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No. 104 / Noviembre 2017



Luis Bravo
(Montevideo, 1957)

 

 

La crecida
                       el principio dice: es diez veces más de lo que se ve, lo
                       que trae el iceberg

Es sólo cuestión de agua y tiempo la crecida…

Pongo a soñar palabras, navegan fuera de mí
Llovía a cántaros y eso encanta, hipnotiza, ovilla, ocurre a prisa
Pasa un carruaje al "útero sideral" decía el cartel
—¿por qué, no? — dije, zambullíme al vino espeso, oleado
Ande late el zinc brilla una flor violeta, rulo, vatio enredadera
Lo gris del verde enciende y fluye sin fin ni fin al fin fluir
Alucinado el día en que ya no está prohibido imaginar
Conjuro los fantasmas crecidos como hongos durante la crecida
La ciudad y el mar al revés frente a frente: uno en el lugar del otro
Los altos edificios navegan lento entre autos rojos y paraguas blancos
Hamácase el largo edificio, colmenar de ojos amarillos
El muelle de piedra en el que nos besamos ingresa lento de serpiente
Alzado rostro en la copa de los árboles huérfanos, sin nombre
Al ruido de motores sucede el silencio, su bendición
No es este el hueso del poema sino la cáscara del fruto
Mantel celestial donde abuelo vuelve a servir el té con miel y leche
Lo que vino a decirse se hundió como pez en la raíz
Entre los papeles manchados de mate y café flota el iceberg del poema
Entre las hojas húmedas de la mano nace un pétalo de luz
—disculpe, Señora Blanca ¿es este el chantar en el actúa el gallo violeta hasta quebrar albor?
Fogonazo crecido en la marea ingente de la lengua
Despierto ojo de buey en la cama del mar enjoyado
Y esa foto movida tomada en la calle Brecha donde berrea Maldoror
Silba sin fin ni fin al fin el fuelle del vien del vien del viento…

La ciudad trae olor a mar, se esparce la notación del neuma
Espanta la sombra del vacío el disparo del flash interior
Quedaste clavado en la esquina como un profeta ciego
Un latido de palabras junta llamas urgentes en derredor
La radio anuncia: un cardumen de sirenas copó las tribunas marítimas del estuario.

Es sólo cuestión de tiempo y agua la crecida…

 

Llorando en crudo

No soy solo un hombre que llora solo.
Soy un hombre que llora y al llorar es otra vez niño.
Soy el niño que llora en el hombro de su propio hombre.

Estas palabras están húmedas.
Lloro mientras escribo. El llanto arde en los ojos.
Es un dolor líquido como el tiempo que perdimos.

No es poético el llanto de un hombre.
Como la poesía este llanto ya no tiene la menor importancia.
No me celebro. Llora el cuerpo del hombre de cabo a rabo.
[No hablo hoy de las mujeres que suficiente trabajo han llorado].

Hay un llorante sentado sobre una pequeña piedra de arenisca.
Y otro llanto chamuscado en el bucle eléctrico del alambre de púas.
No tiene casa, pecho ni hombre adonde regresar el llanto huérfano.

Ese llora atrapado entre el pasado y el futuro,
le fue arrebatado el pasaporte del presente.
No le dejarán entrar a otra vida sino a la huesa herida de la frontera.
Se pregunta si hizo mucho, poco o nada para merecer lluvia de odio.

Se oye el sórdido silencio de los hombres de hierro que vigilan su llanto.
De millones de hombres que lloran está hecho este silencio.
Es un silencio que tiembla apenas como el llanto avergonzado de los viejos.

De pronto llora el cielo rayos láser que dan directo en el corazón
de tiza desangrado bajo los escombros del salón de clases de una escuela.
Un puerto despiadado cubre de agua envenenada el llanto náufrago.
El hombre llora a mares en un mar de lágrimas como granos de arena.

Viaja el llanto en trenes subterráneos.
Llanto de voces sin aliento transporta el Metro a diario.
Nadie quiere ni tiene con quien hablar. El llanto es con nadie hablar.

Indecible jadeo de tren nocturno perdiéndose en la historia.

En un rincón de la ciudad suena alucinado el aullido de las sirenas.
Sus chillidos ensartan las venas de las calles y las horas.
Entonces hay hombres para salvar hombres
y de pronto esa épica se derrite en llanto.

Crece sordo de los hombres el llanto que no pudieron salvar del hombre.
Llanto muerto lleva el hermético trofeo de ese carro negro.

 

He aquí el llanto del perro baleado a pleno sol como un hombre.
El perro que perdió a su hombre entre las llamas del infierno.
El reptil humano entre las piedras del desierto
Y el llanto del hombre pétreo con ojeras de cocodrilo.
Nadie ve en el rostro humano el rastro del llanto animal.

Este es el mar de los hombres que lloran.
Esta noche es posible oír el llanto de los planetas sin rumbo.
No están muertos pero lloran como si lo estuvieran.

Soy un hombre sin luz propia entre millones de estrellas.
Ellas lloran por la felicidad que les ha sido a los hombres arrebatada.
Unos la tenían y no lo supieron hasta perderla. Vano lloriqueo.
A quienes nunca la tuvieron les ha sido igualmente denegada.
Hay una flota de lágrimas a la deriva en el mar de este llanto.

Aquí rechinan hombre, niño y poeta juntos en lagrimal trifurca.1
Los hombres rotos y los que no lo están, ninguno es ya humano.
Esos hombres y yo por diverso cauce estamos en llanto ungidos.

