No. 105 / Diciembre 2017-Enero 2018


Poesía y Espíritu
 
 
 
 

 
Arte y gnosis

Irvin Payan
 

La teoría platónica del arte concluye que el poeta es un ser inspirado: un hombre poseído por la divinidad, un vehículo embriagado que maquina con el lenguaje el arte de la poesía. La musa ―como llamaban los griegos a esa fuerza misteriosa― suele ser evocada en los cantos antiguos para que el poema surja, como una creación en la cual el poeta es únicamente un intermediario entre dos mundos. Esta idea de la musa la encontramos en las más diversas culturas del mundo: los hebreos la llamaban rauch; los sumerios ―quienes nos han dado la primera literatura escrita― evocaban a sus dioses al inicio del poema; el Espíritu Santo inspiró los cuatro Evangelios; y lo mismo se puede decir de todas esas corrientes místicas que no son sino inspiradas por la experiencia del éxtasis y las visiones de otros mundos que nos han dejado una rica serie de libros iluminados y una poesía llena símbolos. Todo ser humano es susceptible de ser poseído por la musa, “todos los hombres ―escribía Jorge Luis Borges― corremos el peligro de escribir un verso memorable”.

No ajenos a esta idea, los artistas románticos buscaron incluso métodos de acceder voluntariamente a la fuente de inspiración, como lo atestiguan los muchos seguidores de los “paraísos artificiales” que van de De Quiencey a Baudelaire y se extiende a la corriente simbolista, pasando por el modernismo hispanoamericano. A pesar de que la idea de la inspiración atraviesa gran parte de la literatura, no solo occidental sino mundial, hay una fuente frecuentada por muchos poetas hasta ahora todavía poco explorada por la crítica ―acaso por un cierto desdén, indiferencia o mero prejuicio―: me refiero a las fuentes esotéricas también llamadas, con cierta vaguedad, ocultistas.

“Esoterismo” es la palabra usada para englobar diferentes doctrinas de carácter iniciático y secreto, claramente sistemáticas que propugnan un conocimiento más allá de la razón por medio de prácticas mágicas o rituales fundamentadas en una filosofía o cosmología; a éstas les son afines la adivinación y la revelación, que muchas veces los practicantes asumen de origen divino. La cábala, la teosofía, la alquimia, la astrología y la gnosis están dentro de este conglomerado.

Hay una cercanía de estas doctrinas con el arte, los dos ámbitos conviven nutriéndose recíprocamente, tal es el caso de las poéticas e itinerarios estéticos de diversos artistas que han buscado inspiración en tales lugares. En el caso de la literatura, el hermetismo neoplatónico del renacimiento influenció gran parte de la poesía ―baste mencionar el Primero sueño de Sor Juana permeado del hermetismo de Athanasius Kircher―; mucha de la literatura romántica retoma el simbolismo alquímico, como en Blake, Shelley y Balzac, lo mismo la pintura prerrafaelista; los pintores pioneros del abstraccionismo como Mondrian y Kandinsky frecuentaron la teosofía, éste último escribió un tratado estético-esotérico titulado De lo espiritual en el arte; en esta línea, los escritores modernistas como Rubén Darío y Leopoldo Lugones leyeron fervientemente las obras de la teosofa H.P. Blavatsky e introdujeron sus ideas a sus obras.

La idea que, a mi parecer, determina la interacción entre arte y esoterismo es el concepto de gnosis, el cual incluso dio nombre a un grupo de sectas conocidas como gnósticos en los siglos III y IV de nuestra era. La palabra gnosis, ya en el griego clásico, significaba ‘conocimiento’, pero hacía referencia a un saber distinto al que se obtiene por medio de la experiencia, la práctica o el estudio; más bien, se refería a un conocimiento de tipo divino, intuitivo y trascendente: un saber inmediato y absoluto del todo. La gnosis es, pues, un tipo de conocimiento perseguido por muchas escuelas esotéricas, un conocimiento para iniciados hacia la verdad última de cosas, una participación directa del individuo con esa verdad. En este sentido, el poeta mexicano José Gorostiza señalaba: “La poesía para mí es la investigación de ciertas esencias —el amor, la vida, la muerte, Dios— que se produce en un esfuerzo por quebrantar el lenguaje”. Gorostiza entiende la poesía como un sondeo de las verdades últimas, de los problemas más entrañables que preocupan al ser humano pero, a diferencia de la ciencia o la filosofía, la investigación poética se desvincula de los métodos racionales que operan el lenguaje, intenta quebrantarlo para ir a la esencia última de las cosas, como una suerte de gnosis poética, que busca por métodos “metarracionales” la verdad última. No está de más agregar que hay entre Muerte sin fin, el poema más extenso de Gorostiza, y la cosmovisión gnóstica un vínculo analógico muy fuerte que hace posible equiparar su poema con una serie de textos gnósticos.

