No. 105 / Diciembre 2017-Enero 2018


Poesía y Espíritu
 
 

 
Tres poemas de inspiración sufí 

Kenza Saadi
 
  

Los sufís son los místicos del Islam. En la mayoría de las corrientes religiosas, el ser humano anhela la presencia del divino y espera encontrarlo después de la muerte. El sufí, como cualquier místico, es impaciente y busca el divino en todo y durante toda su vida. Lo busca en la belleza, en el amor, en los jardines, en las sonrisas y en el atardecer. Lo busca en el exterior y lo busca en su interior. Y se da cuenta de que el divino es amor y es belleza. Se da cuenta que el “ser amado”, como lo llama, está presente en todo y que todo brilla por su propia luz desde un roce de piel hasta una piedra en el camino; llegando a la conclusión universal de que el divino no es una entidad a parte suya.

Yo soy una estudiante del Tao, y leo el Tao Te King cada mañana. A lo largo de los años, y con una sonrisa respetuosa en los labios, he leído muchos textos espirituales desde Plotinus hasta Zhuang Zhou, pasando por los textos fundamentales del Budismo, así como Hildegard de Bingen, Meister Eckhart, Maimonides, Ibn Arabi y tantos otros.

Poco a poco, quizá en este afán de regresar a mis raíces culturales que suele pasar con la edad, me he acercado a la poesía sufí de tradición persa, con Hafez, Rumi y Jami. Mientras que son conocidos como los poetas del amor en el occidente, sus palabras nos revelan una inmensa sabiduría con una relevancia universal. Llaman a que cada uno de nosotros nos miremos sin atajos o pretensiones. Llaman a que nos quitemos el peso del egocentrismo de nuestros párpados para poder ver la belleza del mundo; ver que el amor es universal y que en unión con la belleza innata de la vida, podemos aspirar a un mundo de paz hoy. No mañana. No el día de nuestra muerte, pero hoy. Y lo maravilloso, es que lo hacen a través de la poesía y con una pizca de humor.

Muy humildemente, trato de seguir su camino juntando palabras. Y mientras escribo, sigo teniendo esta sonrisa en los labios.

Gracias.
Kenza.

 

 

El jardín del silencio

Construyen casas desmesuradas para que todos se hinquen.
Rezan con voces atronadoras para que todos escuchen.
Arrojan verdades absolutas para que todos se atemoricen.

En el jardín del silencio, la lluvia llega apaciblemente.
Una flor mojada se inclina. Es de color rosa.
La gracia está presente.

 


El hombre santo

En silencio, salió del templo,
el aroma del jazmín emergiendo a su paso.

Arrojó su tasbeh* en el prado,
y un jardín de rosas brotó.

Y en silencio,
dio su tapete de oración a un mendigo.

 

* Tasbeh: rosario musulmán con 99 cuentas.

 


Está solo en amar

Está solo en amar.
Que no te importe el mundo,
déjalo pulverizarse.
Una vez hecho,
el amor brillará tan intensamente
que todo el polvo se levantará.
Así que siéntate tranquilamente en medio de todo,
deja que se arremoline y se mueva.
Cierra los ojos
y escucha el silencio.
El polvo se asentará
tranquilamente.
Créeme.
El amor puede hacer esto, sabes.