.

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    Como muchos empecé a escribir poemas bajo el signo de la Tradición. Los medios oficiales de circulación privilegian un tipo de poesía que responde a una jerarquización de valores y a una poética trascendentalista. Esto quiere decir que el poema que puedes encontrar ahí es uno que niega toda referencialidad de sexo, género, historia o entorno social. Es un poema como producto determinado.
    Más recientemente, un par de años a la fecha, empecé a cuestionar todo lo que esta estética tradicional me había enseñado. Como tantos otros, he sido tomado por una poética inestable que enseñe las marcas del proceso y de la persona que participa en él. Estoy en una búsqueda que no tiene un punto de llegada deseable. Una búsqueda que privilegia el error como un logro.2

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Siempre que hablaba de cine terminaba mencionando a Herzog.

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Plexo es un libro de transición entre De pájaros raíces el deseo y Bonzo. En él, Luis Alberto aún no decide pescar con dinamita, pero ya en varios momentos abandona la caña para probar con la ballesta, el taser y otros aparatos de pequeñas y medianas dimensiones.

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Una vez en Querétaro me regaló un libro de Apollinaire, otro de Quevedo y Allen, tómate una tableta de Eucalipto, una plaquetita estupenda de Javier Acosta.

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Nuestro pulso cambia con el tiempo; distintas fuerzas nos cruzan y chocan entre sí constantemente, múltiples influencias y fantasmas nos habitan. Luis Alberto pasó de ser un buen poeta tradicional a convertirse en un terrorista. Cambió las metáforas y el ritmo perfectamente cuidados por una dicción maquinal y corrosiva que semeja el trabajo de un martillo neumático. Su trabajo reciente es radical a nivel discursivo; ataca insistentemente al conglomerado de nociones esencialistas y asépticas heredadas de la línea más conservadora de eso a lo que solemos llamar poesía mexicana.

En ocasiones tengo la impresión de que una de las voces en Bonzo y Grandes Atletas Negros es la del Capitalismo. No la voz dulce y/o cool que dice ven, disfruta, sino la voz real. La voz inhumana.

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Estábamos en un bar queretano. Le dijo a la mesera que yo era la nueva contratación del equipo de futbol de la ciudad. Por supuesto recibí trato preferencial.

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No confundir el bonzo de Arellano con el “oficio de arder” de Bartolomé. Uno huele a carne y ropa quemadas, el otro a incienso.

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Hay una bola de demolición en el jardín.

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Hace cinco años escribió un poema para la presentación de Instrucciones para destruir mantarrayas. Pensé en pedírselo pero no lo hice. Si acaso hay un limbo de los poemas, ese texto se encuentra ahí.

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Extrañamente nunca platicamos sobre ovnis.

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El punto de arribo: otra lengua.
Escribir como si fuera otra lengua
dejar los calcinados pasmos castellanos 
y hundirse en él 
lengua el lindero del propio
hundirse, respirar hondo, hundirse.




1 Todo alrededor de lo que se vacía, Mantis, 2012.

2 Fragmentos del ensayo “Cuerpos dolientes y poesía”, incluido en Escribir poesía en México I, Bonobos, 2010, pp. 21-23.