No. 100 / Junio 2017


ESPEJUELOS


Una nota sobre el periódico, antes de volver a dormir


Mario Javier Bogarín Quintana

 


Este periódico de poesía es el cajón de sastre al que recurrimos cuando el cotidiano nos desborda y queremos disfrutar de pedacitos multicolores cargados de símbolos. Pero a veces el símbolo no es suficiente y nos conformamos (por placer) con el garabato, para regresar a la cama con la certeza reconfortante de que la poesía no se cuenta ni se puede acomodar en una caja: cuando eso pasa deja de ser poesía, por si no lo habíamos pensado.

Me refiero al garabato del impulso, del “tengo que decirlo o exploto”, del “novamás” que escapa frecuentemente de la expresión con que comunicamos al mundo de nuestra existencia. Mi existencia como autor que colabora con el Periódico ni siquiera me parece comparable con mi papel de lector, que al final de la partida eso somos todos los escritores. El periódico, pues, nos informa, y muchas veces lo tomamos con el desayuno. De letras, de versos o como se quiera; todo depende de la cursilería con la que uno se haya despertado encima.

Walter Benjamin ya lo dijo una vez más: quien hoy se despierte como Enrique de Ofterdingen debe haberse quedado dormido. En fin, cómo contestar a eso; sin embargo, todavía algunos soñamos con la flor azul. Aunque sea diluida en gotas de texto que no existen: que de eso se trata el mundo virtual, una metáfora que sería perfecta si estas gotas se evaporaran dispersándose para siempre después de disfrutar su espectáculo. Pero es por eso que no hay que olvidar la función del Periódico: resguardar la memoria poética justo en la dilatada temporada de vacas flacas de este género. Labor feliz que nos transmite su entusiasmo.

Y que lo siga haciendo por varios cientos de números más. Lo necesitamos más que nunca. En una de las épocas más oscuras de nuestro país y, por lo tanto, de nuestras vidas. Aquí seguimos esperando, los escritores y, medularmente, los lectores. Brindemos.