Por Carmen Sánchez
¿Cómo llegó la vocación de poeta?
En mi caso está asociada con la infancia: mi padre era poeta,
y yo crecí oyendo poesía; no sólo la poesía de mi padre sino la de los
poetas que él amaba. Él fue un poeta que publicó hasta el final de su
vida, le publiqué yo, le publicó Huberto Batis; Juan Carvajal. Publicó
tres o cuatro poemas hacia el final de su vida. Cuando murió estaba
trabajando su libro y yo lo terminé; saqué una edición de autor bajo el
logo de la revista Ixtus, que se llama Bajo el árbol del drago,
donde reuní toda poesía de su vida, o lo que pude rescatar, porque
mucha de su poesía la hacía y la aprendía de memoria. Se fueron muchos
poemas con él mismo y pude rescatar lo que mi madre guardó, que ella
apuntaba en un cuadernito y que era lo que trabajó al final de su vida,
en el taller de poesía. Es, entonces, un libro breve, pues quedaron
muchas cosas, por desgracia, perdidas.
Yo crecí oyendo todo eso; a los poetas favoritos de mi padre, que él
me recitaba. Mi padre decía poesía magníficamente: Lorca, López
Velarde, los modernistas, Miguel Hernández. ¡Me encantaba que sonara!
Desde entonces amé la poesía. Ahí estaba la vocación, pero fue
problemática porque verla en un padre es difícil y ––aunque fue mi
mejor amigo–– la figura paterna, sus poemas, me pesaban mucho. Nunca me
atreví a escribir, aunque leía poesía.
Fue hasta la preparatoria, donde encontré a Fabio Morábito y a Tomás
Calvillo; ellos escribían poesía y me sorprendió cómo unos muchachos de
mi edad se atrevían a una cosa que para mí era absolutamente sagrada. Y
gracias a ellos pude desatar esa vena que ya venía desde mi infancia,
desde mi padre.
¿Y luego de la preparatoria, ese proceso creativo cómo empezó?
Uno empieza imitando; creo que todo parte de la imitación de los
maestros; hay que pensar en el Siglo de Oro, que revolucionó la poesía:
¿qué estaban haciendo los poetas? imitando a los clásicos. ¿Qué hizo
Darío, cuando inicia el modernismo, sino imitar hasta el plagio a
Verlaine? ¡Hasta morir como Verlaine! Es en esa imitación, en esa
introyección de los grandes maestros, que toma forma el poeta.
Uno tiene varios maestros. Personalmente, pienso en san Juan,
Saint-John Perse, Rilke. Sobre todo los místicos. Y, de los mexicanos,
Jorge Cuesta y Gorostiza me fueron imprescindibles; el padre Ponce.
Pero el fundamental ha sido san Juan; quizá de ahí viene el epíteto de
poeta católico, ¿no?
Hay que tener valor para hacer esa poesía…
Yo nunca he tenido problemas con eso, la verdad es que me ha valido
absolutamente madre lo que digan de mí. Creo que ser original es ser
fiel a uno mismo. No fiel a la innovación, sino al origen que es uno.
En ese sentido, son cosas que me dio mi padre: Cristo y la poesía. Y
esas tres cosas bastan para formar una vida. ¡Me vale absolutamente
madre lo que puedan decir!
Por otra parte, me tocó una época donde las vanguardias y las
posiciones ideológicas comenzaban a fracturarse. En los setenta, cuando
ya hacíamos poesía más seriamente, a los veintitantos años, nos
apoyábamos; no había posiciones de grupo ni mafias. Hubo mucha apertura
entre los poetas de mi generación; estaban abiertos a recibir gente que
antes la poesía vio con sospecha. Gente de filiación católica, como yo,
aunque siempre hubo esta tradición; nuestro poeta nacional es un
católico: hay qué ver el catolicismo de López Velarde, ¿y Pellicer? O
el padre Ponce, que fue soslayado hasta que Zaid lo rescató. Pero no me
tocó ser un católico vergonzante como fueron muchos que, después,
cuando acabó la satanización contra lo religioso, salieron del clóset.
Hay católicos de clóset.
