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No. 103 / Octubre 2017



Orlando Gallo
(Medellín, 1959)



La moto de papá

Negra,
rutilante,
con sus mil centímetros cúbicos,
su parabrisas alto y su cojinería de lujo,

la Harley Davidson
a la que los años han dado en el álbum familiar
un ajeno tinte aristocrático,

es allí, en esas fotos,
al lado de mamá
(grácil y desconcertantemente sensual)

un rastro de ese tiempo
febril e irresponsable,
previo a los compromisos,
previo al primogénito

por el que una desventajosa permuta
habría de dar con la fastuosa nave
en los patios de algún agiotista:

Todo por la cuota inicial de una casa,
Una casa para mí.

 

Maestro

Enseñaré español en el lejano Turkestán.

En medio del silencio que impondré en el aula, diré una y otra vez “esta es una venta” y mis palabras, como un acorde extraño, serán a sus atentos oídos albergue de la poesía.

 

Tesoro

Lugares a los que arribamos buscando la sombra para el amor.

Lugares no resaltados por ningún mapa de turismo, repentinamente ubicados en el centro del universo.

Lugares irrepetibles cuyas rutas de acceso nos hemos encargado de dinamitar, como quien entierra un tesoro con su pasión incluida, con su probable fantasma.

 

Traducciones
                                       Para Antonio Urrello

 Como los mínimos sucesos locales
de una pequeña ciudad lejana:
San Salvador, Algeciras,
Punta del Este,
escuchados en la onda corta,
la noticia de Antonio Machado
en los versos de Raymond Carver.

También a altas horas
ese inesperado encuentro
en que el borracho de Oregon
me presenta al “hombrecillo mayor que se vuelve a enamorar”

rescatándolo así del anaquel
al cual yo lo tenía confinado
junto a otras lecturas forzosas del bachillerato.

 

Aguas claras

En ese solitario paraje el hostelero sacude el polvo de las mesas.

Obstinado repite una ceremonia vacua para un solo comensal: la niebla.

Sin saber si suya o heredada, la costumbre de la espera es en él la banqueta de cuero recostada a una tapia que mide la luz de la tarde.