Juan Gelman: la luz suficiente
Carlos Monsiváis
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* * * Se lee menos en general, se lee mucho menos en el sentido clásico de adentramiento en los textos, y, en términos comparativos, apenas se lee poesía porque, no hace falta decirlo, según las prácticas actuales tal práctica exige una especialización, y sin la ayuda de tutores (de críticos) no se avanza en la comprensión de los versos (algo equivalente a la presencia del confesor como requisito del acercamiento de las mujeres a los libros, hecho todavía presente en el siglo XIX). Siempre la teoría paternalista: “Oh desventurado, oh desventurada, tú necesitas a quien lea por ti”. ¿Y quién tiene tiempo para localizar a los tutores? El poeta norteamericano Randall Jarrell anota: “No sólo se insiste en que la gente no lee poesía sino en algo más drástico: si lo hiciera, la mayoría no la entendería. Así, no es únicamente la poesía moderna sino la poesía la que hoy resulta oscura”. Pero si la poesía es un género de minorías decrecientes, y se vuelve cada vez más complejo el entendimiento de los textos, ¿qué es hoy lo oscuro? Desde el punto de vista del acervo cultural y literario, es comprensible la designación si se refiere a Primero sueño de Sor Juana Inés de la Cruz, piramidal, funesta, a un gran número de textos de Góngora o al Paraíso perdido de Milton. Allí actúan la decisión de complejidad, las distancias culturales del tiempo y el desvanecimiento de la teología como meditación casi hogareña. Pero en otros casos la exigencia de una cultura poética previa no equivale a la implantación de lo oscuro. En lo tocante a la poesía latinoamericana contemporánea —cito a algunos de mis clásicos— ¿qué es lo oscuro en las obras de los argentinos Enrique Molina, Olga Orozco y Roberto Juarroz, en las de los venezolanos Rafael Cadenas y Eugenio Montejo, en la del chileno Oscar Hahn, en la del ecuatoriano César Dávila Andrade, en la del boliviano Jaime Sáenz, en la del colombiano Raúl Gómez Jattin, en la de los mexicanos Rubén Bonifaz Nuño, Eduardo Lizalde, Rosario Castellanos y José Emilio Pacheco, entre otros? ¿Y qué es lo oscuro en la obra del premiado y muy leído Juan Gelman? Y aquí la pregunta se reitera: ¿no son leídos porque son en sí mismos oscuros o ásperos al trato de los lectores, o porque al juzgarse de antemano difícil su poesía no se intenta el abordaje? ¿Qué fue primero, el amor a la metáfora o la necesidad de no buscarse problemas al requerir de textos recompensantes? * * * ¿Qué es lo oscuro en el método de Gelman? Al ejemplificar, cito su poema “Nota XIII”: cada compañero tenía un pedazo de sol/ El texto contiene la crítica y la autocrítica de un movimiento radical disuelto en la tragedia, pero, y en esto Gelman es categórico y justo, del cual permanece lo primordial, un hecho en sí mismo poético, y conste que no dije romántico, aunque el término a fin de cuentas no me disgustaría. Los vencidos, los dispersados por la muerte, sustentan pese a todo una causa en última instancia poética porque en el inicio de su acción se intenta el rescate de lo humano, del salir cada quien de uno mismo y dirigirse hacia los demás. Esto lo sintetiza con lucidez el mexicano Julio Torri, en su aforismo: “Toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud? (Y de una mujer, Mara, también de una mujer, recordemos que Torri escribió esto en los principios del siglo XX). Como en el caso de casi todos los poemas y novelas y ensayos este texto requiere de un conocimiento previo, el de Argentina y los movimientos armados contra la dictadura y el fracaso militar y la pertenencia de Gelman a esta corriente, y su exilio (que deja de serlo en México para, al mismo tiempo, volverse arraigo). Pero el poema admite y demanda la otra lectura, no tan específica sino más vasta, igualmente dolorosa pero con ánimo trascendente, como le corresponde a la causa perdida cuyo epitafio pasa del reconocimiento de los errores a la valoración de los motivos. Gelman es complejo pero no oscuro, una vez definidos el tema básico queda en cada texto el ir del asunto narrativo a la poesía, del duelo a su destilación en imágenes, del dolor a la alabanza de los rasgos primordiales de esas vidas que se refractan, conocen de largos paréntesis de vigilia melancólica, y luego, se recuperan en el ámbito donde conviven lo generoso y lo poético. Por eso, en Gelman es tan fundamental la consideración de lo que, en su impulso, se volvió irrealizable. Acudo a un fragmento de Bajo la lluvia ajena (Notas al pie de un derrota). Hacemos cola ante el país, al descampado, llueve, La oscuridad de estos versos se produce si se intenta extraer de ellos un mensaje, no lo hay, sólo la sucesión de imágenes que brotan en el descampado, a la hora de la derrota de los pueblos o las comunidades, cuando las nacionalidades sudamericanas se mezclan, los gentilicios se flexibilizan, (“argenguayos”) y “lo gratuito” (que suenen las comillas como distanciamiento) señala la vocación inesperada de Gelman: “senos de una mujer arrastran cielo/ lenguas de fuego lamen a los santos/ las calaveras pasan pajareando/”. ¿Esto vuelve al poema oscuro o confuso? No, si los lectores reconocen el poder y el deber de la fragmentación; no, si la unidad del texto se acepta como la consecuencia de la modernidad, tan hecha de saltos ilógicos al principio, tan lógicos al recuperarse de las sensaciones. * * * El fervor del público de Gelman, en Argentina desde luego y crecientemente en América Latina, proviene en lo básico, más allá de la política, del ímpetu ganado a la desconfianza ante la poesía, en el amor a lo esencial que está allí a la mano, a la disposición del origen primero de los textos, no la lectura sino la relectura, ese dirigirse a lo que se moviliza en todas las ocasiones, “no hay página quieta” por así decirlo, nadie mete las manos dos veces en el mismo río, nadie lee dos veces el mismo poema, nadie experimenta dos veces la misma emoción literaria, ésa que conocen tan bien los seguidores de sus hallazgos, un término con el que califico a los lectores que regresan o nunca en verdad se van de los poemas que califican de fundamentales, digamos y aquí deslizo mi horizonte canónico, de Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Octavio Paz, Borges, los poetas de la Generación del 27, Lezama Lima, Eliseo Diego, Virgilio Piñera, Gastón Baquero, cada lista indica lo irrenunciable de los gustos poéticos adquiridos, ese patrimonio de la humanidad en las memorias individuales. Y la permanencia se alcanza a través de un proceso muy largo. Ahora recuerdo al general de la Revolución Mexicana que al escuchar el gran verso de Darío en su “Responso a Verlaine”, Que púberes canéforas te ofrenden el acanto, comentó: “Sólo entendí el que”. La anécdota es muy elocuente porque a través de la profesión de ignorancia, recuerda lo que permanece, el sentido fundacional del verso, su música, que anuncia la comprensión y que constituye la naturaleza del entendimiento. Como nunca antes, se ha perdido o, mejor, se creen definitivamente extraviadas las claves de la aproximación a los textos poéticos, y esto sucede porque, de un modo u otro, se les quiere leer como prosa. Hoy se habla en la prosa elemental y se vive en la prosa de sobrevivencia, en el sentido de lo que fluye hacia lo prosaico, hacia lo elemental que se jacta de serlo. Los que actúan así están en su derecho pero, también, proceden en su contra de algunas de sus mejores posibilidades. Esto lo capta perfecta, lúcidamente Juan Gelman, un poeta que no renuncia a la prosa porque cuando la necesita, la incorpora con gracia y elegancia a su poesía.
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