No. 106 / Febrero 2018
Pensar las vanguardias rusas
a cien años de la Revolución
Hace unos meses se cumplió el primer centenario de aquel octubre; en la Ciudad de México un sinnúmero de eventos lo conmemoraron: exposiciones, encuentros, conferencias, etc. De un modo u otro, todas estas actividades nos invitan a pensar en la vigencia de la Revolución y de sus distintas expresiones; pues si bien es cierto que en cien años el mundo ha cambiado vertiginosamente, la huella del movimiento iniciado por Lenin perdura de diversas maneras.
Hoy sabemos que la revolución bolchevique fue un proceso mucho más complejo de lo que narraba la propaganda oficial, yanqui o comunista, hace algunas décadas. Sabemos también que en esos primeros años del siglo XX se gestaron importantes cambios en el modo de percibir el mundo; fue más o menos en este periodo cuando nacieron los estudios literarios modernos, el arte abstracto y las vanguardias. El arte, y particularmente la poesía, acompañaron a esta época de cambios. La poesía rusa dialogó con la Revolución, se cobijó en ella o la rechazó. Muchos poetas celebraron el triunfo bolchevique y convirtieron a obreros y campesinos en los Aquiles modernos. Las vanguardias rusas, encabezadas por el futurismo, buscaron ser la voz de este cambio social. Sin embargo, unos años después de la muerte de Lenin, Stalin las censuró de manera violenta. Para otros poetas, quizá los más conocidos en la actualidad, la poesía representó un espacio de resistencia, un respiro de individualidad entre la revolución de las masas.
La historia de las vanguardias poéticas en el Imperio Ruso/la Unión Soviética resulta tan compleja como la de su Revolución de Octubre. La mayoría de los libros que nos llegan, como cualquier antología o historia literaria, se encuentran profundamente marcados por las subjetividades detrás de ellos. Por un lado, la mayoría de las ediciones provenientes de Moscú o de la Habana se centraban en dar voz al realismo socialista, cediendo pocas páginas a los poetas no alineados con la tendencia oficial. Por otro lado, las perspectivas de los émigrés (que como Roman Jakobson, Vladimir Nabokov o Joseph Brodsky llegaron a aulas europeas y norteamericanas) suelen resumir este periodo en tres grandes movimientos: simbolismo, acmeísmo y futurismo. No obstante, suelen darle mayor peso a aquellas voces que abandonaron las categorizaciones y los –ismos y optaron por dar rienda suelta a un timbre más individual.
Ciertamente, pensar las vanguardias rusas implica contemplar, al menos, estos tres movimientos, trazar sus relaciones e intentar marcar algún itinerario de textos que nos ayuden a comprender mejor estas nomenclaturas. Pues, aunque pasado un siglo esta conducta nos resulte ajena, las etiquetas y clasificaciones moldeaban la práctica poética y epistemológica de aquel entonces. Quizá nos parezca extraño, pues estamos acostumbrados a los matices, a las excepciones, pero hace cien años o se estaba a favor de la Revolución o en contra de ella, uno era blanco o rojo, realista o comunista, occidentalista o paneslavista.
En la poesía ocurría lo mismo, al menos en el papel. Los poetas se reunían entorno a grupos con sus propias revistas literarias que seguían estrictas directrices. El primero de estos grupos, el de los simbolistas, encarnaba la decadencia del Imperio. Ellos componían lamentaciones místico-anarquistas (lo que sea que eso signifique) añorando la Rusia antigua. La poesía simbolista rusa, impregnada por el espíritu de la poesía francesa pero marcada por los conflictos de identidad propios de la llamada alma rusa (rússkaya dujá), daba voz al spleen de Moscú y San Petersburgo. Muchos de los simbolistas rusos se iniciaron como poetas en el siglo XIX y la mayoría sobrevivió a la Revolución. El grupo entró en conflicto porque una facción de los simbolistas no estaba de acuerdo con la postura místico-anarquista y el movimiento decayó poco a poco. No obstante, para 1918, el más emblemático de los simbolistas, Aleksandr Blok, escribió Los Doce, uno de los grandes poemas de la llamada Edad de Plata.
