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No. 99 / Mayo 2017


Héctor Rojo
(Ciudad de México, 1984)



Epidérmica I

Señales por la marcha de las furias.
Nunca paren los astros de gritar y
el sueño nos cobije en su madriguera
finita.
Estamos por la vigilancia de los tiempos.
Y árdenos el conjunto por matizar la vida.
Nuestros pequeños sorbos dañan a la luz
su atmósfera de piedra lisa y empeñan la
tarea de rebajar placer a simple miligramo.

A continuación, prácticamente todo el mundo
se derrama en cruces líquidos sobre tu esponja:
Clama la superficie. Clama un roedor
con su alma en pasión plena. Los minerales
y la hierba erizan sus voces y consiguen su primera aliteración.
La luz no es el milagro verdaderamente. Cono y
cloroplasto lo son. La seriedad con que se toman
la interpretación del caos y su hermandad evolutiva lo son.
No estamos ya para mirarnos en el agua. Fríos y estáticos.
Para numeración y química a la vez. Ya que un planeta
riguroso, donde tendrán generaciones dicha y paz,
cierra sus brazos por encima para cambiar de posición
simbólica.

Situados como estamos, en el extremo de la aparición. Nuestro
fantasma riega toda Europa. Y toda América también. Toda nación
de nombres y de mártires. Ya no cambiemos por la integridad
porciones de esa miel extraña que hunde a las grullas
a la mitad de su regreso. Sintamos las cadenas suspirar
en cuanto hincar su piel. Sintamos a la fama
llevándose a las furias en sus hombros. En la resplandecencia
donde acabar la suerte del perímetro escondido.
A la salida todos arderemos. O pedirán o pediremos cuanto.
Y a la sinceridad aunque nos quede ahogado el cúmulo
de ciencias, suavidades y experiencias prohibidas. Seamos
sinceros. Aunque sólo el final sea lo que nos jala a ello.


II

Desgranábamos el camino para alcanzar nuevas proezas.
Nos engañaban soledades
por denigrar tu olor a signo de validez reproductiva.
Nos ensuciamos en los músculos del río, e hicístela
temer de claridad su sangre. De voluntad
sus nervios melancólicos. Mas devolvimos
a su angustia páginas por terminar de oír
el canto de su decrepitud. En calidad de fluorescencia
para beber sin freno de tus gotas íntimas. Qué aroma!
Seguridad. Firmeza. Corporeidad intrincada.
Igualen clavos fratricidas.
Porque la historia empieza con el dardo y el fogón de un arce
en el extremo más septentrional del frío, donde acababan de girar
los pájaros.
Iluminaron la sequía del cielo. Y permanecen intocados
en nuestro futuro de preguntas y de embriones.
Flechas de lumbre. Mágica para los lados. Ría su santidad
de ingravidez o de antojar escenas cálidas de colección.
En los refugios de crueldad histórica, tengan lugar
esas palabras. En medio de la espina. Junto al carbón lumínico.


III

Estamos decayendo, como hase visto
en la estampa de caballería. El clero todo sale
de su tumba a registrarnos el aseo diario.
Y sembrarán el miedo con antiguas llagas
y se alimentarán de la filosofía.
Mas deberíamos temer las bestias herederas
de la peste? No son embustes ya, que nadan
en sentido oblicuo a su etimología? No llegarán
nunca al final. En donde ramos de animales
cambian la salud por un espacio que se sirve
regalarnos un día más. El planeta, digamos,
no es el mejor pero es lo que hay. Ya que contiene
sus ínfimos milagros. Como otras atracciones
en el cosmos.