No hay una gran distancia entre el sentimiento del poeta sufi y lo que escribe usted.
Porque la base de todo es el enamoramiento. La base de la vida
espiritual es un enamoramiento del totalmente Otro. ¿De quién se puede
hablar cuando se está enamorado sino de la amada o el amado?
¿Ahí yace lo confesional de su poesía?
En este enamoramiento… Es un enamoramiento de Dios a través de Cristo y
de la Iglesia. Pero ese estigma de lo católico… ¡Vaya! ¡Uno es un
poeta! Es como decir que Neruda era un poeta comunista.
No niego mis fuentes; sin ellas no sería el poeta que soy. Como he
dicho, la Iglesia es mi madre, y puede ser una puta, pero es mi madre y
la amo así; no se puede renegar de la madre. Me ha dado una identidad,
una comunidad, un sentido de pertenencia y me ha dado a Dios. Y no
puedo negar mis orígenes porque eso sería perder el sentido de la
existencia. Lo mejor del mundo nace de la preservación que articula
algo nuevo.
¿Cuál es la vía de su poética: la ascética, la mística o, la religiosa?
En una parte lo ascético y en otra lo religioso, pero creo que la vía
espiritual fundamental es la ascética y la mística, juntas. Caer en la
pura ascética es, de alguna forma, caer en el totalitarismo, y
abandonarse a la mística es caer en el New Age, donde todo se vale. Hay
una extraña y necesaria dialéctica entre ascesis y mística; son el
anverso y el reverso de la misma moneda. Perder uno es perderse.
Hay una distinción entre el poeta y el místico; son dos cosas
distintas. Un poeta puede tener una visión mística, y no necesariamente
es un místico. La conjunción místico-poeta es excepcional. Por eso san
Juan es un caso extraño en la poesía, junto con santa Teresa: los
únicos grandes místicos-poetas. Es una conjunción difícil.
Por otro lado hay poetas que tiene una visión mística, y puedo
considerarme de esos, pero nada más. No místico en el sentido de
santidad. Uno busca construirse en función de eso, pero quizá se es
simplemente un creador, un hombre al cual se le impone una mirada. Tal
vez termine por decir, como Léon Bloy, una frase terrible: “No hay
mayor tristeza que no haber podido ser santo”.
Es posible tener una visión mística pero, a un místico, en primer
lugar, no le interesa crear. Veamos a san Juan: su poesía se reduce a
un puñado de poemas. Escribe por otras razones. A diferencia del poeta
que, como dice Borges “El mundo me ha hechizado” y va de la cosa ––la
multiplicidad del mundo–– al misterio fundamental que la hace posible;
el místico viene de la experiencia de la posibilidad de la cosa y mira
la cosa desde donde Dios la mira, por eso le vale madre crear; ya vio,
ya estuvo ahí y tiende al silencio. Por eso esa extraña simbiosis: hay
poetas místicos, pero son pocos los místicos-poetas. Juan es
inquietantísimo para los poetas porque no es un poeta, y es
sorprendente cuando toca la poesía. Todo se vuelve un análogo de…Hablan
de lo inefable, y la poesía se vuelve un estallido: termina siendo ese
no sé qué que terminamos balbuciendo los poetas que queremos hablar de
esto.
Es una obra breve, muy trabajada ¿y la métrica?
Soy un poeta sordo, me ha costado mucho la métrica. Es efecto de lo que
decía Paul Valéry: cuando algo se escribe con mucho trabajo se lee con
facilidad; y lo que se escribe con mucha facilidad se lee con mucho
trabajo.
Han sido muchos años, He tenido que aprender a oír. Siempre preguntaba
a mi padre ¿por qué suena? ¿por qué hay esa música? A la hora de
escribir esa música no salía, me costaba mucho trabajo oírla en mí
mismo, la podía oír en los otros, pero me era muy difícil en mí. Por
eso soy tan bruto con los idiomas.
