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No. 103 / Octubre 2017



Darío Jaramillo
(Santa Rosa de Osos, 1947)

2

Canción

Era un nudo de preguntas, era una luz toda hecha de sombras,
       solamente de sombras, era una alegre tristeza de la que renegué
       después, era el cuerpo creciendo para que las preguntas
       crecieran, era una duda insaciable, una duda que abarcaba
       todas las dudas, era la música, la alegría de la música, el vestido
       de la música, la música desnuda, era cuando supe que
       la vida es la poesía, y hubo entonces deslumbramientos, desatinos
       y misterios, constan milagros en la piel de la memoria
       y fue cuando mi débil corazón me dijo que el amor es frágil.
También me dijo que el cielo y el infierno están adentro.
Y me dijo que tenemos alas.
Era la dichosa soledad de los libros, el pájaro rompe el cascarón,
       era el juego y los amigos, era la luz, era la luz hecha de sombras.

 

3

Fue malo. Hubo dolor,
fui el dolor,
nada era yo sino el sufrimiento sin fin,
el ahogo y la desgarradura que sentía en la carne.
Era más que carne
esa herida era yo,
esa herida era más que yo.
Ahora ya no importa.

 

6

Cambios en el cuerpo. Nuevas las sensaciones de la digestión,
     distinto el sueño y sus fantasmas, el cuerpo ya no se fatiga de
     la misma manera.
¿Es otro el cuerpo o es diferente esa parte que no es cuerpo y que
     está ahí?
Si soy cruel, puedo decirlo así: ¿es éste el principio del fin, los
     pulmones en merma, más lento el paso y más espesa la sangre?
O hay otro aquí, otro nuevo que no conoce el lenguaje de mis vísceras,
     otro que apenas se adapta y va más despacio y tarda
     mucho en entender las cosas (sin entenderlas nunca) y sólo
     le interesan dos o tres asuntos, otro que apenas conozco, que
     ni siquiera intuyo.
Pero no es ése el que ahora importa, es el cuerpo distinto sin los
     dolores nuevos.

 

7

Yo soy mi cuerpo, me dicen. Lo otro que me habita no soy yo y
     no llevará mi nombre cuando muera, será parte de un todo
     sin memoria y yo no seré ni la sombra de lo que fue mi alma.
    Yo moriré, yo moriré como carne y como yo, pobre y efímero
    animal, bestia gozosa, y esa otra cosa que es el alma, seguirá
   sin recordarme más.
Mi fantasma no dirá que fui yo porque yo estaré más allá de sus
   recuerdos. El cuerpo de mis gozos se extinguirá entre la tierra,
   será ceniza, y lo otro que estuvo dentro de mí será aliento
   de otro ser, será parte de otra nada.

 

Una elegía

Todavía perduran esas tardes de sol: nada que esperar del
mañana,
todo nos lo daba el día que vivíamos,
un pan desordenado del que confía en todo, sueño profundo, sueño
quieto,
la mínima certeza de la carne con algo de ternura contra la mala
sangre,
una displicente seguridad de que perduraríamos jóvenes, incólumes,
sin mancha ninguna en las entrañas.
Todavía existen esas tardes sin desprecio y sin afecto por nada
que no fuera nuestro goce:
el mundo entero cabía en el lecho donde nos amamos.
Vislumbro un jardín entre brumas: sentíamos el olor de los jazmines
difuminados,
aquella niebla tenía los aromas leves de nuestros cuerpos,
ese perfume que llegó a ser otro perfume,
el olor inextinguible:
todavía cada bocanada de aire me mantiene vivo solamente por
la esperanza de aspirar ese olor.
Corazón depredador, cloaca, ruina de un cielo que fue todo lo
que yo haya sido:
ahora mi palabra sucia ronda aquellas ruinas de mí mismo:
te amé y eso basta,
abrazado a ti fui feliz,
ahora lo sé,
ahora cuando le perteneces a la muerte.