No. 106 / Febrero 2018

 

Todo es víspera


Carlos Pereda

No faltan por doquier las muchas alarmas para mantenerse lejos de ese viejo oficio o, mejor, pasión y, a menudo, locura: la locura de las palabras de la poesía que rompen con los circuitos de la comunicación y muestran... ¿qué? En este caso particular hay incluso precisas razones para mantenerse lejos del contagioso, pero a lo largo de los años cada vez más enigmático mostrar de Ida Vitale. ¿Precisas razones? ¿Contagioso mostrar? ¿A qué me refiero?

Una primera razón para no leer a Vitale consiste en que sus versos obligan a hacer caso omiso, y hasta a huir, de la dictadura palabrera. Como toda poesía genuina se aleja de esas selvas de información inútil, esas charlas comunes de quienes empotrados en los medios masivos de comunicación, en la insistente televisión o en los periódicos o, al menos, en algún rincón de Internet, se han autoerigido en expertos de lo que ignoran y, así, en productores de ininterrumpida distracción. Porque no hay que ser demasiado observador para darse cuenta del agravio moral, de la basura política, básicamente, del sin sentido que día a día se desparrama por no obedecer la máxima ¡Ten cuidado con las palabras! Pero, ay de quien desatiende esa máxima. Después de todo, de la mano de las palabras recorremos la vida, bien y, a menudo, mal.

Desde su primer libro, Palabra dada de 1953, Vitale no ha dejado de cuidar, aunque tampoco de cuidarse, de las palabras. No resisto copiar ya por entero versos de este libro de juventud. En estos versos se narra acerca de cómo, envolverse en el ritmo de las palabras, hace de la vida el acontecimiento que perpetuamente exalta y multiplica realidades: un no dejar de celebrar el mundo y de celebrarse a sí (¿Acaso, estas tareas podrían ser diferentes?, ¿podríamos celebrarnos sin celebrar?) En ocasiones las palabras dejan un poco de decir y muestran o cantan. Y cantando no solo invocan y nos invocan, sino que nos dan nueva vida a sus alrededores: van de nuevo descubriendo paso a paso lo que hay. Y siempre hay mucho más de lo que siquiera sospechamos. Por eso, no hay que dejar de invitarse a la:

Fiesta propia

Si, cantar es alegrarse,
Como el aire se alegra en la mañana
Por cada cosa que a la vida vuelve.
Cantar, dichosa entrega
a vivísimos vientos,
a ráfagas regidas por la gracia
o la lenta paciencia.
Tenderse e ir nombrando
las cosas, los sucesos,
la ardiente zarza del abrazo
la seda que en las noches
el sueño pone sobre las frentes
como un llanto.
Porque entonces el tiempo
se detiene y aguarda,
deja la voz que nombre,
que se gane a sí misma
o que se pierda,
a la medida del olvido ajeno,
a la medida de la propia fiesta.

Señalé que Vitale no ha dejado de cuidar las palabras "a la medida de la propia fiesta"; de ahí que a veces dispense ese cuidado sin ningún esfuerzo, abandonándose, en un tranquilo

Tenderse e ir nombrando
las cosas
Pero la poeta tampoco ha dejado de cuidar las palabras: de vigilarlas con rigor. No obstante, con frecuencia cuidar las palabras implica detener el tiempo y aguardar. Es escucharse. Es permitir que la voz nombre y, a veces, descubra, muestre o cante. En cambio, cuidarse de ellas es más arduo, aunque igualmente necesario, porque con frecuencia las palabras también enredan: nos conducen a caminos sin salida y hasta, en ocasiones, empujan al abismo. Por ejemplo, el poema "Reunión" de su libro Oidor andante, de 1972, comienza aludiendo a la dictadura palabrera que constantemente nos rodea:

ÉRASE un bosque de palabras,
una emboscada lluvia de palabras,
una vociferante o tácita
convención de palabras

El mismo poema comprueba que quien se haya perdido en esa selva salvaje se encontrará con que las palabras también pueden volverse o máscaras o, peor, mero ruido que se impone, y ya estabilizado, castiga con un ruido que no cesa:

Ya nunca más, diríase,
el silencio.