Y la traducción me costó. Era el más burro de letras francesas. Fue
mucho trabajo aprender el francés, fueron muchos años de trabajo. Ahora
sí puedo oír el endecasílabo, decir cuando hay uno equivocado; pienso
en endecasílabos, en eptasílabos, en octosílabos. Pero fue un largo
trabajo de introyección para oírlo en mí interior. Una parte de mi obra
está hecha en liras encabalgadas, en el verso de san Juan; o en silvas,
como mi primera obra. Era un reto tomar una figura tan española
––porque la lira nada más existe en español–– del Siglo de Oro, y un
reto tremendo después de haberla tocado san Juan y fray Luis. Yo pensé:
“A lo mejor se puede llevar a algún otro lado”.
¿Se trata de la renovación de la métrica?
Esa ha sido mi tesis. Ahora estoy escribiendo otro metro. En mi último libro publicado, la Lectio,
escribí en un verso más amplio. Hoy trato de hacer armonías no a partir
del metro y del acento, sino a partir de la pura acentualidad, que es
lo que descubre Darío. No es el metro el que determina el ritmo
poético, es el acento, por eso él desata de tal forma que puede hacer
versos de hasta 30 sílabas. La repetición, el juego acentual, permiten
una rítmica. Así que luego de muchos años de trabajar con el verso bien
pulido, puedo empezar a desatar el verso y experimentar músicas
distintas, que nacen del juego acentual y de esa voz que se siente en
el propio verso.
El verso libre no es tan libre; es una introyección de toda la
tradición. Siempre les digo a mis alumnos: no se amanece poeta: la
poesía, antes que nada, es la fabricación de un objeto bien hecho a
partir de sus leyes. Es un quehacer del orden del intelecto práctico.
Puedo tener una carpintería, pero si no tengo el oficio, los
instrumentos valen madres. Hay que tener el oficio de la métrica que da
la tradición; es la herramienta de trabajo. Si la fabricación de ese
objeto pasa a la transrealidad, al misterio, entonces se logró un buen
poema, no sólo en el sentido de la fabricación de un objeto bello, sino
de algo trascendente.
¿Qué lugar ocupa la poesía en su vida?
Uno de los fundamentales. Mi obra es breve y tengo tiempos en que no
escribo, pero siempre la leo. Creo que la poesía es una mirada más que
nada. A veces adquiere una forma para hacerse presente ante nosotros.
Se vive como poeta, es una forma de vida que a veces se concretiza,
encarna en una forma.
A veces no está uno, no encuentra la carne donde el verso pueda
encarnarse y se abandona; algún día aparece. La poesía es misteriosa:
se trabaja en los sótanos del alma. Emerge como un misterio.
¿La poesía es el lenguaje de Dios?
Es el ropaje de Dios. No sólo la poesía, el arte en general. Los peores
momentos de decadencia que ha vivido la religión, como estos, son
precisamente cuando no hay arte. Los himnos, los salmos, la liturgia,
las catedrales medievales góticas y románicas eran la presencia de Dios
a través del arte. Uno de los nombres de Dios, quizá el primero, es
Belleza. El mundo es bello; Dios es bello; su presencia primera es la
belleza. Y tiene bondad y verdad: los trascendentales. Belleza es el
primer nombre de Dios y ha sido su ropaje en el mundo de la religión.
La decadencia llega cuando la religión ya no tiene arte. Se vuelve una
pura palabra ideológica.
Me encantaría ver en la liturgia mexicana poemas de Manuel Ponce, ¿por
qué no?, de Francisco Aldapa o de Concha Urquiza. Los Salmos fueron
escritos por poetas, también los libros proféticos. Las grandes obras
arquitectónicas de las catedrales, las pinturas sacras ¿quién las hizo?
¡La música! el mejor músico de música sacra es Bach, un luterano. La
iglesia tiene un terrible temor de sus artistas cuando debía
incorporarlos a la vida litúrgica. Por eso la iglesia actual suena a
vieja, porque quedó en el pasado y no articula el pasado hacia el
presente ni genera esa construcción inmensa que es la Iglesia
peregrina.
¿Hay alguna relación entre el Cantar y sus Bodas místicas?
