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No. 100 / Junio 2017


Juan Antonio Masoliver



Este cuadro inoportuno
de la mujer bajando la escalera
que conduce a la muerte.
La mujer se acaricia los pechos
en la lascivia del espejo.
El niño lame los pezones
a su hermana.
La mujer da luz a un hijo ciego.
Y Dios, al que tanto quise,
está rodeado de ángeles desnudos
con el sexo cubierto
de una nube de vello oscuro
o rubio según el color de los ojos.
Y ahora la mujer sube la escalera
como quien regresa a la vida
y escupe mi vientre,
y maldice a mi madre
que está arando en el cementerio
en espera de la resurrección.
Me hundo en el sopor
de lo desconocido.
Repudio a los pintores de espejismos.
Y el alma se llena de amapolas
muertas.


***

Han cuidado al caballo 
mientras yo estaba en coma
pero no se han acordado de mí
(ni yo de ellos, algo inevitable).
Necesito salir de casa 
para estar solo
y huir de esta soledad que me rodea.
¿Quieren más al caballo que a mí?
¿Se acordarán de él cuando no esté?
Quisiera dormir de nuevo. 
No un sueño eterno,
sino hasta que dure
la interminable vida.
Esta primavera he estado ausente
y ahora vivo en un rencor insaciable.
Ellos se han llevado a mi caballo.
¿Se acordará el caballo de mí?
Pido a Dios
que me deje creer en él
o en algo que consuele.
Pero Dios se ha ido para siempre.
Y yo me he ido para siempre
de todos, pero no de mí.
Cuando salgo a la calle 
oigo una llamada de teléfono
y me consuela saber
que no hay nadie en casa. 


***


Mi vecina sale desnuda a la terraza
a tomar el sol,
a tender la ropa
o a regar los geranios.
Yo leo absorto las Confesiones
de San Agustín.
Mi vecina sale desnuda a la terraza
a tomar el sol,
a tender la ropa
o a regar los geranios
mientras canta sensualmente
una canción que no llega 
del todo a mis oídos,
absorto como estoy en la lectura
de las Confesiones de San Agustín.
Cuando miro hacia la terraza
ella ha desaparecido
y yo cierro los ojos
pensando en la mujer
desnuda cantando sensualmente
una canción que halaga
a mis oídos.