Cuidado: la pérfida "emboscada lluvia de palabras" que arma la dictadura palabrera no solo erosiona los silencios, también hiere de muerte las palabras, banalizándolas. Todas y todo conocemos esa cháchara que ya no deja escuchar ni escucharse. Como indica otro poema de este mismo libro, "La palabra":

Un breve error
las vuelve ornamentales.

Pero no solo la vociferante emboscada del opinar y opinar y no dejar de opinar arrasa silencios y palabras. No sin zozobras, Vitale comprueba que por todas partes acecha el miedo. Presa del miedo o degenerada la palabra en ornamento, perdemos el habla, aunque se hable todo el tiempo. Así, terror y páramo nos consumen. De ahí que en un libro muy, muy posterior, Trema, de 2005, Vitale proponga como tarea

ABRIR palabra por palabra el páramo,
abrirnos y mirar hacia la significante abertura

Para cuidarnos de las palabras, hay que, pues, atreverse a multiplicar agujeros en la cueva de la dictadura palabrera. Así, a partir de la "significante abertura", tal vez seamos capaces de resistir el páramo hasta perderlo y, de esa manera, poder contemplar algo del mundo, algo real y mirarlo sin miedo, frente a frente. Desde Platón y mucho antes, desde que los animales humanos cantaban alrededor de una hoguera, esa era la tarea ineludible. Pero no es fácil agujerear las palabras muertas, agujerear las sombras. Porque a menudo la luz da miedo o quema. Pero no hay opción: hay que cuidar las palabras y también hay que cuidarse de ellas.

No obstante, la segunda razón para no leer a Vitale es tal vez incluso más poderosa que la de no querer cuidar y cuidarse de las palabras. Éstos no son tiempos para resistir el vértigo simplificador, ese vértigo que es una máquina de homogeneizar por doquier y que no permite soportar lo diferente y lo disidente y, por eso, reprime con fuerza la pluralidad y procura fijar, fijar: mi identidad, mi yo verdadero, tu identidad, tu yo verdadero, como si cada uno, como si tú y yo, no fuésemos muchedumbre. Al respecto, leo el poema "CAPÍTULO"

DONDE AL FIN SE REVELA QUIÉN FUI, QUIÉN SOY,
MI FINAL PARADERO,
QUIÉN ERES TÚ, QUIÉN FUISTE,
TU PARADERO PRÓXIMO,
EL RUMBO QUE LLEVAMOS,
EL VIENTO QUE SUFRIMOS,
Y DONDE SE DECLARA
EL LUGAR DEL TESORO,
LA FÓRMULA IRISIADA
QUE CLARAMENTE
NOS EXPLICA EL MUNDO.

A esos deseos alucinantes, notorios productos de alguna dictadura palabrera y de su obsesión por dominarlo todo —saber mi final paradero, saber quién eres finalmente tú, conocer por completo el rumbo que llevamos…— Vitale se los sacude de una vez: meras telarañas de la cueva que impiden mirar y oír. O peor todavía: se trata de arraigadas fantasías para no querer mirar ni oír. Previsiblemente, este poema escrito en vociferantes e impositivas (¿además de delirantes?) mayúsculas, tiene que confesar, en humildes pero tranquilas minúsculas

Pero luego el capítulo
no llegó a ser escrito.

Por supuesto, no pudieron escribirse esas fantasías de la voluntad intoxicada. Quien intente hacerlo sucumbe sin más en el espiral del vértigo simplificador que solo conduce a lo único, a lo que se quiso clavar para siempre, con frecuencia un camino hacia algún infierno. Porque no hay fórmula en singular que explique la diversidad. Explicar, como los otros modos de pensar, es tarea abarcadora y ramificada, se realiza a partir de muchos puntos de vista y, no pocas veces, las explicaciones entran en tensión. (Un ejemplo: explicar desde el punto de la vista de la física elimina o deja de lado la capacidad de actuar y, ante todo, nuestra libertad, pero no podemos dejar de autocomprendernos como libres.) Por eso, solo el esclavo de una dictadura palabrera se siente capaz de dar cuenta de cualquier cosa, borrando de su alma el múltiple asombro y la múltiple perplejidad. Con razón, mucha poesía no deja de puntualizar que ese mal paso, propio de la razón arrogante, aleja para siempre del camino de la sabiduría.

