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No. 103 / Noviembre 2017



Juan Arabia
(Buenos Aires, 1983)

Sur

Las religiones y las espadas
no dejaron más que voluntades y creencias en el aire.
La amalgama entre el bien y el mal, de Cristo;
el exilio de Buda.
Evangelios Apócrifos: ahora el folklore sigue latiendo
en el viejo conducto del progreso y de la ciencia.
Nuevas máquinas reemplazan hasta el licor del contrabando.

—Me acerqué de nuevo a los textos sagrados.
Es poco el tiempo para leerlos:
el tiempo es nuevo.
Ya no hay látigos sobre la crin de un caballo,
el mundo es un asno quieto.

En el sur crecen las barbas del diablo,
las barbas de indio. 
Dicen que sólo lo hacen donde el aire es puro.
Es un buen lugar para el último saqueo.

 

El océano avaro

Y el que permanece en amor permanece en Dios, o sin él. 
No hay todavía una criatura viva que no haya sido ni buena ni mala.
Defensor de la verdad, Rimbaud trenzó en el cielo su estadía.
Mientras dormía: la brasa de lo que comíamos ayer. 
Voy a ir a Charleville con plata prestada desde el cielo.

Matar al individuo, a la experiencia... Soltar una lágrima. Disimularla.
Vivir en la hermandad del silencio… Perpetuo.
Quiero escribir con el corazón, y olvidar lo que estoy haciendo.
Quiero escribir como el aire es en el mundo.
El océano es avaro, decía el que multiplicó a la ciencia
y la acorraló en una ventana iluminada por el sol:
haciendo explotar los conductos que unen la ballena con el cielo.
Más tarde, la corona no alcanzó la montaña:
y guiñaron el ojo con la complicidad de un padre.
No fueron sus amigos quienes traicionaron
—una o dos ideas despiertas— la primera mañana.

Siempre existe una metáfora que se parece más al propietario de la tierra:
encerrar al animal, dejarlo comer y beber;
no sólo para que reproduzca su piel:
el campo es verde, y dice de qué color es el verde.

Despertando sueños como lo ya vivido.
Comiendo con las puertas cerradas, mucho antes de aprender a cazar.
Cada uno de los vértices esconde una parte del refugio,
del cielo, del campo, de la ciudad.
El ladrillo nació del carbón, mezclado con fuego.
El oro es el invento de unos pocos.

 

Desalojo

Qué decía yo del desalojo.
Si estos cadáveres flotan
bajo el sol de Puerto Madero
respirando las últimas hojas de su vida.
La tumba está abierta de par en par.

La inmensa corriente
arrastra peces sin límites:
sábalos y bagres
se deslizan dormidos
sobre el último sueño.

Algunos flotan simplemente,
imitando  el primer aleteo de su infancia.
La luz del sol es una espada, y sobre el muro
de Jericó palomas acorazadas
se posan respirando de su aliento.

Qué decía yo del desalojo.
Si no hay quietud en este encierro.
Una alfombra tramada
de musgos y cadáveres
se separa de la corriente,

ocultando a los cientos de peces
que arrojan su gusano grasiento.
El perfil del agua
tiene los ojos de una anguila
hambrienta y desesperada.

Qué decía yo del desalojo.
Si estos cadáveres flotan
bajo el sol de Puerto Madero
respirando las últimas hojas de su vida.
La tumba está abierta de par en par.

 

Distrito de los Lagos

Yo, que negué a Cristo en el primer barco,
finalmente entendí el significado de la palabra adiós.
No se trata de una simple despedida:
es el momento en el que todo se hunde
en los blancos y transparentes mares de números,
y se pierde la flor, única prueba
de la existencia de un paraíso.

Es el momento donde se pierde el inmediato calor
de aire que encierra y separa a cada una
de las cosas que existen en el mundo.