Los Doce es un poema del caos, de la confusión y la tormenta. Narra la historia de una prostituta asesinada por un guardia del ejército rojo durante una huelga. Las cadencias repetitivas de una marcha y las constantes onomatopeyas favorecen la peculiar atmósfera del texto:
Negra tarde.
Blanca nieve.
¡Viento, viento!
Nadie en pie se mantiene
Viento, viento
en todo el divino mundo
La composición de Blok también es famosa por su desconcertante final. En medio de la nieve, en la marcha, aparece como en un iconostasio la figura de Jesucristo. La marcha, forma metonímica de la Revolución, es liderada por el Salvador:
Van con paso majestuoso
Y detrás – un perro hambriento,
Al frente – con la bandera escarlata,
Invisible en la ventisca,
E indemne ante las balas,
Sobre la tormenta, de pies ligeros,
La nieve dispersa como perlas
En una corona blanca de rosas
Al frente – Jesús.
El icono es ambiguo, casi contradictorio; la imagen poética podría encarnar el rol mesiánico de Rusia, su posición como heredera de la Iglesia Cristiana, su gloria. También es la Segunda Venida, la Revolución como presagio del Juicio Final y Cristo que viene para juzgar a vivos y muertos. En Arte y Revolución, Trotsky califica a la epopeya de Blok como un canto de cisne de la intelligentsia decadente. Los Doce es mucho más que eso, pero es cierto que encarna el ocaso de cierto tipo de poesía.
***
Ya unos años antes de la publicación de Los Doce, el grupo futurista ruso había lanzado su manifiesto Una bofetada al gusto del público, donde poetas como Mayakovski o Jlébnikov arremetían contra las usanzas de los simbolistas y contra el peso de los clásicos. Los futuristas, que fueron el grupo dominante de vanguardia, reclamaban sus derechos como poetas:
- A ampliar el diccionario y su volumen con palabras arbitrarias y derivadas (neologismos).
- A odiar inexorablemente la lengua que ha existido antes que ellos.
- A rechazar con horror de su propia frente altiva la corona de la gloria barata, hecha con cepillos de baño.
- A mantenerse en el escollo de la palabra “nosotros” en medio de un mar de silbidos e indignación.
Ciertamente, el futurismo revitalizó la poesía rusa que llevaba varios años sumida en cierto patetismo. Sin embargo, y es una de las paradojas que podemos ver pasados cien años, los futuristas no se mantuvieron a flote en el escollo de la palabra “nosotros”. Las vanguardias se diversificaron y del futurismo surgieron un sinfín de movimientos: cubofuturismo, egofuturismo, budetlianin (futurismo, pero empleando una raíz rusa en vez de futurizm). También, en sus filas se gestó la audaz propuesta poética de Kruchonyj, conocida como zaum (concepto a veces traducido como poesía transracional). Este movimiento buscaba construir poemas evocativos mediante sílabas carentes de significado en ruso. Kruchonyj aseguraba que las sílabas dir, bul, schil,1 contenían más poesía que todo Pushkin. Velimir Jlébnikov se sumó al zaum y persiguió una poesía a veces tan abstracta como las composiciones suprematistas de Malévich.
Bobeobi cantaban labios,
veeomi cantaban ojos,
pieeo cantaban cejas,
lieeey cantaba el semblante,
gzi-gzi-gzeo cantaba la cadena.
Así en el lienzo de algunas
correspondencias
fuera de la extensión vivía el Rostro
Obras como las de Jlébnikov y Kruchonyj son claros ejemplos de la poesía rusa de vanguardia. Sin embargo, es quizá la figura de Mayakovski la que nos permite entender mejor este periodo.
Vladimir Mayakovski es un poeta que exige una lectura atenta. Si la traducción no es favorable, resulta fácil caer en la trampa y leerlo solamente como un poeta de la Revolución:
Vean, ¡el cielo se aburre de las estrellas!
Sin él tejemos nuestras canciones.
