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No. 99 / Mayo 2017


Adán Echeverría
(Mérida, Yucatán, 1975)



Mater duricísima

¿Qué suena?
Tantos corazones anaranjados corazones anaranjados
¿Qué ruido?
Es el gemido de los alumbramientos
¿A qué hora nos dimos por vencidos?
Cuando la palabra madre planeó sobre los bosques
y las montañas todas dejaron su renacer de ríos
Ahí está mamá
esperándonos junto a la bahía
los oleajes de la desesperación no pueden con sus piernas
y está de pie con las alas extendidas recorriendo los amaneceres
de mi cuerpo
¿Qué suena?
Tantos corazones en el latir de cada nueva brisa
De nuevo es ella a la conquista de las oficinas
Ellas a devorar los mercados con las manos siempre inquietas
a remover la plastilina de las uñas
Todas otra vez a mirarse en los espejos siempre recias
siempre tan hermosas
con esos amplios senos que nos amamantaron
y tanta noche en vela sobre los párpados
Ahí está mamá decían
yo solo veo el sol de los amaneceres
cuando me habla



No queda sombra del hombre que fui sobre los techos
no tengo intenciones de recuperar el brillo
algo has clausurado con los ojos
De qué me vale seguir buscando en cada cueva
si te da risa este cabello esta anémona clavada en el pecho
                                    Acá estoy
esperando tu palabra de incendio
pero no hay gritos que te acerquen
Todo lo que tengo para darte son mordidas
pedazos de uña quedan en las puertas
incrustadas en el ombligo de mi cráneo
¿Lo verás? ¿Sabrás reconocerte en mis ojos?
¿Sobre mi vientre?
Dudo que supongas cuánto es la honra que lamentamos
dudo mucho que puedas identificar mi sombra entre mil cadáveres
Acá estoy aletargado contrito y sin flemas
envidiando la libertad que te supones
estoy acá
esperando el miligramo
                        siempre la triste cafetera
una defectuosa historia de fragmentos
de no reconocerse
¿Sabrás reconocerme cuando llegue a la ventanilla?



Volar es lo que nos queda a los niños
cuando el suelo nos expulsa
y el aire es la distancia entre los cuerpos
Volar entre los disparos         La calle se hace larga
y todos corren
La calle se hace larga y los cuerpos se amontonan
Volar es lo que nos queda a los niños
y el sol nos va secando la sangre
que mana desde las sonrisas
y la persecución de camionetas



Somos polvo y eso que nos dicta la voz de las mañanas
Hallamos cabezas dentro del baño de una casa
bajo las cortinas o el desagüe las cabezas nos miran
nos miran las brujas los enanos miran con sus lentos ojos achinados
                       todos los labios sangran las sombras despellejan
Se cae la pared y el musgo es alimento de nuestros rituales
amontonadas cabezas vestidos veladoras
y brujas encendidas por el sol cada mañana

¿Podrán reconocernos con la sonrisa abierta
los ojos sorprendidos la carne madurita?



No hay más romance que la boca del diablo buscándonos
que el cuerno del diablo dentro de las pieles
el sonido del diablo en las orejas

No hay más romance que la pierna del diablo enredándose
la nostalgia del diablo en cada resplandor
el gemido del diablo entrando en las caderas

No hay más amor que mi amor de diablo en tu carne
que el sabor de diablo en que te voy abriendo toda
que el maldito diablo metido entre la sábana

Eres el diablo en la cabecera
el músculo del diablo dentro de mi carne



Él me regaló la carne
me dio a beber el humo
Me dijo al oído: hoy despertaremos
cansados de tanto vicio
repletos de tanto viento
colmados de tanta furia
                                 Se hizo la mañana
y la noche le cubrió los labios