Pero he aquí una tercera razón para no leer a Vitale: su recomendación —tan irritante— de transitar por caminos laterales, de volvernos en ocasiones incluso casi inmóviles para explorar mejor los rincones; o trabajar al borde de la quietud y del silencio, en la sombra. ¿Acaso existe otra disciplina más ardua que ésta?, ¿y cómo ejercitarse en ella? Por lo pronto, el poema "Llamada vida" del libro Nuevas arenas, de 2002, en su primer verso sugiere este abordaje que tanto cuesta:

PONERSE al margen

Enseguida también el poema enseña que en las diversas prácticas, desde amasar pan hasta cantar himnos, es preciso de vez en cuando "ponerse al margen" y, a la vez, no dejarse dominar por el miedo, porque si no lo hacemos acaso nos intoxiquemos con la regla siempre es bueno más de lo mismo. Por eso, hay que

ofrecerse a lo parco del día
si morir una hora tras otra
volver a comenzar cada noche

volar de lo distinto a lo idéntico
admirar miradores y sótanos
infligirse penarse concernirse

Precisamente, invitar fieramente a no perder esta capacidad que a cada paso multiplica los riegos, recomenzar, es una cuarta razón, tal vez la de más peso, acaso la decisiva para no continuar leyendo a Ida Vitale. Porque ay, si no rechazamos esa invitación, corremos el peligro de querer vivir la vida. Al respecto quiero detenerme todavía en dos poemas que aluden a esta capacidad, que tanto nos hace humanos, pero que en ocasiones tanto miedo y hasta pánico da, ese juntar fuerzas y atrevernos en medio del páramo a decir todavía sí, y darnos permiso para asumir el propio pequeño poder que somos.

El primero de esos poemas es, como casi todos los poemas de ese libro tardío, Trema, un poema hermético, porque la poeta ya ha aprendido a cuidarse del embrujo de las palabras fáciles. Lo copio:

Diezmo

A la hora de la ráfaga impía,
flecha el perfil,
cuchillo el breve destello,
el minutero, lanza.
La palabra que primero se distrajo
centellea bajo el rayo
y se deja quebrar, ávido vidrio.
Todo acecha.
¿No está cansada la memoria
de jurar la no reincidencia?

El título del poema es una palabra vieja, "Diezmo", que significa: derecho que se paga a una autoridad (el rey, la iglesia, el municipio...) consistente en la décima parte de los frutos o de las mercaderías o de lo que uno tenga. El poema tiene diez versos. ¿Cada verso es una paga? pero, ¿de qué tipo y a quién?, ¿a qué autoridad se paga para poder asumir el propio poder como una fiesta? Leamos. Los cuatro primeros versos a primera vista parecen reunir sin ni son palabras sueltas. Pura apariencia. Leídos con atención como solo se puede leer la poesía articulan una atmósfera de rara violencia. ¿Por qué "rara violencia"? Es la hora de la "ráfaga impía" ¿de las metralletas?, en cualquier caso, ráfagas opuestas al poema de juventud "Fiesta propia":

a vivísimos vientos,
a ráfagas regidas por la gracia.

Entonces, a la hora de estas ráfagas no regidas por ninguna gracia, sino impías —¿a la hora de la dictadura palabrera y de otras tantas dictaduras, algunas aún más terribles?—, no obstante, tenemos ayuda: lo incompleto, el perfil, se vuelve flecha; y lo que es apenas breve aparición, el destello, se convierte en cuchillo. Más todavía, lo pequeño es un peligro inminente porque el minutero es también una lanza. Así, lo incompleto, lo fugaz, lo pequeño se convierten en fortaleza: ¿la fuerza imparable de la debilidad que permite recomenzar?

De inmediato, el poema "Diezmo" advierte que las palabras que se distrajeron —¿de la voz que se distrajo y ya no hace referencia a los cuerpos del mundo?— se quiebran como un "ávido vidrio": un vidrio que desea desesperadamente ser roto, porque las palabras ya no cumplen su tarea, no están

...nombrando las cosas, los sucesos,
la ardiente zarza del abrazo
la seda que en las noches
el sueño pone sobre las frentes
como un llanto.

