No. 103 / Octubre 2017

Homenaje

Poemas de Washington Benavides




Los reflejos

Tembló el espejo y la luna
que se miraba en la gris
hermana de azogue tuvo
timideces de perdiz

tembló el espejo cariado
(segunda en ferrocarril
bamboleante hacia sansueña
semivacío y sin mí
porque estaba mi cuidado
en un lejano raid
sobrevolándote entera...)

Lo juro
                     yo no era así
todo fue por una noche
que se ha empecinado en mí.



Con los aujeros

“Te quiero más que a mis ojos,
más que a mis ojos te quiero,
y si me sacan los ojos
te miro por los aujeros”.

y si me sacan la lengua
se deslenguarán mis versos
si me rompen los oídos
te escucharé por los sueños
que aprendí a comunicar
por ese oscuro teléfono

y si me quiebran los brazos
y si me cortan el cuello
te anudaré con mis venas
dormirás en el estero
de un cuerpo que ya no es
cuerpo y quiere seguir siéndolo

y si me sacan el son
que enseñorea mi pecho
arrancándolo de cuajo
metiendo la mano dentro
yo me haré el desentendido
con ferocidad entero
vivo en ti por ti cantando

no nací para el silencio!




Tanta vida en cuatro versos

“Una por mí se moría
yo me muero por usté;
usté se muere por otro:
¡qué mundo tan al revés!”

Coplas con sabiduría
que en el camino encontré,
¡tanta vida en cuatro versos!
pa mis adentros, pensé.

“En la puerta de tu casa
tres arbolitos planté:
planté una fe, una esperanza
y un jamás te olvidaré”.

Pero también he plantado
porque te sé precavida
un corazón al revés
y una flor que dice: olvida!

Coplas como “panaderos”,
como nubes, como aquel
mirlo que cantaba, manso,
a orillas del Arapey...

“Yo soy tararira vieja
que busca lo más profundo:
viveza precisa el hombre
para vivir en el mundo”.

Pero también necesita,
y la copla no lo dice:
una mujer compañera,
una canción cuando triste.

“El valor todo lo puede,
hay que tenerse confianza;
y lo que el valor no puede
lo ha de poder la esperanza”.

Coplas que son como un poncho
en un camino invernal,
y al perdido de este mundo
un agua de manantial.

Coplas con sabiduría
que en el camino encontré,
¡tanta vida en cuatro versos!
pa mis adentros, pensé.




Canción del desafío más alto

En el “Adán Buenosayres”
don Leopoldo Marechal
(que Dios lo tenga alejado
del conventillo infernal)
habló de un viejo tropero
y su caso singular.

Por los campos de Maipú
una tropa de invernar
arreaba bajo tormenta,
un rayo vino a quemar
y aquel río de mugidos
se desparramó total.

Galopaban los arrieros
gritando en el tremedal,
volaban ponchos y teros
y aquel trabajo, en verdad,
pudo estar entre los doce
de don Heraclio Cabral.

Se armó la tropa tres veces,
tres veces el restallar
de relámpago y truenos
la vino a descabalar...

El viejo tropero, entonces,
desmontó de su alazán,
peló el facón y mirando
los cielos dijo: “¡Bajá!
¡Si sos macho para tanto
espantame a mí nomás!”

Tan ilustre desafío
no sé en qué vino a parar,
pero la historia la cuenta
don Leopoldo Marechal
y si ya es cosa de libros
no se dude su verdad.




En el viento de la vida

Tanto loco de Coria, tanto loco
vendrás a preguntarme
a qué la galería de bufones
y enanos de Velázquez
a qué tanto deshecho mal dibujo
de la magia del hombre
a qué insistir con tanta escoria y niegas
el día por la noche
a qué bailar la danza de la muerte
pesadilla de El Bosco
con lo horrible, lo torpe, lo canijo
el quebrado, el mongólico.

Y yo sigo con ellos, mis hermanos,
aunque muy bien te oigo
unido a manos, huesos o muñones
en este baile hondo
todo el horror que siento nada vale
tu gesto de asco, nada
el paso atrás del mundo comedido
nada de nada.