Hey, ¡Osa Mayor! Exige
que nos lleven vivos hasta el cielo.
¡Bebe alegrías! ¡Canta!
La primavera corre por las venas.
Corazón, ¡haz batir la batalla!
Nuestro pecho, el bronce de los címbalos.
Su poesía es un estallido bélico, la versificación del ajetreo urbano. Mayakovski fue un poeta polifacético. Fue publicista y fabricó slogans y jingles. Fue un malabarista de ritmos, cuyas aliteraciones son gritos de guerra, balazos contra la poesía de antaño. Fue un paisajista de la página, que jugó con la tipografía y la disposición como lo hicieron Apollinaire o Marinetti en otras latitudes. Fue un poeta que nos hablaba con el mismo lenguaje de materiales burdos y geometrías constructivistas que leemos en la obra plástica de Tatlin. Desafortunadamente, buena parte de su obra resulta inaccesible para el lector hispanoamericano. E, incluso, la obra traducida suele carecer del dinamismo y plasticidad con los que Mayakovski forja su poesía en el ruso. Quizá por eso, hay quien imagina su obra como simples odas a la Revolución o epopeyas contra el imperialismo (que las hay). Mayakovski dio un gran impulso para revitalizar la poesía rusa, pues proletarizó la rima al incorporar rimas orales en la poesía escrita (rimas que el formalista Víktor Shklovski llama rimas aproximadas).
La dimensión poética de su obra es a menudo eclipsada por el peso político y social de su contexto, sobre todo porque parte de su producción se destaca por un carácter panfletario que se refleja mediante la repetición constante de los mismos mecanismos poéticos, como si se trataran de copias hechas al mimeógrafo. Es un lugar común decir que Mayakovski el revolucionario censuró a Mayakovski el poeta, que convirtió, durante un tiempo, su poesía en mera propaganda. Pero el poeta resurgió, para dar un último alarido antes de estrellarse contra la barca de la rutina (del byt). Al igual que Mayakovski, muchos de los poetas futuristas fueron condenados al silencio o se vieron obligados a someter su poesía a las exigencias del partido. También como lo hiciera Mayakovski en 1930, varios poetas terminaron con sus vidas de mano propia, de ahí que Roman Jakobson afirmara que ésta se trataba de la generación que desperdició a sus poetas.
***
Siguiendo una tendencia más mesurada y de un estilo muy distinto al oscurantismo simbolista o al vértigo futurista, la poesía acmeísta surgió de un grupo de alumnos de Innokenty Ánnenski, profesor de literatura clásica en el prestigioso Liceo de San Petersburgo. Influenciados por El nacimiento de la Tragedia de Nietzsche, los poetas acmeístas abogaron por una poesía apolínea, de imágenes diáfanas y ritmos mesurados que se oponía a la escritura sombría de los simbolistas. Los acmeístas, entre quienes se contaban Nikolái Gumiliov, Anna Ajmátova y Ósip Mandelshtam, rechazaban tajantemente la Revolución. Gumiliov, quien fuera esposo de Ajmátova y autor del manifiesto acmeísta, fue fusilado por apoyar al ejército realista:
En aquel día, cuando sobre el nuevo mundo
Dios inclinaba Su rostro, entonces,
Al sol con la palabra detenían
Y con la palabra destruían ciudades.
Y no batía el águila sus alas
Los astros se lamentaban a la luna
Si como una llama rosa
La palabra volaba en las alturas.
