No. 103 / Octubre 2017


Lenguas originarias


Ch’ulel o lo poético del cine  



Kalu Tatyisavi

 

En medio del bullicio y la saturación de imágenes en estos tiempos, en medio del apabullamiento del cine comercial, principalmente del país al norte, llama la atención el documental Ch'ulel, bajo la dirección de Jorge Creuheras Orozco, México, 2011. Esta película nos lleva a la poesía.

La película no es experimental, y lo que considero muy valioso es su preocupación por lo estético en vez de por tomar partido, es decir, es destacable el tratamiento y la visión del chu’lel (“alma” en lengua de la nación tzotzil); si llamamos poético a lo que nos cuesta trabajo definir, entonces el documental lo es. Sin diálogos o guion, con excelente musicalización y fotografía. Creo que la intención del director y su equipo es ver más allá de lo llamado indígena (sic), pues esto es apariencia, calificativo discriminatorio, voz que no define e imposibilita a comprender los milenios de desarrollo de la lengua y la cultura tzotzil, o de cualquiera de las más de sesente naciones originarias existentes hoy en México.

Surge una primera pregunta cardinal, ¿no habían dicho los invasores, militares y religiosos españoles en el siglo XVI, que los originarios de estas tierras no tenían alma y por lo tanto había que bautizarlos y obligarlos a profesar otra religión? ¿Ahora resulta que sí tienen alma? De tal manera corroboramos que la historia es el discurso humano que necesita modificarse permanentemente. En ese entonces, hubo muy pocas voces que defendieron a estas poblaciones, y toda la iglesia terminó justificando el dominio, la conversión y la situación colonial; situación que persiste en esencia.

Una segunda pregunta después de ver la película es, ¿dónde queda la visión de lástima, limosna y mentiras para con las naciones originarias? Esto es lo que prevalece en lo que se ha llamado neoindigenismo, de lo cual están permeadas las instituciones encargadas del tema desde la Colonia hasta nuestros días. Entonces, aquí confirmamos que el arte es una posibilidad de visión, de relación, de convivencia, de romper la tradición como sinónimo de repetición y visión colonizada. El cine aquí se vuelve propuesta.

Ch’ulel es un trabajo sin el marco de formalidad académica, es lírico, libre, de creación propositiva, y representa una gran labor de posproducción. Aquí, creación se entiende como cambio permanente, apertura y posibilidad. Al tomar consciencia de que todo nuestro alrededor está vivo, gira, se mueve, y de que además somos parte de la naturaleza, aprendemos a ser testigos de ella y a respetarla. Se comprende el porqué estas culturas le llaman a la tierra madre, o por qué se debe convivir con la naturaleza, no modificarla como servicio o explotación. En este documental no se intenta descifrar el paso cansado del abuelo, la huella reflejada en sus ojos o el paso del niño; lo que se hace es poner el oído para escuchar porque se desconoce, hay un respeto a esa forma de vida o lo que queda de ella.

En contraparte, Chu’lel no se atreve a decir el nombre de eso que llama sistema y que no es más que el neoliberalismo depredador y uniformador. Porque, finalmente, ¿el alma es independiente? ¿Es autónoma? Seríamos muy ingenuos si sostuviéramos que es independiente a la condición social del ser humano. Por cierto, ¿dónde está el alma? ¿En el vacío, en el cielo o en el cosmos? ¿Acaso está en el cerebro, corazón o en las tripas? Con poco de raciocinio, y sobre todo de pruebas y argumentos, es muy fácil debatir esta llamada dualidad platónica de hace 2,300 años.

Una tercera pregunta que nos hacemos es sobre el cine como formador de consciencia colectiva, basta con mirar la triste visión que de las naciones originarias ofrecen las películas de la India María, Tizoc, cualquier otra película o telenovela, o cualquiera de las formas del neoindigenismo: academia y burocracia, fundamentalmente; en las que lo que llaman indígena es atraso, inocencia, pobreza, suciedad, cursilería y moralina. Ch’ulel se mantiene a la distancia y respeta culturas milenarias, sean tzotzil o lacandona, porque tienen lengua, cultura, filosofía, religión, arte, ciencia, historia, etcétera.

El cine ha sido un instrumento muy eficaz en la formación de la memoria, de la visión colectiva, pero mal, muy mal harían estas naciones si se basan en él para autodenominarse o encuadrarse. A los miembros de estas naciones se les exige mayor análisis y cuestionamiento de metodologías, es su responsabilidad insistir desde su lengua, cultura e historia.

Ch’ulel es búsqueda, es mirada penetrante, la visión del arte por permanecer en la orilla en vez de tomar partido y ser repetitivo. No da consejos ni recetas. Demuestra que la verdadera obra artística permanece en el tiempo, ronda la reflexión, propone una religación entre teoría y práctica, destaca la realidad directa y material. Si la intención del equipo de la película fue la necesidad de comprender en vez de obtener premios y pasarelas, se lo agradecemos realmente.

El buen cine debe tener un final abierto, de hecho cualquier arte debe tenerlo, a esto nos referimos cuando hablamos de crítica y propuesta, a no desear mover los sentimientos sino provocar reflexión e interlocución.

Esta columna terminará con un aforismo bilingüe, en tu’un savi y en castellano: “Ntia’an kuvi ka’nu ini da intio a iyo in a naan nuun nakani-daa/ Los indígenas no han comprendido que siempre hay un tonto en la historia”.