No. 106 / Febrero 2018
 

Luz sobre la materia oscura


Mariella Nigro


A Ida Vitale Y a la memoria de Enrique Fierro

Entiende lo incomprensible
y ámalo. (…)
Ida Vitale

(no es el espíritu callado
en el que caen los silencios (…)
Enrique Fierro


La poesía de Ida Vitale es pensamiento sobre la esencia del ser y sobre el lenguaje, es reflexión en la inflexión con la experiencia íntima, introspectiva, porque articula lo inefable con la interpretación de la realidad, lo intuible con lo inteligible: poesía y filosofía, como en los espejos borgianos, donde la escritura se rige por el deseo de conocimiento.

De allí que su poesía va de lo estoico: “Primero te retraes, / te agostas, / pierdes el alma en lo seco, / en lo que no comprendes, (…)”, a lo epicúreo: “Pero (…) / desde algún borde / una voz compadece, te moja, / breve, dichosamente (…)” (“Aclimatación”, de Sueños de la constancia). Así, la idea toma cuerpo en lo sensorial y lo sustancial, y el poema es “piedra mineral”, “un fruto necesario”, “pájaro que vive por su ala”, “los helechos de hoy”. (“Obstáculos lentos”, de Reducción del infinito).

Su escritura procura la intelección del mundo y los sucesos mediante una racionalidad sensible: en sus versos (y en su prosa, como en varios textos de Léxico de afinidades) se combina el pensamiento riguroso con la imaginación y la inspiración, en el sentido y con el alcance que George Steiner da a las relaciones entre poesía, pensamiento y ser, en su ensayo La poesía del pensamiento, donde argumenta contra las interpretaciones de los criterios platónicos.

Entonces, la poeta escruta, desde la emoción, el horizonte lógico que desvela a los filósofos, esa apertura que a la vez es clausura, dilema y resquicio entre el lenguaje y la idea. “En los sueños renacen los dilemas”, admite en “Sueño”, de Léxico de afinidades; entonces recorre ese umbral desde el sueño y la lógica, y resuelve las disyuntivas con la palabra justa de su poética.

Su “tarea” (poema inicial de Trema) es obrar con y sobre el lenguaje, surcar “la significante abertura, / sufrir para labrar el sitio de la brasa, / luego extinguirla y mitigar la queja del quemado”. Y cuando traduce poesía, “Ante un orden de palabras ajenas, (…) / las reviste de nueva piel / y con amor / las duerme en nueva lengua.” (“Traducir”, de Reducción del infinito). Luego, experiencia tan quemante como la propia escritura es lo que provoca su lectura, la que en Léxico de afinidades es “Espejo ustorio donde lo consumido nos consume”.

Entonces, su tarea —escritura, lectura, traducción— es encender el lenguaje (dentro de la lengua y entre lenguas), y también aplacar el dolor que semejante trabajo provoca, con “el agua de la vida”, “el agua madre”, agua lenitiva que, en Sueños de la constancia, hace al ser “pasar de yermo a escalio / con su abono celeste”.

Seguramente por su proximidad personal, compañeros de viaje por el mundo y por la vida, Ida Vitale y Enrique Fierro han compartido la delectación frente a la palabra y ese nomadismo nostálgico que se percibe en varios de sus poemas donde, como palimpsestos, por mérito del tiempo y el espacio recorridos, todo se borra y vuelve a inscribirse. Memoria y recuerdo son trama y urdimbre del lenguaje que la poesía de uno y otro teje de diferente y personal manera.

La poesía de Fierro trabaja los elementos significantes, un troceo afinado que deja a la vista apenas trazas del paisaje íntimo del poeta en la escena dramática de la iconicidad de la palabra. Desde “la grieta / en el lenguaje / donde aúlla / el nombre / de Isidoro”, su “prosodia / de navegante / solitario” (Ristra) goza y sufre la vivisección del lenguaje y su resignificación a través de cierta economía del discurso, de un logos controlado. En sus versos, plenos de figuras de construcción, practica la deconstrucción (todo es “hecho / deshecho”), exhibe las costuras de los poemas, su dolorosa factura y la experiencia abismal de los silencios y los blancos (como en Marcas y señales).

Vitale instrumenta el lenguaje entre lo estético, lo sensorial y lo cognitivo; va y viene sobre él por esos carriles y se instala en ese límite brumoso donde la lengua es filosofía (como en Deleuze, Derrida o Foucault).

Enrique Fierro: lo fragmentado y la inmovilidad (el vacío, al modo de Parménides, o el posible horror vacui de la era posmoderna); Ida Vitale: la fluidez y el movimiento, y la completitud del sistema (la aletheia de Heidegger).

El poeta se pregunta “¿Ningún / lenguaje / equivale / a / la muerte?” (“En Santa María: fragmentos”), “recorrer el campo de palabras / anterior a la escritura ¿no es / anterior a la escritura?” (“La savia duda”). La poeta se apropia del lenguaje, lo analiza, lo desvela, lo des-oculta, para ordenar su propia existencia y establecer su orden poético; y cuando las “palabras de mar profundo / a cada instante suben a morir”, ella “las ama y acoge”.

Ida Vitale: la armonía de los tropos y la reflexión filosófica; Enrique Fierro: la armonía de los silencios y los fragmentos. En ambos, hay una cosmología del lenguaje. Y, volviendo a Steiner, ambas poéticas tienen diferente música, y arrojan luz, de diferente modo, a la “materia oscura”.


Enero, 2018

Lecturas

Ida Vitale: Trema, Léxico de afinidades, Reducción del infinito, Sueños de la constancia, en Cerca de cien. Antología poética, Colección Visor de Poesía, Madrid, 2015.
Enrique Fierro: Murmurios y clamores, Ediciones de la Banda Oriental, 2002.
Enrique Fierro: Marcas y señales, Biblioteca de Marcha, Montevideo, 1996.
George Steiner: La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan, FCE/Siruela (traducción de María Condor), Buenos Aires, 2012.