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Deshuesadero
Román Luján,
Fondo Editorial
Tierra Adentro,
México, 2006. 

Por Natalia González Gottdiener
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 Poco a poco me fui dando cuenta del grandísimo poder
que tenía en el tintero y que dejaba actuar a voluntad.
Y entonces llegué a esta conclusión: cada escritor
puede matar a su propio personaje en sólo dos líneas.
En cambio, para matar a un lector, o sea a un ser humano
de carne y hueso, basta transformarlo por un instante
en el personaje de un libro, en el protagonista de una biografía.
El resto es fácil.

 

Milorad Pavic

 
 
 
 
 
 
 
La crítica de cualquier libro es peligrosa en cuanto a que prive al visitante de las páginas desconocidas una lectura más libre y sin prejuicios. Hay escritores que han buscado matar al lector en el vuelo imaginario del libro, y el lector debe dejarse matar sin chistar, lo que será experiencia significativa. Espero, en estas reflexiones sobre el poemario de Román Luján, no matar al lector previamente; sino abrir el expediente del caso, al estilo Gilberto Owen cuando afirmaba que leer un libro de poesía semeja a la resolución de un asesinato.

En Deshuesadero se encuentra un tema común en la poesía: el desamor o la pérdida de la amada. Hasta aquí presencio un poemario típico, a simple vista. Será importante en la lectura seguir la pista de una anagnórisis, de una purificación, de una vuelta al  interior y a la soledad.

La construcción Deshuesadero me figura a las palabras del Dios mesopotámico Marduk “Solidificaré mi sangre, de ella haré hueso”. De esa sangre deífica surge el deshuesadero de la humanidad. En Román Luján, la sangre es la tinta y deshuesarse implica dejar en el papel la experiencia versificada. El cadáver del ser que fue escrito será alimento para el lector carroñero de buen diente. Lujan no quiere matar a su lector, quiere ser devorado por él… De allí el epígrafe de Abdellatif Lâabi. “Hay un caníbal que me lee”. Uno podría dudar de su cometido, pero clarifican la duda los siguientes versos: “…ya que recorres/la mitad de esta página/ ajústate el babero a la camisa/ el tenedor colmillos/ la espuma de tus fauces/ Aún no queda limpia/ una orilla de morbo.” La ilusión del lector antropófago surge como designación de lo erótico. Bataille en su ensayo El erotismo dedica todo un capítulo a tal festín que “vuelve desinteresado todo egoísmo”.

Dice Luján “Basta un guiño de pezón para que el ansia/ me traicione un devaneo cachondo en el perfume…” Sin temor a errar, en todo humano hay un “ombligo carnívoro”… El lector curioso que llega a esta parte del poemario, no puede hacer más que sentirse parte de la metaficción planteada por Luján en este juego entre poesía y anécdota.

Las reflexiones no terminan aquí, esto es una muestra del ambicioso deseo del poeta, bien armado con epígrafes, con los que convierte en sus aliados a cada escritor que cita, no sin cierta trampa, como verán al final de la serie reflexiva.

El poeta utiliza claves de la concepción antigua de los alquimistas para ayudarse a cerrar un determinado ciclo de experiencias; para ello, debe purificarse y así obtener una conciliación consigo. Mircea Eliade con su libro Herreros y Alquimistas fue mi apoyo para defender esta mudanza interna del poeta mediante la vía alquímica. Román Luján se nombra forjador de sus imágenes  “esas tardes que forjo y deshilvano/ tu sombra numerosa en los espejos/ que  a ciegas recorrimos”.

Antes de la herrería, cabe irse  un poco más atrás: al artesano, artífice del barro. Se escribe con el pulso en el pulgar y el índice. Aunque no hay un torno, hay tinta, hay grafito: plomo.  Mencionaré los títulos dónde habita tal mitología antigua y/o ciencia antiquísima: "Lobezna o Barcarola", "Nigredo"  (uno de mis favoritos por su claridad léxica y sinceridad), "Guijarros", "Atanor" y "Albedo". De los cinco destacados es "Atanor" el importante. Un atanor es un horno de fusión, es el cuerpo operador, mientras que el crisol resulta el embrión. El laboratorio alquímico es la metáfora del vientre materno.

