No. 107 / Marzo 2018


Pedro Serrano



Deslices


Detenido suavizado en la felpa y lo blanco,
en su hálito estático, en la pendiente,
en lo que se acumula de las cosas:
la rajadura, las ramas, lo quebradizo.

Todo inclinado hacia sí mismo, sosteniendo
en vertical y paralelo y oblicuo la nieve,
puesta ahí a descansar.

En el entramado del pino, en su bordado alto,
en la rueca ruda del tronco, en el tocón,
la paz de los alimentos de la tierra, lo entretenido,
que aquí se toca apenas, apunta.

Casi sólo un matiz,
hasta que de la estasis saca chispas, brillos,
aliteraciones y mercancía,
y es otro el cantar.

Mientras tanto, mientras eso sucede,
mientras el sol cuelga y lame,
la detención es el camino, la mirada el acto.
El entrever un entrevero, en la ramada.

Porque la huella de la huella apenas sale a flote,
deja rastro, apura, cae en su propio peso
la sensación y el abandono, el desasimiento
desmoronándose
en donde estoy.

La nieve
con su vellón solapa todo, afelpa las acciones,

tapa lo recóndito, lo por apurar,
la cascada crispada y sonora con que rompe
la nueva estación.

Baja entonces el agua en chorro entero,
cuando se abre el hueco, destapa
la corriente, el hoyo negro en plural, lo inconsiderado.

Debajo de tanta calma el río sigue.
En el hueco se ve su corrección, su alivio.
Dando tumbos se desentraña
la tierra, lo recóndito, lo necesario.
Abajo el limo ferviente, el nacimiento
del agua, los parabienes.

Mantengamos la calma. Hagamos
de la nieve un estandarte, potencia,
actividad recóndita.
Alcemos en la espera del polvo blanco
el resguardo de lo que acontece, su protección.
Bajemos poco a poco la ladera,
sin desbarrancar, hacia el silbo.
Acotemos.

Se desliza la calma por una superficie de esporas
que en lenta aparición protege, cubre,
deja caer, acontece.








** Video hecho por Carlos López Beltrán.