No. 105 / Diciembre 2017-Enero 2018


Poesía y Espíritu


Un breve comentario a "Baniano", de Elsa Cross

 Francisco Segovia



Baniano


Aéreas,
nacidas en la altura,
las raíces descienden
               hasta alcanzar la tierra.
Encuentran la fuente de su estirpe,
la raíz de sí mismas.
Se vuelven fundación
                     —columna y arco—
trenzan sus laberintos,
cierran grutas,
engrosan bajo olores de pimienta
que acerca el mismo aire
                  que desprende las hojas,
tersura viva,
como las plantas de tus pies.

Pasos que se deslizan sin rozar el suelo.



El tema:

El baniano es un árbol extraordinario. Es una higuera (y por lo tanto pertenece al género Ficus), como nuestros amates. Como ellos, suele germinar en las grietas de los muros o en las de otros árboles, a los que va abrazando y cubriendo hasta finalmente ahogarlos. Llega a ser un árbol enorme, pero sus frutos son pequeños; y su semilla, diminuta. Pero el baniano tiene una característica que no tiene el amate: de sus ramas brotan raíces (llamadas raíces aéreas) que crecen hacia abajo, cruzando el aire, hasta alcanzar el suelo. Cuando llegan a él, se hunden para formar un tronco suplementario. Estas raíces colgantes suelen ser tan abundantes que Saint-John Perse las usó para hablar de la lluvia, de “el baniano de la lluvia”. Elsa Cross ha traducido a Saint-John Perse, como antes lo hizo Rosario Castellanos. Es un poeta importante, además, para otros poetas mexicanos de su generación y las siguientes, como Juan Carvajal, José Luis Rivas, Coral Bracho, Carmen Boullosa, etcétera.

El “Baniano” de Elsa Cross resume al principio las características del árbol, aunque añadiéndoles algo: las raíces aéreas bajan y se arraigan, sí, pero este hecho del mundo físico también es importante en el mundo espiritual: las raíces aéreas encuentran en la tierra la fuente de todas las raíces. Descendiendo desde las alturas de la fronda, las raíces aéreas hallan la raíz de las raíces. Al tocar el suelo, “se vuelven fundación”. Es un tema parecido al de los Sonetos a Orfeo, de Rilke, aunque en dirección contraria. Aquí el árbol no asciende desde el subsuelo como una “pura exclamación” sino que desciende a él. Es sorprendente, por eso, que aun así forme columnas y arcos, que levante formas sin cimientos (sin fundaciones), partiendo del cielo. Pero esos castillos levantados en el aire echan al fin raíces y cunden, cierran fisuras, ciegan vanos, esparcen laberintos, tamizan el aire…

Lo mejor del poema llega de la mano de ese aire final y con la asociación de las hojas secas con las plantas de los pies. Donde uno miraría callo, costra y cosa yerta, Cross ve “tersura viva”. El aire arranca las hojas de las ramas y nos las acerca. La hojas llegan por el aire “sin rozar el suelo”, “como las plantas de tus pies”… El poema, que venía hablando de manera impersonal a un interlocutor también impersonal, ahora usa un posesivo de segunda persona: “tus pies”. Un yo le habla a un . ¿Quién es entonces ese al que ahora se dirige el yo del poema? Podría ser el Buda, pues el Buda recibió la iluminación al pie de un baniano, árbol sagrado para hinduistas y budistas. También podría ser la persona amada. Quizás es ambos a la vez. Y aun no me extrañaría que Cross estuviera pensando concretamente en su maestro, en su guía espiritual. Ella, que es maestra de filosofía de la religión en la UNAM y vivió dos años en la India, se ha referido siempre con admiración y reverencia a su maestro (por ejemplo, en la entrevista que le hizo Pilar Jiménez Trejo para el Periódico de Poesía, publicada en su número 14, en el verano de 1996). Esto insertaría la experiencia que presenta el poema en una tradición precisa: la del budismo.

Aunque los místicos representan siempre un problema para la tradición religiosa en la que se insertan, suelen insertarse en ella a pesar de todo. San Juan de la Cruz, por ejemplo, deja bien claro que la experiencia del místico debe darse en el seno de una tradición, so pena de confundir de qué es experiencia su experiencia y cuál es su sentido. Él lo dice así en Subida al monte Carmelo (2.22.11):


El alma humilde no se atreve a tratar a solas con Dios, ni se puede acabar de satisfacer sin gobierno y consejo humano [...] no quiere Dios que ninguno a solas se crea para sí las cosas que tiene por de Dios, ni se confirme ni afirme en ellas sin la Iglesia o sus ministros.