Y nadie ama a los hombres que lloran.
El llanto es la única propiedad por la que ningún hombre mataría a otro.

Soy el hombre que llora hombres antes que ellos se beban su propio llanto.
Un mundo en el que los hombres lloran sin saber que lloran ni porqué.
El mar de los hombres llora a lo largo del pequeño mundo de los hombres.

—Anda, dije, deja ya de llorar como un crío—.
Niño extraviado en el laberinto del hombre por el hombre extraviado.
Juntos los hombres que han sabido llorar en busca de los ojos niños.
Ahora mismo, hijos del hombre, ahora sin más llantos ni tardanza.

 

 

      Escrito entre setiembre 2016 y marzo 2017
desde Notre Dame University (Indiana)

 

 

 

***

 

*Los siguientes poemas pertenecen al libro Lumbre
(Abbapalabra, San Luis de Potosí, 2017)

 

Descenso (con)movido en tierra guaraní

Un soplo de historia, un resplandor
el ala inclinada sobre
la sierpe del río
es real
nítida sobre el agua marrón
la sombra flecha del avión
planea sobre la bahía del Paraguaí

—¿cómo se dice río en guaraní?

como dice el poeta: los ríos son las venas
como dicen los mapas: Asunción es la capital
los ojos apuntan: tejas rojas y chapas de zinc

—¿y cómo se dice «tierra guaraní» en guaraní?

el guacamayo azul en extinción
las ramas torcidas del ascendente Urunday
¿como dicen los Mbya «nube, pájaro, árbol»?

—¿cómo ver lo mismo que el gran ojo que todo lo ve?

¿se entiende si me arrodillo en la orilla de tu río de sangre
y en un susurro digo?: Paraguaí, tierra arrasada de ti, cuñataí

¿se entiende el lamento de mechón rojo de este ceibo uruguaí?

el ala de la nube se disolvió
el latido da golpecitos en el pecho
el avión desciende como un pájaro

—Artigas se exilió aquí durante treinta años, aquí murió

el oriental que te habla al oído como lo hago yo
ahora te pide perdón en nombre de la guerra que te arrasó, cuñataí,
en nombre de aquellos que no hablamos tu dulce lengua guaraní.

 

Una carta es una carta:

no importa la velocidad con que viaje
la carta dibuja ese gesto en la cara del destinatario
tinta sinuosa, arrecife de la voz, estampa o confesión
anécdota banal, letal noticia, caben en su litera:

«hoy lavé ropa que está secándose al sol
tu gato jeroglífico me mira desde el sofá
los niños en la escuela:
la a la e la i la o la uuu del viento...»

«pleno enero, acá hierve allí nieva,
las cortinas vuelan lentísimas
sobre la mesa solitarios fantasmas
caen de la vieja luna del reloj»

«ya se calma la tormenta
es lluvia mansa el ir dejándote, querida;»

«querido, que estés bien,
no es esto lo que haría si estuvieras aquí,
no pude acariciar tu desnudez»

No leas esta carta sino la que escondiste bajo llave:
murmullo en el papel de seda de los sueños
hoja del árbol en la palma de la mano
calma apagándose en la barba crecida de la vela
y no olvides leer lo no dicho
el fino fueye entre los signos, silencio constelado.

Las cartas se escriben con sangre,
una vez seca luce cursi y malgastada y
todas as cartas de amor sao ridículas, mas, afinal,
só as criaturas que nunca escreveram cartas de amor
é que sao ridículas.2

La carta cambia rumbos en la historia:
concordia o guerra entre los reinos:

la carta herramienta de trabajo
carpe donde el fruto crece;

la carta del nativo
enterrada por los dueños de la historia;

ah, voces escritas en el aire donde resucita el búfalo
cartas corales donde vuela el quetzal

la carta veloz del impala triunfa en la llanura
las cartas cuelgan en el peinado afro del ombú;

la carta astral anuncia al tigre bengalí
y el profeta habló de la loba que derrite el oro del sol.

¿Cuánto valen esas palabras mal escribidas
por el hijo al padre que partió a la guerra?

¿Y cuánto esas letras indescifrables de la hija
extraviada en la jungla de la identidad?
…………………………………………………
He aquí la carta al presidente de turno del imperio:
no, míster, usted no es un asesino serial sino masivo
y los medios de propaganda y las fábricas de armamento
le sostienen la mandíbula cuando pronuncia
freedom
sus emes son la muerte: ataúdes blancos sobre un mar de petróleo.

He ahí la carta postal al Papa de la apostólica romana:
«vea su santidad: el sexo es humana forma de amor divino»
prohibirlo es prohijarse demonios en el cuerpo;
y las mujeres bien pueden dar misa
que una de ellas parió al hijo de Dios
que lo conoce como a su propio hijo
conoce incluso al padre
y al espíritu de los hijos de su hijo.

¿Y las cartas dobladitas en la maleta del viaje final?
Tarja en la pizarra innúmera de la noche.
Cartas de Dios que el viejo Whitman encuentra tiradas en la calle,
barquitos de papel por el lago de Solentiname…
……………………………………………………………………………..
Todas esas cartas nadan por ahí y no me las llevo
allí están como la poesía, ¡oh, Isidore!,
para ser escritas y leídas por todos.
¿Y si nadie nunca las leyera
aún serían cartas y poemas?

Esta carta hasta ahora inédita es hipotética
¿quién abolirá su soledad?,
las cartas de la poesía inventan a sus destinatarios.


1 "hasta los lagrimales trifurcas", poema IV de Trilce, César Vallejo.
2 Álvaro de Campos.