Recientemente la colección Abezetario de Poesía –patrocinada por la Diputación Provincial de Cáceres– vio aumentada su estupenda nómina de publicaciones con El libro del Tarot, de Mercedes Marcos. Se trata del primer poemario editado por esta autora a pesar de que ésta ha desarrollado desde muy joven de manera simultánea la docencia e investigación en la Universidad de Salamanca y la vertiente creativa, como demuestran sus repetidas colaboraciones en revistas y antologías literarias.
La humildad natural de la poeta —cualidad que la honra frente a la barahúnda de escritorzuelos deseosos de difundir cualquier página garrapateada por sus manos— la ha llevado a desarrollar a lo largo de estos años una escritura callada y poco interesada por la difusión pública, en la que sus versos han alcanzado altas cotas de depuración. Los lectores de buena poesía estamos por tanto de enhorabuena ante la aparición de un libro que tuvo su primera versión en la ya lejana fecha de 1983 y que sólo ahora ve la luz en una edición tan cuidada como hermosa.
La M mayúscula que le corresponde en el listado de Abezetario resulta de lo más adecuada si atendemos a las claves fundamentales del volumen, sintetizadas en los términos “Magia” y “Mujer”. El gran tema de la poesía de Marcos y su aura esotérica, se manifiestan en la tradición de estudios heterodoxos realizados en la “Cueva” de la ciudad de Salamanca.
El Tarot, nacido alrededor del año 1000 sin que nadie sepa exactamente el significado de su denominación ni quién, dónde y cómo se creó, se revela en la tradición occidental como una vía de conocimiento en la que se funden elementos cristianos, judíos e islámicos. Su lectura nos remite por tanto a una sabiduría universal cuyo legado ha llegado hasta nosotros en forma de mazo de 78 naipes, de los cuales 22 son considerados los Arcanos Mayores. Definido por Alejandro Jodorowsky como “un libro en forma de cartas, el más importante de la cultura occidental, tanto que debería estudiarse en las universidades”, Marcos desentraña su significado como antes lo hicieran Papus en El tarot de los bohemios (1989), Olga Orozco en Los juegos peligrosos (1962), Leopoldo María Panero en El Tarot del Inconsciente Anónimo (1997) o el propio Jodorowsky en Yo, el Tarot (2005) por citar algunos ilustres ejemplos.
Todos estos autores se suman a la atracción por el esoterismo que permea los grandes movimientos estéticos de la Modernidad, desde el romanticismo alemán y el simbolismo francés al modernismo hispanoamericano o el surrealismo, pasando por figuras tan reconocidas como Jorge Luis Borges, que alegorizó el devenir de la existencia humana en una simbólica partida de ajedrez y remitió en El Aleph al arcano del Mago para representar al ser humano como vínculo entre el micro y el macrocosmos.
Entre todas estas reflexiones, el trabajo de Marcos destaca por su indudable adscripción a la poesía del conocimiento y sus hermosas ekfrasis, desvelando en las 23 composiciones que lo conforman —una invocación primera y las consiguientes descripciones de los arcanos— el significado trascendente de cada carta, que viene reproducida con muy buen criterio editorial al principio de cada página.
Por todo lo dicho, es lógico que el símbolo juegue un papel esencial en el conjunto. El lenguaje en clave refleja el paso del hombre por el mundo, siendo al poeta lo que las cartas al “iluminado” que las sabe interpretar. El Tarot se constituye así en instrumento para adentrarnos en las grandes interrogantes de nuestra existencia, con tantas lecturas como tiradas realicemos a lo largo de nuestras vidas. Este sentido de la vida, concebida como un camino sin final seguro en el que afloran por doquier las preguntas, explica el componente gnoseológico de un volumen que busca, ante todo, indagar en el significado de la condición humana.