Enseguida topamos con el verso: todo acecha. ¿Por qué "todo acecha"?, ¿por qué, "todo" observa cautelosamente y hasta espía? Además, ¿con qué propósito "todo acecha"? ¿Acaso para preparar los dos últimos diezmos —los dos últimos versos de este poema que arman una pregunta retórica? Por lo menos la respuesta a esa pregunta es clara: no, no se cansa la memoria de no reincidir. Porque ese cansancio significa dejar de luchar, entregarse y morir. Pero adelanté que respecto de esta cuarta razón para no leer a Ida Vitale —la invitación a aceptar volver a comenzar cada noche iba a leer dos poemas. 

El segundo poema que quiero leer a primera vista parece oponerse a "Diezmo" como la juventud se opone a la vejez. Sospecho que esa oposición es, de nuevo, pura apariencia. Desde el fondo de los años, este poema de su primer libro no se opone a "Diezmo" sino que es un diezmo más para reafirmar que la memoria, pese a tanta amargura y tantos fraudes y desilusiones, no se cansa, no debe cansarse en jurar no reincidir, porque

Todo es víspera

Todo es víspera.
Todo sueña un renuevo
y mueve el corazón a defenderse
de los derrumbaderos.
Cada uno en su noche
esperanzado pide
el despertar, el aire,
una luz seminaria
algo donde no muera.
Algo inviolado, exacto, fehaciente,
para enfrentar la sombra,
un puro manantial,
raíz de agua, algo
como es jarra tuya, Isabel,
donde acaso
hay claridad humana,
amor con su poder resplandeciente,
más misterioso que la sombra misma.

Un sentido de la palabra "víspera" hace referencia al día que antecede a un día de fiesta o, al menos, a un día en que se celebra algo y, más en general, es lo que antecede a cualquier suceso y, en cierto modo, lo produce. Nos preparamos, pues, para no reincidir en los derrumbaderos buscando claridad humana a la medida del propio poder, de la propia fiesta. Pero apostar por la no reincidencia no es abrazarse a un optimismo tonto que tras de sí solo deja pasmados: esa creencia de que todo irá mejor, no se sabe por qué.

Por el contrario, en contra del cinismo y la desesperación, pagar la aparición de cada mañana con ese diezmo, la afirmación todo es víspera, es una manera de obligarse al imperativo de vida: hay que saber perder, saber resistir, saber recomenzar y actuar acorde. Para ello, hay que ejercitarse en muchas tareas, entre otras, las ya anotadas: aprender a escuchar las palabras y a cuidarse de sus desatinos, resistir el vértigo simplificador que nos hace estrellar en lo homogéneamente único, como si la vida y la historia no se dijesen en un irreductible plural, andar por caminos laterales y trabajar en la sombra, sin olvidarnos que todo es víspera y que, por eso, no hay que dejar de jurar en que no se va a reincidir más en lo mismo. (No importa que al mismo tiempo sospechemos que inevitablemente se va a reincidir, hay que aferrarse a ese juramento).

Notoriamente, estas tareas son en extremo complicadas y no pocas veces cuesta horriblemente defenderse de los derrumbaderos. Por eso, aludí a razones para no complicarse la vida leyendo la poesía de Ida Vitale. Una pregunta todavía: ¿de dónde proviene el extraño poder que algunos versos tienen en muchas mentes y en no pocos corazones cuando logran romper los circuitos de la comunicación y nos enfrentan a ciertas palabras? Los grandes poetas —se conoce— son los quintacolumnistas de los ángeles. O, en un vocabulario más moderno e incoloro, digamos que son los quintacolumnistas de lo otro. Como la mejor poesía, la poesía de Ida Vitale no deja de advertirnos de muchas posibilidades de lo otro: que hay otro modo de usar las palabras, ajeno a la dictadura palabrera, otro modo de pensar fuera del vértigo simplificador y, ante todo, que es posible otro camino, lleno de obstáculos pero divergente de la cómoda supercarretera que, con frecuencia, es la supercarretera de los lugares comunes y, no pocas veces, de la ignorancia o la infamia, o de ambas. Por eso, quien lea sus versos, quien en general lea versos, en medio de tanto ruido y fantasía que anonadan, acaso pueda rescatar un poco de coraje para resistir y, quizá, pagar el diezmo de recordarse: todo es víspera.