No. 102 / Septiembre 2017

Sandra Lorenzano


19.09.17*

1.

Los rostros demudados. Los pasos rápidos. El silencio.
Así las calles la tarde del 19 de septiembre.
No estábamos donde estaban nuestros cuerpos.
No estábamos allí.
Estábamos en el territorio del miedo.
Unos con memoria de más de tres décadas. Otros estrenándose en esto de los viejos horrores.
Después vinieron las manos, la solidaridad, los amigos, los abrazos, las búsquedas, las lágrimas, los perros, los albergues, las noches en vela.
Después.
La espera.
Caminábamos todos.
Los rostros demudados. Los pasos rápidos. Hacia dónde.
Una marea de gente por las calles fracturadas.
El silencio.

2.

Después vino lo demás: las manos, la solidaridad, los abrazos.
Los chavos. De eso jamás dudé: tengo hija. Tengo alumnos.
Los conozco.
Nosotros no supimos cuidarlos. Les dejamos una herencia desgarrada.
Una ciudad que devora a sus hijos.
El designio feroz de un fuego que arrasa la memoria.

3.

Me quedo con unas algunas imágenes:
El silencio para escuchar los sonidos de la vida.
Los aplausos.
Las cabezas que se inclinan ante el cuerpo rescatado
(allí estuvo quien ya no está).
Las costureras. Nuevamente: la pobreza no cambia de destino.
Las cadenas de mensajes que piden y que ofrecen.
Los que no han dormido.
Las cintas amarillas cerrando las entradas.
Los encuentros sin palabras y el demasiado ruido.
Las listas que crecen cada hora
(llamarlos a todos por su nombre, escribió Ajmátova).
El polvo dolido que vuelve en los versos de Pacheco.

4.

No se confundan, esto no es poesía: es el quiebre de la lengua para siempre.
Quien dice euforia –a pesar de todo– 
Quien dice triunfalismo
No sabe que las grietas nos habitan.


* Este poema fue publicado en la revista Literal.