Un alquimista completo busca transformarse en andrógino alquímico. Existen  tres principios fundamentales para el alquimista: sal, azufre y mercurio, que se simplifican en la triplicidad del cuerpo: la densidad: el alma, el sulfuro: lo móvil y el espíritu: lo que conecta, en orden respectivo al de su elemento.  Luján establece esta relación en los siguientes versos “me reconstruyo/ con el alma bruñida en la tiniebla/ de la sublimación que fluye/ del negro/ al oro níveo/ al rojo perdurable.” La curación implica dos procesos: "Nigredo": negrura o regresar al ser orgánico y originario, devolver al metal su “mezcla” original; "Albedo": blancura o proceso de purificación; y otros dos procesos que pueden o no llevarse acabo: "Citrino" y "Rubedo".

El atanor simboliza  para el poeta, el cuerpo y el alma de la amada (o el recuerdo de ese cuerpo y esa alma) que es también su propio cuerpo: salvedad interna o desahogo. El experimento es hallar ese equilibrio encontrándose solo. La fusión de los tres elementos en el interior del poeta es la sublimación de la amada en ausencia: la guillotina personal. Una de las claves es el mes de mayo cuando al parecer, el poeta se separa de la amada “Se escondió entre los nudillos/desde aquella noche cíclica/que mayo recuerda entre sollozos”. Otra clave es la búsqueda del yo a partir de la nada, por el nadir y las voces griegas lejanas: “Nadie/ y su ejercito de fango/ desovan en  mis cuencas/ su enferma risotada/ y me abandonan/ ya sin ánima/ que ascienda a este vagón del hambre.” Sabemos también que la alquimia en la tradición hindú, busca la transmutación del cuerpo y la conquista de la libertad. Llegar a "Albedo" es la liberación definitiva.

La última clave será el silencio “…la media comunión con el ritmo/ y el hambre/coronarán mi estirpe/ No la música”. Ocurre con este poemario que los dos caminos que propone el autor van en paralelo: Al autor le compete liberarse y al lector devorar el libro en el  que el poeta escribe el “basurero/ de mis placeres obvios”.

Sobresalen algunas influencias como en este verso cercano a Gorostiza “Ciego de mí fortuito apenas sin conciencia/ en franca expedición hacia el capullo.” O en este otro, ligero acercamiento al poeta Enrique González Rojo “emergía con rabia de mi sangre/ su cuerpo deletreado”.

Como lectora preferí los primeros poemas a los últimos, mucho más metapoéticos (referentes a la poesía o lo poético como tal) y auto- referenciales (donde al poeta se describe a sí, o a su vida.) Aquí el laboratorio no figura más como el cuerpo sino que es el poema: su estilización del lenguaje es una fe evidente, así “como la fe en el ritmo”. La música se liga a la alquimia en el rito, como gestor del sonido universal.

Luján desata el verso sin puntuación alguna, lo que genera posibilidades de juegos léxicos. De pronto intercala mayúsculas, lo que no ayuda a una lectura doble, enriquecedora: “La noche es una orquídea/ ponzoñosa La música dormita.” Quizá hay algunas palabras que pueden tomarse más a intento de erudición: como cuando usa “foja” en vez de “hoja” —aunque se complementan con la ironía y la voz sarcástica de quien se evoca a sí mismo—. Luján acepta que es  “dura cólera estar hueso herido”.

Milorad Pavic me mira desde el inicio severamente. Parece decirme que empiezo a devorar de más y podría venir a matarme. Previo lector: empieza tu prueba en siguiente epitafio “Aquí yace el lector que nunca abrirá este libro, aquí está muerto para siempre”. Acaso leerlo resulte suficiente trampa para continuar.

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