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No. 99 / Mayo 2017


Carlos Llaza
(Lima, 1983; vive en Arequipa)



La sobremesa

Al fin llenos, fumamos
y bebemos al sol

para estirar la carne
soltar los huesos

pensar en las palabras
que regresan

tejer los títulos que atrapan
los cuerpos nuevos

la música que aliviará
nuestra ceguera.



Gajes del oficio

Esto de trabajar de noche
junto al río
de hurgar bajo piedras redondas
y entre la hierba larga
como taxónomo de arena
para relojes

Esto de renunciar a ropas
tras una sola puesta
la voluntad enferma de afonía
sobre la cama de papel,
de preparar café para las horas
de abstinencia

Tal vez migrar cuando las aves
en busca de mejores humos
y reescribir la historia desde cero
y la insaciable antropofagia:
la voz al revés
como de dios



Urbanidad

si es de mal gusto escribir
con espuma en la boca
mostrar los dientes
de caballo delirante
aullar de día

cómo soñar
rayos de sol entre las ramas
sin avivar el hambre
de las hojas secas

cómo no guardar silencio
si cada vez que nombro un árbol
se pudre el fruto



Lecciones literarias de mi madre

Los poemas son objetos del habla,
se entonan con el cuerpo.

A la iguana se le dice pacaso,
Cayaltí no siempre fue Comala.