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No. 99 / Mayo 2017


César Rito Salinas
(Tehuantepec, Oaxaca, 1964)



Los globos no dejaban de alzar sus brazos al cielo

Cualquier idiota hace poesía,
cualquier idiota pinta.
El poema lo otorga Leonardo Dajandra en las mesas del Bar Jardín,
en el zócalo de Oaxaca.

En los árboles los globos de colores
no paraban de elevar sus brazos al cielo.

Imagino para mí una infancia urbana,
esta imaginación resulta un invento, un ánimo de poder,
una ficción.

Yo nací en un entorno municipal,
hice mi vida sobre una bicicleta, en boca de la gente.
Lo cual me hizo habitante de las ficciones.

De todas las ficciones la que más me atrae es la del gobierno,
se pretende poseedor de las banquetas, los árboles.

La hipótesis más natural sería suponer
que lo primero que emergió del caos
fueron los astros.

Tengo para mí que hablamos el lenguaje de los árboles,
nos estimula la sombra, el movimiento,
cierta condición de las estaciones
del año, el traslado.

En la infancia tuve un perro.
Al salir mis padres lo dejaron a mi cuidado,
cuando estuve solo intencionalmente
dejé abierta la puerta de la casa.
El perro salió a la calle y lo mató un carro.
Al volver mis padres del viaje
me encontraron llorando por la muerte del perro.
Para contentarme me hicieron regalos.

Un acaecer uniforme, los días, los meses, los años.
Lo primero que descubrieron mis ojos fue el repetirse
cada cierto tiempo la oscuridad de la noche,
ese lapso de tiempo se llena de intenciones.
En la oscuridad de la noche los adultos redoblan
sus atenciones.

La distancia de los astros trasciende la oscuridad,
el niño intuye que en todo hay un orden.

Mi madre nunca me quiso hablar de Dios.
Inicié este origen mítico del patio,
el perro, el árbol.

Asesinemos al perro para obtener un beneficio.

El crimen
sujeto a interés será la primera condición
moral de los hombres.

En la sucesión de los días, los meses y los años
el hombre descubre un límite que no podrá ser
impunemente rebasado.

¿Quién soy?
En la infancia supe de la palabra malhechor.

Hay una frescura de arroyo imaginado
en esta plaza central de Oaxaca,
como naturaleza olvidada
que vuelve con fuerza
en el olor del guisado
que nos asalta
en la calle.

El calor hace imposible la estancia en la habitación.
Las aspas del ventilador no permiten escuchar la música.
Miles Davis /John Contrane – Konserthuset.
Debemos ver en el asombro la raíz de toda filosofía.

Percibimos dentro del círculo mágico del mito y la religión.
Me gusta volver las horas junto al quiosco morisco
del zócalo de Oaxaca.

Entre sus placas de metal hay un asombro intacto.
Magnitud y número,
no queda en él ningún concepto no comprendido.

La distancia más extensa existe de mi pensamiento
a mis manos.
¿Por qué me obligan a cerrar la boca?

En los días de descanso me complace contemplar los árboles,
su sombra agitada como un viejo corazón
me reconoce.

El poema lo dijo Dajandra un día sábado que llegó
a Bar Jardín con sus alumnos,
cualquier idiota hace poesía.

Recobro asombro en la mirada de la infancia
mientras caminan palomas por la piedra verde.
En la infancia me reprendió mi madre
porque abría la boca, dejaba caer los hombros.

De grande pregunté a una mujer si aterraba a las madres
tener un hijo idiota.
"Preocupa tener un hijo frágil, desvalido, que no sepa
defenderse en esta vida", respondió.

Me agrada este ser municipal, el zócalo, el quiosco,
estos árboles agitados por el viento de febrero.

Hay una imagen del 11 de octubre de 1964, Miles Davis
y su quinteto actuando en vivo en el Teatro del Arte de Milán,
Italia. Pienso en esa imagen de los músicos de jazz
vestidos con pantalones de tubo
y recobro mi niñez que inició
en agosto 2 de 1964.

II

En la bañera recién nacido y finado paso de cabras.
Una greguería una ocurrencia, hay que escribir las cosas
como envenenarse con bicarbonato de sodio una tarde de domingo
cuando prevenías una gripe perra y salió más caro
el caldo que las albóndigas.

Toda la madrugada con presión alta, el corazón en los labios,
la sien, el brazo izquierdo apretado, tenso, dolorido.
Las venas del brazo hinchadas
todas azules que en cualquier rato revientan.

Extraviado buscaste consuelo en el agua de la bañera blanca,
el ruido del agua sobre la lisa superficie. ¿Por qué recuerdo la luz?
Intentaste en ella corregir lo errado.
¿Prevenir será sinónimo de incremento?
Las palabras no dicen más de lo que dicen.
¿Quién las llenó de tantos significados?
Presión alta, la gente muere por sus malas decisiones.

En la bañera humedecida piedra mis dedos son hojas.
Cosa de ponerse a leer.
Luego vienen las palabras, cierta vergüenza que cargan las palabras,
entre las palabras escritas y mis ojos suena la vergüenza, baila.
Hay cierta vergüenza, un aire de arrepentimiento por lo nombrado,
la acción de nombrar late con cierta energía, como luz estroboscópica,
algo que tomé para hacer estas palabras
de las que brota la vergüenza
cuando las vuelvo a leer pasado un tiempo
brota la vergüenza del hecho de escribir, fijar cosas.
Y esa pena se cuela entre las palabras,
hace una capa gruesa, tensa,
las cubre como un aceite o limo o cieno
o vena que se inflama en la hora de la presión alta,
un domingo en que todos descansan.

Un tiempo, ya no hay olvido para la vergüenza.
Eso sería el estilo, mi estilo.
Generar mi vergüenza de un tiempo a otro.
Como si todo fuera un solo tiempo,
algo que se recorta y se aísla
para atrapar los grandes ojos de la mujer y ella llega y ocupa
el espacio vacío, el sitio de mi vergüenza.
y confía.

Suena el agua desatas tus cabellos libres flotan ¡Ya! Plancton.
La parte por el todo, sinécdoque, hasta aquí llegamos.
Luego vendrá la guerra por el muro, las islas, los cielos,
las flores, sinécdoque.

Mis dedos son hojas en la bañera blanca respiro el agua.
Esta es la hora en que la araña prepara su cena.
La sombra cae en el jardín, el aire
malaconseja al oído.
"Todos los muros son dignos de alabanza porque tras ellos
se oculta el sueño".
 

San Martín por la secundaria, Oaxaca, febrero de 2017.