Es uno de mis temas fundamentales, sobre el que estoy ahora
escribiendo. Es el asunto de la encarnación. La maravilla de la iglesia
es que es plural auque se crea monolítica, es de una riqueza inmensa y
hay muchas teologías. Una que imperó fue la de san Agustín, es una
interpretación de la revelación que parte de los postulados platónicos,
es dualista; divide alma y cuerpo. Me sorprende ver a los católicos
hablar de la inmortalidad del alma pero no de la resurrección de la
carne. Nuestra fe también es que la carne va a resucitar. Dios se
encarna. Como dice santo Tomás, no hay nada que no pase antes por la
carne; la experiencia de Dios pasa por la carne.
Es difícil usar el término porque no tenemos una palabra en español
para decir esa carne; los franceses tiene dos, los ingleses tiene meet y flesh; me refiero a la chere
de los franceses. Aquí uno dice carne y se piensa en la carnicería,
pero la carne es la percepción, es el verbo. Yo no me veo como cuerpo,
me experimento como carne; la veo a usted como cuerpo, pero la
experimento en la carne; no sé si me explico, a través de mis sentidos
y de mi experiencia carnal, que es verbo también.
Lo que intenté en las Bodas místicas es hablar precisamente de esa
experiencia amorosa que pasa por la carnalidad. Cristo pasó por la
carnalidad y cada uno de nosotros tiene esa experiencia. Santa Teresa
es muy aguda cuando les dice a sus discípulas: “Nunca prescindan de la
carne de Cristo, nunca prescindan del cuerpo de Cristo”. Para santa
Teresa es una relación carnal en el mejor sentido de la palabra, porque
no hay espíritus desencarnados en este mundo. La experiencia de Dios
resuena en mi cuerpo, los místicos lo saben, ¿por qué la obra de san
Juan? La experiencia de Dios resuena como Eros. Y si uno lee la
Transverberación de santa Teresa, a partir de la cual Bernini hizo su
escultura, encuentra que ella dice: “Sentí unas delicias espirituales y
de otros órdenes.” Yo intenté un poco eso; es el lenguaje de los
enamorados, imaginaba a María Magdalena arrebatada frente al amor de
Dios, de la presencia carnal de Cristo. Y Cristo arrebatado frente a la
presencia carnal de esa que fue su amiga.
Para entender la dimensión del arrebatamiento hay que leer el Evangelio
de san Juan, que era su amigo. Juan dice: “Yo lo olí, yo lo toque, yo
me recliné en su pecho: anatema al que no crea que se encarnó, que Dios
es carne”. Cuando hablamos de la belleza es eso; resuena la belleza en
nuestra carne; cómo resuena en esta carne. Es el mundo del poeta y
también lo es del místico. Hay que leer la mística para oír grandes
poemas eróticos. Debe ser cómo el hueco del Eros, si no fueron poseídos
por Dios, no tendrían la nostalgia de Dios. Como cuando se vive el amor
erótico; cuando uno está enamorado se experimenta la fusión y luego el
separamiento como un terrible hueco y una demanda.
La tradición platónica nos ha hecho mirar dualmente al hombre, pero
somos espíritus encarnados; se nos prometió la resurrección de la
carne, no del cuerpo; la resurrección de la experiencia de la carne:
sentir de nuevo el mundo de Dios. Ese poema intenta dar cuenta de esa
experiencia, ese fue mi intento. Ahora estoy trabajando en una poesía
que quiere hablar de esta experiencia carnal de Dios.
¿La presencia desierta es esa añoranza?
Es esa presencia que no se puede asir, y que su presencia, ese mismo
desierto es un oxímoron. Una presencia que está en su no estar.
Traduce usted poetas…
Toda la obra de Lanza del Vasto, una antología que está en El Tucán de Virginia: La cifra de las cosas.
Algo de Saint-John Perse, poemas sueltos. Unos salmos de Michel de la
Tour. Traduje con un amigo, Georges Voet, algunos poemas de Arseni
Tarkovski, padre de André Tarkovski. ¡Qué poeta! Todos los poemas que
están en El espejo de Tarkovski son del padre y están dichos por su propia voz. Cuando uno escucha los poemas de El espejo está oyendo a Arseni Tarkovski. Y tradujimos, él y yo, que están en el número de Ixtus sobre cine, los poemas que están en El espejo.