Yo voy con el idiota, el leporino,
el castrado, el azul,
el ciego para siempre, el sordomudo
bajo la misma luz.
Y te digo “No estamos solitarios
la vida no es un ghetto
si tú bailas la danza con nosotros
si domas tu desprecio”.

Vamos con Carpinelli o Florentino
el loco o el inverso
con Ataúlfo o Frankilín
ahogados en alcoholes e infiernos,
con Juan de Dios, con el Chichí, el Pavita,
con María o Maneco,
víctimas de los otros, los felices,
marcados con su hierro.

Yo voy con el idiota, el leporino,
el castrado, el azul,
el ciego para siempre, el sordomudo
bajo la misma luz.




Discurso para un aspirante a tejedor

“Las niñas peinan sus cabellos
en los espejos retrovisores”
—dice Bruce Springsteen
en “Nacido para correr”—
“La princesa peinaba sus cabellos”
—dice la cantiga—
“Ya no hay princesa/
que cantar”
—dijo Darío—.
Ata, muchacho,
estas moscas por el rabo.
Si puedes componer estos fragmentos
y el vaso griego no se parece al fin
a un vaso olmeca.
Si esta suerte de espejos
trizados
que contienen
formas de tiempos varios
puedes —a pura paciencia
y sortilegio—
reactivarlas en una
sola muchacha peinando sus cabellos
en el espejo retrovisor del hada...
Si eso puedes,
tu oficio has aprendido,
tejedor de palabras.

Sal al mundo y sálalo.

Consérvalo de esa manera
Con las palabras más rotundas
Que encuentres. Sálalo.
Hazlo cecina.

Porque vendrán después los cazadores
muertos de hambre a buscarlo.




Guía del lector

Buscarás, no una sabiduría
de lo alto, sino un registro
apasionado de otro tiempo
(no del tuyo) un catastro
de sueños, una antesala
ruidosa, olla de la vida.

Hallarás las palabras que escuchaste
cuando estabas despertándote. Las mismas
del supermercado. Pero
también atenderás esos vocablos
que no circulan en tus días
Kubla Khan, Sansueña
para oler otro mundo
cuerpo mágico ¿la Flor de Las
Maravillas de porfirio...?

Los versos deben darte cosas
tensas flameantes
velas banderas sábanas
no deben darte cosas quietas
túmulos tumbas tronos.

Deseas encontrarte en un retrato
anticipado. Darte de bruces
contigo mismo en una esquina.
Decirte: ése soy yo. —Pero no puede
ser. —Yo no vivía. —parecemos
iguales. —Eso se da. Pero no es
eso. El miserable que escribió
los versos pensaba en ti. Echando
a un lado harapos (no de su ropa)
con una negra pluma de gallo
de medianoche, se puso a escarbar
en la tierra magra del porvenir,
y escarbando, escarbando, te sacó fuera
como una semilla.




Un son

1
Si un son me llegara, cuando
el alma dice que no.
Cuando la flor que nació
parece que está llorando.
Y el día, como dudando,
parpadea y parpadea.
Vacío candil que humea
en la rota madrugada...
Yo no pido casi nada
y que venga Dios y vea.


2
Todo lo que amo miro
con ojos de despedida.
No fue una fiesta la vida
y duró lo que un suspiro.
Su aroma amargo respiro
mientras se van los cantores,
y entornados miradores
dicen de mozas dormidas...
Busqué fuentes escondidas,
hallé las de mis sudores.


3
Mas ¿la fuente no sería
esa, la de tanto esfuerzo;
de donde manara el verso
turbio de melancolía?
Decirlo, ya no podría...
(¿Y quién decirlo podrá?) 
Si vertiginosa va
la vida en el remolino...
¿A dónde va el peregrino
que sólo sabe que está?


4
Duermo. Sueño que alguien sabe
—¿será el arquitecto?— y calla.
Él puso al pez en la malla
y en el desierto al agave.
Soltó, para el hombre, el ave
que es tierra y altanería,
delicada simetría
que va de terrón a alondra.
Pero el miedo me atolondra:
cierro los ojos al día.


5
Pero si en la madrugada
un son me llegara! Un son
en la perfecta aleación
del corazón y la nada.
Una canción trabajada
por el miedo y la entereza;
con la sórdida belleza
que sólo la vida tiene...
Pero la canción no viene.
Viene la Muerte y me besa.