No. 103 / Octubre 2017


Julián Garza, corridista completo



Rolando Gómez Roldán



A mediados del siglo pasado, algunos investigadores expertos en el corrido vaticinaron su inminente desaparición, al menos como expresión genuinamente popular. Tal augurio se basaba en la supuesta decadencia que había sufrido el género a partir de los años treinta, una vez que el clima bélico se hubo disipado casi por completo. Curiosamente, en esa misma década nació Julián Garza, quien dotaría a la tradición del corrido de algunos de sus más célebres ejemplares, señales inequívocas de que el género seguía vivo y gozaba de buena salud.

Julián Garza dejó un legado variado en la escena cultural mexicana: como músico, como actor y como guionista; pero sin duda la huella más honda la hizo como compositor, principalmente de corridos. La dimensión literaria de su obra no es cosa menor, basta una somera revisión a sus versos para reconocer el talento extraordinario de su pluma:


En ese camino real
que cruza por los potreros,
hay dos cruces en señal
que sobraron dos sombreros:
uno fue Sóstenes Leal
y el otro Marcos Barreiro.

Esta habilidad le permitió crear algunos de los temas clásicos del repertorio de la música norteña, tales como Las tres tumbas o Nomás las mujeres quedan, piezas dramáticas y muy emotivas en las que se apela a valores culturales que les permiten impactar exitosamente la sensibilidad popular. Caso aparte es Pistoleros famosos, uno de sus corridos más célebres y de los que más veces han sido interpretados; en el cual recoge diversas historias de ilustres personajes que quedaron grabados en la memoria colectiva del noreste de México por su valor proverbial y sus muertes trágicas, relatadas frecuentemente en diversos corridos. Es decir, se trata de un corrido sobre otros corridos, fórmula que ameritó incluso una secuela bajo el título de Herencia de pistoleros, que vino a rematar el juego de intertextualidad que Garza había emprendido con su predecesor.

Ahora bien, cuando se habla de corridos, hay que tener en cuenta que, si bien se trata de una forma de poesía popular, su dimensión lírica coexiste con una dimensión narrativa igualmente importante. Julián Garza no cojeaba de ninguna de las dos, sino que se desempeñaba con igual destreza en una y otra. Por un lado, su facilidad en la versificación se complementaba con ocasionales giros sorpresivos o imágenes contundentes que introducía en los momentos precisos para maximizar su efecto. Así, puede hacer una descripción de un Terrible cuerno de chivo y terminar la estrofa con dos escalofriantes versos sobre sus hazañas:


Un arma de colección,
por todos muy codiciada;
por la punta del cañón
también es lanzagranadas;
a tres bandidos mandó
a la región de la nada.


O de igual manera concluye la historia de Era cabrón el viejo con un recurso sorprendente que acusa la destreza del autor en el terreno lírico al tiempo que maximiza el efecto del hecho relatado, a saber, la venganza:


Habrá muchas despedidas,
pero como ésta ninguna:
una, dos, tres, cuatro, cinco;
cinco, cuatro, tres, dos, una.
Siempre fue cabrón Paulino,
desde que estuvo en la cuna.


Por otra parte, la habilidad narrativa de Julián Garza se manifiesta en corridos como La venganza de María o Asesino a sueldo. En ambos el manejo de los tiempos narrativos es el factor determinante en la estructuración total de la obra, y a ello le deben su efectividad incuestionable. Asesino a sueldo comienza con tres estrofas que recogen una conversación entre un oscuro militar y un sicario que recibe el encargo de matar a tres personajes distintos. En cada una de las tres estrofas subsiguientes va cumpliendo uno por uno con sus designios, hasta que llega al último. Allí, declara sus intenciones al hijo de la víctima y su destino cambia en cosa de dos versos: “el niño no era cobarde / y le madrugó primero”. Lo que se había ido desarrollando lentamente, estableciendo una correspondencia entre las tres estrofas iniciales que reproducen a detalle la conversación y las tres últimas que van presentando los asesinatos cumplidos por etapas; todo da un violento giro que cambia el resultado de la historia y, con ello, su sentido. Algo semejante sucede en La venganza de María, corrido escrito sobre la planilla de Rosita Alvírez: una mujer joven y hermosa desobedece a sus padres al asistir a un baile, lo cual pone en peligro su vida. En el momento más tenso del relato, un hombre se aproxima “con una mala intención” a la protagonista, a quien su madre había advertido sobre la posible presencia del susodicho. En ese punto se produce un corte que introduce una analepsis con la doble función de explicar las reservas de la madre hacia Juan Rentería, así como de postergar la resolución del conflicto. Cuando el narrador nos lleva de vuelta al baile hay un vuelco que altera por completo el desenlace, pues María revela sus verdaderas intenciones al asistir: no está allí para divertirse como Rosita Alvírez, sino que ha ido con la intención de matar a Juan Rentería. Tras esta revelación, el tiempo se alarga, las acciones suceden con mayor lentitud y la última estrofa no pierde detalle de ellas:


Del interior de su bolso
sacó el arma que traía;
le destellaban los ojos
por la furia que sentía;
en medio del alboroto
cayó muerto Rentería.


Así pues, las dotes poéticas y narrativas de Julián Garza saltan a la vista y permean todas sus composiciones. Sus corridos conjugan ambos elementos con maestría para beneficio mutuo, de ahí la calidad técnica que los caracteriza.

Y así como su obra es lírica y narrativa a la vez, también incursiona en los territorios disímiles de lo solemne y lo burlesco: consagrado ya como un compositor serio y de respeto, Julián Garza tomó la decisión de arriesgarlo todo y comenzar a escribir, en su última etapa, temas humorísticos bajo el seudónimo del "Viejo Paulino". Con este personaje encaró la tradición cultural norteña, de la cual él mismo había sido partícipe, y desmontó sus estereotipos con el arma más poderosa que encontró, esto es, la parodia. El macho valiente, intrépido y hasta fanfarrón que protagonizaba acontecimientos como los de Luis Aguirre fue reducido al absurdo, llevado hasta sus últimas consecuencias en las canciones y videos que grabó el artista neoleonés en sus últimos años. El Viejo Paulino, como se hizo llamar en este periodo, volvió a dar en el clavo con su nuevo estilo de corridos chuscos, malhablados e irreverentes, mucho más a tono con la estética que se ha ido popularizando en la música norteña desde que ésta se ha visto ligada con la narcocultura.

Me parece, pues, que si algo debemos celebrar de Julián Garza es su versatilidad, cualidad que le permitió ser simultáneamente un hábil poeta y un diestro narrador, así como incursionar con igual éxito en el terreno de lo trágico y de lo cómico. Su envidiable capacidad de desempeñarse satisfactoriamente en varios frentes fue su mayor virtud. Por eso, a pesar de su fallecimiento, la voz de Julián Garza sigue siendo una de las más potentes de la literatura mexicana.