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No. 106 / Febrero 2018



Kepa Murúa
(Zarauz, 1962)




Nací en Zarautz, un pueblo de la costa vasca, y eso marca. Bueno, en realidad quiero decir que lo que marca es el mar, un tema recurrente en mi poesía aunque por ahora viva en la ciudad. Pero si tengo que hablar de mí, podría decir que cada vez hablo menos y que con el paso del tiempo escucho más. Podría decir también que he escrito y he publicado, no lo puedo olvidar. De los últimos libros publicados destaco: tres novelas De temblores, Tangomán y Un poco de paz; dos poemarios Lo que veo yo cada noche y La felicidad de estar perdido; un ensayo, Poemas de la servilleta y un libro de memorias de poeta y editor, Los sentimientos encontrados (2005-2007).

Puedo reconocerme en la derrota de un modo sereno y, por eso mismo, aparecer tranquilo ante los ojos de los demás, ya no desconfío de los hombres tal como lo hacía en el pasado. En el presente, aparentemente más quieto que antes, me siento vivo, mucho más libre, más sereno que cuando intentaba cambiar el mundo y no me gustaba lo que veía por más que la poesía me ayudara a veces a comprenderlo y, a menudo, me pidiera que lo dejara todo para que pudiera ser feliz algún día. Cuando escribo, no obstante, siento que el tiempo pasa rápido. Si me siento vivo, todo es, como el mar que aparece al fondo de mi existencia, mucho más bello.

 

Autorretrato con mirador al fondo* 

¡Ah!, los domingos, ¿cómo eran?
Pasábamos las horas en el balcón
observando a la gente
que pasaba por debajo.
Poníamos incienso,
música clásica,
encendíamos una vela
mientras nos sentábamos
y ellos caminaban por la senda
sin que supieran
que los mirábamos.
Ahora soy yo el que camina
y paso como la luz de los árboles
y el sol por las rendijas
de los balcones
que parecen guardar tantos secretos:
el amor que termina
como el incienso que acaba
en los días que pasan
entre semana
hasta llegar a un fatídico
día de descanso
donde hacíamos que no hacíamos nada
por no hablar como se debe hablar
cuando no brilla la luz
en la distancia de unos ojos
ni se recuerdan ya esas velas
que iluminan el paso
de unas horas a otras
con un aire distinto
al que cruza el deseo,
sin más, pero que se apaga.
Y sin embargo, ahora
que cruzo por debajo
de ese mirador tan selecto
puedo pensar que todos los domingos
no fueron tristes
sino solo algunos, los últimos.
Ese día donde parece que no se hace nada
y en realidad se culmina todo.
Una caricia en la espalda,
un beso en la nuca
cuando la gente pasa por debajo
y nosotros estábamos al fondo.

(2012)

 

Retrato con Medellín al fondo

Llueve, la vegetación es verde,
estoy en otra ciudad, en otro país.
En otra vida fui águila imperial
que veía la tierra desde el cielo.
Y hace muchos años fui enterrado en la arena
tras una lenta y tremenda agonía.
En las montañas la ruleta de la fortuna
construye sus casitas de adobe
pegadas unas a otras,
con tejados de uralita frágil,
pero sin piedras que las defiendan
del viento de los poblados.
Entre las luces de esta ciudad
es feliz el hombre que nada posee,
pero si deseas enriquecerte
has de saber que podrías morir pronto.
Yo fui torturado hasta la muerte
como ante estos árboles mojados
y estas pendientes interminables
donde los ángeles barren sus suelos
de una tierra que sube al cielo.
Paso de un barrio a otro
y cruzo todos los puentes,
como el tiempo en las raíces
de los guayacanes que sobresalen del suelo.
Existo porque soy otro,
ahora que de nuevo soy yo mismo
sin tener que ocultar mi nombre.
El viento limpia de escombros las calles
y yo, bajo las flores amarillas,
no muevo ni me mojo.
Como aquella vez que me creía vestido
pero iba desnudo y ensangrentado,
o mejor dicho: es porque nazco de nuevo
que muero después de un vuelo muy alto
y poso mis pies sobre el piso
donde las raíces dibujan mi rostro.

(9 de agosto de 2013)



* La biografía y los poemas hacen parte de mi próximo poemario Autorretratos, que será publicado en el mes de marzo de 2018, por la editorial El Desvelo.