Por otro lado, las sectas que habitaron durante los siglos I al IV la zona norte de Egipto, principalmente la ciudad de Alejandría, desarrollaron alrededor del concepto de gnosis toda una cosmovisión y un sistema religioso que compitió e incluso en algunas partes influyó al cristianismo. Para estas sectas, hoy llamadas gnósticas, el universo fue creado por un demiurgo desertor, un ser defectuoso y malvado que no forma parte de la divinidad primera. Por ello, al crear el mundo, lo hizo lleno de envidia y egoísmo, de tal manera que muchos de los males en él ―la enfermedad, el pecado, la muerte― son causados por el creador mismo. Para que la humanidad sea salvada, cada hombre debe descubrir, por medio de la gnosis, una chispa de divinidad en sí mismo para que ascienda a la unida primera, de no ser así, la materia defectuosa seguirá causando sufrimiento a lo largo de su existencia.

Debido a que el gnosticismo fue considerado herético y un rival contra las instituciones cristianas, los padres de la Iglesia lo condenaron y dichas sectas fueron perseguidas hasta el exterminio, incluidos sus textos. Gracias a un descubrimiento arqueológico ―digno de ser contado en una novela policiaca―, en 1945 salió a la luz una gran cantidad de textos gnósticos encontrados por un campesino en la localidad de Nag Hamadi (Alto Egipto). Entre ellos, hay una serie de poemas consagrados a la divinidad y otros de índole visionaria. Estos textos no son los originales, son traducciones del griego al copto, los primeros están perdidos, no obstante algo de su carácter poético perdura, como se puede leer en el texto Truena, la mente perfecta:

Porque yo soy el principio y el fin.
Soy la honrada y la escarnecida.
Soy la puta y la santa.
Soy la esposa y la virgen.
Soy la estéril, y muchos son mis hijos.
Soy el silencio que es incomprensible.
Soy la pronunciación de mi nombre.

De alguna manera, la sensibilidad poética convive con la sensibilidad religiosa y se entrelaza a un nivel simbólico. El mundo esotérico brinda a la poesía el material para ser trabajado por medio del lenguaje y expresar mediante éste inquietudes muy similares. Las doctrinas esotéricas se han mantenido al margen de la institucionalización y brindan al artista un acceso directo al conocimiento sin instituciones mediadoras, de aquí que la heterodoxia de estas doctrinas atraiga a los poetas como una búsqueda de saber e investigación sobre preocupaciones estéticas.

William Butler Yeats, el poeta irlandés, fue uno de los interesados en el esoterismo, en la gnosis, a tal grado que llegó a formar parte medular de una sociedad hermética conocida como la Golden Dawn. Una visión, texto publicado en 1925, es libro teórico y a la vez confidencial sobre sus lecturas esotéricas ―que van del filósofo neoplatónico Plotino a los textos teosóficos de Blavatsky― e ideas que él mismo desarrolló para incorporarlas a su poética. A lo largo de este texto, se transluce el itinerario que siguió Yeats para compaginar ideas provenientes del esoterismo filosófico a su teoría estética.

En la misma línea, el escritor español Ramon del Valle-Inclán fue un gran interesado en la teosofía. Incluso dedicó todo un tratado esotérico-poético al tema, que se titula La lámpara maravillosa, el cual se abre con un apartado titulado nada menos que “Gnosis”. Quizá éste es uno de los libros teóricos que aborda la relación entre lo “metarracional” y el fenómeno poético de la creación. En este libro, Valle-Inclán describe una serie de ejercicios espirituales para alcanzar la gnosis, pero nada menos que por la vía del arte y particularmente la poesía. Los métodos de meditación y contemplación son aliados en el descubrimiento de lo que él llama “quietismo estético”, una especie de vida contemplativa que tiene su culminación en la obra artística y la experiencia de lo bello.

Todo lo anterior nos habla de la convivencia de dos universos, aparentemente separados pero que se relacionan entre sí a un nivel simbólico e incluso poético. La transmutación del mundo físico en metáforas y símbolos no es ajena ni a la magia ni a la poesía; basta ver el cúmulo de grabados alquímicos o herméticos producidos en los siglos XVI y XVII para caer en cuenta que la misma fuente que nutre la labor del poeta nutre al alquimista o al gnóstico. La poesía como revelación o religión establece una vía alternativa de conocimiento para el artista. La imaginación y la capacidad creadora del hombre no son ajenas a ninguna tradición esotérica. Expresión y unión; vinculación del microcosmos y el macrocosmos, del hombre y la naturaleza, de la materia y la forma, constituyen otras tantas vías de la investigación poética.


Lecturas

Borges, Jorge Luis. Siete noches. México: FCE. 2001.
Gorostiza, José. “Notas sobre poesía” en Poesía y poética. México: Conaculta. 1989.
Pagels, Elaine. Los evangelios gnósticos. Barcelona: Crítica. 1992.
Valle-Inclán, Ramón del. La lámpara maravillosa. Madrid: Sociedad General Española. 1916.
Yeats, William Butler. Una visión. Madrid: Siruela. 1991.