Si toda poesía es, como ya nos mostrara José Ángel Valente, un gran caer en la cuenta, Mercedes Marcos lo revela fehacientemente en esta y otras composiciones suyas a las que he tenido el privilegio de acceder. La palabra poética se descubre así como reminiscencia que convoca el verbo sagrado. En este sentido, las búsquedas del volumen se acercan a los cuestionamientos sobre la trascendencia realizados por el filósofo Ramón Xirau en los ensayos reunidos en su espléndido Entre la poesía y el conocimiento.
Si “en el principio era el verbo”, la invocación que abre El libro del Tarot adquiere un aura mística no exenta de resonancias pitagóricas y analógicas, con un hablante poético que pide le sea concedida la luz del sol para salir con bien en la tarea de la escritura —“Déjame [...] la clave de tus huesos, tu armonía celeste/ para que todo el cosmos me repita en su eco/ y yo sea sonido de su eco sin fondo”—, que se prepara para la hora del encuentro con la verdad empleando una fórmula ritual en los últimos versos de la invocación: “Ya se acerca la hora/ de las mancias terribles, de las revelaciones”. Este poema de apertura refleja la perfecta trabazón estructural del conjunto al darse la mano con “El juicio” —“La gran magnificencia de la luz abre el Libro/ y una estela de espíritus conforma la lectura”— y con “El sol”, símbolo de sabiduría —como la linterna del Ermitaño— al que solicita “la vida o la ignorancia/ o el saber. O la muerte”.
Frente a Orozco o Panero, que recurren a las cartas de Marsella para indagar en la parte más oscura de sus conciencias —los celos y el ansia de destrucción de la rival en el primer caso; la locura, la compleja sexualidad y la muerte en el segundo—, Marcos habla a través de los naipes del género humano —de ahí su continuo uso de la primera persona del plural—, rechazando la lectura del futuro individual o el consejo a los otros. Su deseo es desvelar las grandes interrogantes de nuestras vidas, hecho que a veces vuelve críptica la lectura de algunos poemas y que los acerca a algunas lúcidas aseveraciones de Valente sobre el quehacer lírico: “Todo momento creador es en principio un sondeo en lo oscuro y el poema un conocimiento haciéndose” (Las palabras de la tribu). O, más adelante, “La poesía no sólo no es comunicación; es, antes que nada o mucho antes de que pueda llegar a ser comunicada, incomunicación, cosa para andar en lo oculto” (Material memoria).
El cariz de nuestra existencia, constituida por igual de luces y sombras —nostalgia de la infancia en La Torre, ansiedad de lo absoluto en Los Enamorados, periplo sin rumbo en El Carro—, explica el desasosiego de imágenes como las de la Rueda de la Fortuna en uno de los mejores poemas del libro, cargado de referencias intertextuales, o la de los hombres, identificados con El Ahorcado o El Loco y descritos en una de las hermosas y frecuentes paradojas del poemario como “vagabundos con sed que a las espaldas/ llevamos la memoria del futuro”.
No quiero concluir esta reseña sin destacar la importancia del signo “Mujer” en el poemario. No podía ser menos tratándose de unos textos basados en el Tarot, del que se ha dicho que propone la posibilidad de una humanidad andrógina que rompa el desequilibrio monoteísta por albergar el mismo número de arcanos femeninos que masculinos. Marcos subraya este hecho ante la poderosa Papisa —“El primer aliento de tu pecho/ te adjudicó un nombre de MUJER”— y lo recalca ante la Justicia, a la que “adora mujer”, la Templanza o el Emperador, que la lleva a escribir con orgullo y con el fin de postular una nueva posibilidad en las relaciones amorosas: “Eres emperador porque yo quiero”.
Hablé al principio de esta reseña de un poemario con M por definirse a partir de las claves “Magia” y “Mujer”. No podía ser de otro modo cuando la autora de estas hermosas páginas responde, además, al nombre de Mercedes Marcos, dos emes para una poeta mayúscula de cuya palabra poética esperamos seguir disfrutando muchos años.
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