Es cierto que ha habido algunos místicos, como Georges Bataille, que han prescindido de estas autoridades (la Iglesia, sus ministros, la tradición budista, musulmana, judía), pero han debido entonces buscar un suelo firme donde fincar su experiencia; quiero decir, un territorio común que les permita comunicar esa experiencia al resto de la humanidad. A mi modo de ver, esta búsqueda de una autoridad —como la llama el propio Bataille— es la búsqueda de algún otro, un testigo, ante quien la experiencia tenga pleno sentido y muestre que es algo radicalmente distinto de una simple alucinación o un brote psicótico. Bataille dedicó su “Summa ateológica” a esta búsqueda casi imposible. Al final, el poeta René Char le ofreció una respuesta: “La experiencia es su propia autoridad”. Pero ¿puede de veras la experiencia ser su propia autoridad? Yo no estoy convencido. A mi modo de ver, fue el propio René Char quien, validando el sentido de “la experiencia interior” de su amigo, le ofreció una otredad donde fundamentar algo que de otro podría verse como simple locura, como un asunto de alumbrados, no de místicos. En cierto modo, Char actuó como guía espiritual, como ministro de esa Iglesia ateológica donde Bataille pudo fincar finalmente su experiencia y mostrárnosla en su sentido a nosotros, simples hombres terrenales.

En cualquier caso, Cross tiene un alma humilde como la que pedía san Juan. Ella no renuncia a la tradición y en su poema remite a un árbol sagrado. En “Baniano”, el pesado árbol de las innumerables columnas siempre reiteradas vuelve al aire y vuela en las hojas que vienen a ella… Si no es “pura exaltación”, como el árbol de Rilke, es porque Elsa Cross prefiere el lento susurro a la veloz exclamación. Su oración —si este poema es una oración— no es terrestre, pública y común, como las de las misas y los rituales, sino aérea, íntima y privada, como las de las meditaciones. No por eso es menos oración, y no por eso es menos intensa.


La forma:

El poema propone su ritmo básico desde el principio: “Aéreas (3 sílabas) / nacidas en la altura (7 sílabas)”. Hay un caso en donde repite el mismo esquema, aunque escribiéndolo en un solo verso de diez sílabas: “Encuentran (3 sílabas) la fuente de su estirpe (7 sílabas)”. Esto es raro. Al principio parece tener la intención de presentarnos un patrón compatible con los endecasílabos (versos nones), pero luego declara un verso par, de diez sílabas. Notemos, sin embargo, que si leemos aquel aéreas del primer verso en cuatro sílabas (a é re as, en vez de a é reas), tendremos un endecasílabo clásico, y que si hacemos un hiato (si rompemos el diptongo) en la primera palabra del verso de diez (y leemos en cu en tran, en vez de en cuen tran), también tendremos un endecasílabo clásico. Algo similar ocurre con “cierran grutas” (4 sílabas), que también cuadrarían con el resto de los versos nones si se pronunciara haciendo un hiato: ci e rran gru tas (5 sílabas), en vez de cie rran gru tas (4) —cosa que los editores suelen indicar poniendo una diéresis sobre la vocal débil del diptongo que se rompe: cïerran grutas. Pero quizás no haya que hacer esto, pues resulta que, si añadimos estas sílabas a las del verso anterior, resulta de nuevo un endecasílabo clásico: “trenzan sus laberintos, cierran grutas”. No sobrará decir que cada vez que encontramos versos muy cortos en este poema (de 4 o 5 sílabas) es posible añadirlas al verso anterior para formar un endecasílabo... De este modo, podríamos reducir el ritmo de todo el poema a un esquema clásico de endecasílabos y heptasílabos, con un remate de 13 sílabas que sin embargo conserva el acento en sexta de todos los versos anteriores. Esto es algo muy común en la poesía moderna, la que suele llamarse “de verso libre” —aunque sus versos en realidad no lo sean tanto. Analizando la métrica de López Velarde, Tomás Segovia llamó a esto “ritmo endecasilaboide” y sugirió que, si el verso mantiene los acentos del endecasílabo (en la sexta sílaba, o en la cuarta y la octava), no importa que se extienda un poco más allá de las 11 sílabas. El poema de Cross sería métricamente regular si lo fraseáramos, muy, muy lentamente, del siguiente modo:

A-é-re-as, nacidas en la altura,                                 (11 sílabas)
    las raíces descienden                                               (7)
    hasta alcanzar la tierra.                                            (7)
Encu-entran la fuente de su estirpe,                         (11)
    la raíz de sí mismas.                                                (7)
Se vuelven fundación —columna y arco—                  (11)
trenzan sus laberintos, cierran grutas,                      (11)
engrosan bajo olores de pimienta                             (11)
    que acerca el mismo aire                                         (7)
    que desprende las hojas,                                         (7)
tersura viva, como                                                   (7)
las plantas de tus pies.                                            (7)

Pasos que se deslizan sin rozar el suelo.                   (13)