La poesía de Gumiliov proponía un estilo sencillo donde las imágenes fueran claras y vívidas, empleando metáforas fácilmente identificables. Ajmátova y Mandleshtam siguieron esta tendencia en un inicio pero, a lo largo de los años, fueron más allá del estilo acmeísta. Tras la publicación de un Epigrama contra Stalin, Mandelshtam fue enjuiciado y exiliado en el Cáucaso, donde escribió, emulando a Ovidio, su poemario Tristia. Volvió y fue exiliado de nuevo, y desapareció en condiciones “misteriosas”:
Como herraduras, forja decreto tras decreto
Ora en el vientre, ora en la frente, ora en las cejas o en los ojos
Para él toda ejecución es un deleite
Que regodea el ancho pecho del oseta
Ajmátova fue condenada al silencio. Vivió hasta los ochenta años en su casa de Leningrado. En sus últimos años, tras la muerte de su hijo, legó uno de sus más célebres poemas, Réquiem. Esta épica de Ajmátova teje un paralelo entre la Virgen María sufriendo la Pasión de su hijo y la propia poeta asistiendo al fusilamiento del suyo:
10
Crucifixión
No llores por Mí, Madre,
En la tumba viviré
Un coro de ángeles alababa la hora magna
Y los cielos se fundían en llamas
Dijo al padre: ¿Por qué me has abandonado?
Pero a su madre: ¡No llores por mí!
Magdalena se golpeaba y lloraba,
Se petrificó el discípulo predilecto,
Pero allí, donde la Madre, de pie, callaba,
Allí nadie se atrevía a mirar.
Mucha de la poesía que asociamos a la Edad de Plata fue un espacio de resistencia al régimen. Es bien sabido que muchos de los poemas que conocemos hoy se transmitían mediante samizdat (que quiere decir autoedición). Este proceso consistía en compartir los manuscritos de poemas, guardar el manuscrito, hacer una copia más y transmitirla. La poesía también pasaba de boca en boca y formaba parte de la consciencia colectiva. Es célebre el episodio tras la muerte del poeta Borís Pasternak (otra voz disidente que inició como parte del movimiento futurista) donde miles de personas se trasladaron a su residencia en Peredélkino (a las afueras Moscú) y cargaron su ataúd mientras recitaban “Hamlet”, poema del entonces prohibido Doctor Zhivago:
Hamlet
Se calla el ruido. Salgo al escenario.
Reclinándome bajo el umbral,
voy agarrando en el eco lejano,
lo que en mi siglo ha de pasar.
Posada en eje la oscuridad
con mil binoculares sobre mí.
Si tan sólo pudieras, Padre Abbá
apartar este cáliz de aquí.
Yo amo tu obstinado designio
y acepto interpretar este papel.
Pero ahora corre un drama distinto
y te pido me eximas esta vez.
Irreversible es el fin del camino
y escrito está el orden de los actos.
Solo estoy. Todo es farisaísmo.
Vivir la vida no es cruzar un prado.
***
Recientemente, la recepción de la poesía soviética se ha ido modificando. El interés por movimientos distintos a los más reconocidos ha ido en aumento. Se he descongelado la obra de poetas de grupos como OBERIU o el círculo de Bakú, mostrando que la poesía soviética existía más allá de Moscú y Leningrado. Además, se ha comenzado a problematizar la figura de poetas alineados con el régimen. La distancia histórica permite revalorar la poesía más allá de las posturas políticas de la época. Leer las vanguardias rusas pasado más de un siglo de sus inicios, implica comprender las dos caras de esta moneda. Por una parte, necesitamos leer las vanguardias desde esta óptica totalizadora; asumir la importancia de las etiquetas y nomenclaturas que las caracterizaron. Por otro lado, hay que comprender la individualidad de estos poetas y la posibilidad de problematizar su obra más allá de los –ismos a los que estuvieron sujetos. Comprender la historia y la política, pero leer la poesía más allá de éstas.2
Obras plásticas:
Rublev, A. Cristo en Majestad. circa 1410. Moscú, Galería Tretyakov.
Malévich, K. La Cabeza de un campesino. 1929. San Petersburgo, Museo estatal ruso.
Mayakovski, V. y Rodhcneko, A. “Mejores chupones no había…”. 1921. Moscú.
1 Sílabas carentes de significado en ruso.
2 Sin duda, este itinerario no pretende ser exhaustivo y, debido a la naturaleza del texto, muchos poetas como Serguéi Yesenin y notablemente Marina Tsvetáieva (ampliamente traducida por Selma Ancira) no fueron nombrados en el cuerpo principal. Quizá, posteriormente se presente alguna ocasión para ahondar en las particularidades de su obra.