No. 102 / Septiembre 2017
“El ojo límpiale con el codo” de Pedro Serrano
“El día del derrumbe” [fragmento] de Juan Rulfo
“El puño en alto” de Juan Villoro / “Fist held high” traducción de Richard Gwyn
“85/17” de Juan Gutiérrez-Maupomé
“Ja të´ëjk myijawyën” / “Primera construcción” de Juventino Gutiérrez
“19.09.17” de Sandra Lorenzano
“Gardenia 35 (1985 y todo eso)” por Carlos López Beltrán
“Notas después del S19 2017” por Emma Julieta Barreiro
“(Otro) 19S” por Ana Romero
“[JE VOYAIS BIEN QU'ON DECHIRAIT TOUT...]” por Jean Portante
Pedro Serrano
El ojo límpiale con el codo
Cada uno vive lo que nadie. Eso que nadie vive sino yo solo y sólo yo es incomunicable. Me mantiene en infinito aislamiento. No existe afuera ni el afuera. Está sólo en mí pero por eso mismo no para mí. No hay forma de compartirlo. No hay forma que compartir. Lo que se comparte es una forma. Y un poema es eso: una forma. Transforma lo que no está ahí en una forma palpable que transporta eso que no está ahí. Crea así una forma compartible. Al leerlo mi experiencia, única, personal, intransferible, se vacía en esa forma y se comparte. Un poema abre la cáscara de solipsismo de nuestra experiencia. No hay que pedirle más. Es su virtud.
Esto que he ido escribiendo del modo más escueto posible viene de la reacción que la aparición de textos públicos, emocionales a partir del temblor, y que podemos llamar poemas, ha suscitado. Una reacción que pone al poema en un lugar incómodo. No es la primera vez que esto pasa. Como si escribir un poema fuera algo ilegítimo en un momento extremo. Pero es precisamente en momentos extremos cuando nos sentimos compelidos a escribir poemas. Todos. Recurrimos a un uso del lenguaje muy extraño porque no tenemos otra manera de intentar salir de esa experiencia, ponerla enfrente de nosotros, compartirla.
Por eso, en este nivel y ese momento de la discusión, hay que pensar ahí, independientemente de la calidad del texto, en su necesidad. En su necesidad para quien lo escribe y en su necesidad para quien lo pudo haber leído. Como si los poemas fueran para… ¿cuándo? Un poema sucede en momentos sucesivos muy separados unos de otros. Independientemente de su calidad. Y es en este, digamos, doblaje y doblez del lienzo donde debemos fijar nuestra atención. En las razones de su escritura y los vientos de su recepción. Y desde ahí desentrañar, lo que le sucede al poema, lo que nos sucede en nuestra lectura.
En este momento estos poemas son testimoniales. Salieron cada uno por su lado como dios les dio a entender, y aquí están recogidos para su compartimiento.
El ojo límpiale con el codo
Cada uno vive lo que nadie. Eso que nadie vive sino yo solo y sólo yo es incomunicable. Me mantiene en infinito aislamiento. No existe afuera ni el afuera. Está sólo en mí pero por eso mismo no para mí. No hay forma de compartirlo. No hay forma que compartir. Lo que se comparte es una forma. Y un poema es eso: una forma. Transforma lo que no está ahí en una forma palpable que transporta eso que no está ahí. Crea así una forma compartible. Al leerlo mi experiencia, única, personal, intransferible, se vacía en esa forma y se comparte. Un poema abre la cáscara de solipsismo de nuestra experiencia. No hay que pedirle más. Es su virtud.
Esto que he ido escribiendo del modo más escueto posible viene de la reacción que la aparición de textos públicos, emocionales a partir del temblor, y que podemos llamar poemas, ha suscitado. Una reacción que pone al poema en un lugar incómodo. No es la primera vez que esto pasa. Como si escribir un poema fuera algo ilegítimo en un momento extremo. Pero es precisamente en momentos extremos cuando nos sentimos compelidos a escribir poemas. Todos. Recurrimos a un uso del lenguaje muy extraño porque no tenemos otra manera de intentar salir de esa experiencia, ponerla enfrente de nosotros, compartirla.
Por eso, en este nivel y ese momento de la discusión, hay que pensar ahí, independientemente de la calidad del texto, en su necesidad. En su necesidad para quien lo escribe y en su necesidad para quien lo pudo haber leído. Como si los poemas fueran para… ¿cuándo? Un poema sucede en momentos sucesivos muy separados unos de otros. Independientemente de su calidad. Y es en este, digamos, doblaje y doblez del lienzo donde debemos fijar nuestra atención. En las razones de su escritura y los vientos de su recepción. Y desde ahí desentrañar, lo que le sucede al poema, lo que nos sucede en nuestra lectura.
En este momento estos poemas son testimoniales. Salieron cada uno por su lado como dios les dio a entender, y aquí están recogidos para su compartimiento.