No. 106 / Febrero 2018
 

Diario


Concha García


Montevideo, 20 mayo 2012

Acabo de saludar a Amparo Rama que me ha entregado las llaves del apartamento de su madre, Ida Vitale, y de Enrique Fierro. Es una mujer con el rostro apacible, la tez blanca, guapa, nos hemos saludado desconcertadas. Nos hemos caído bien. Atardece y el cielo de Montevideo cambia su color cada vez que miro a través del cristal. Feas palomas se apoyan en los salientes del edificio de enfrente y hacia la derecha, en diagonal, la cúpula del edificio de 18 de Julio me resulta muy familiar. Si no fuese por la memoria no se repetirían estas sensaciones que me devuelven una paz absoluta.

Puedes tener el Río de la Plata a menos de dos kilómetros y no salir de tu casa, de tus calles. Eso es lo que importa, el lugar dentro de una y los paisajes para ensoñaciones. He pasado la tarde durmiendo, mi cuerpo se relaja cuando no siento presión, los sueños aparecen construidos con retales de la realidad y forman un absurdo e interesante recorrido. Hoy se han mezclado asuntos tan diversos que no sabía cómo hilvanarlos al despertar, quizás no estoy segura de lo que estoy haciendo, de los pasos que doy ¿hacia dónde me llevan? Hoy he pensado ¿y si no vienen? Me quedaría en casa de Ida y Enrique, pero ¿para qué?


Montevideo, 23 de marzo

Llueve, el cielo gris plateado convierte la ciudad en un lugar más sombrío. En el desayuno el pianista tocaba la melodía de la canción de Storni, su repertorio se compone fundamentalmente de boleros y canción popular. Mientras bajaba en el ascensor del hotel, he pensado que estaba dentro de mi anhelo bajar por ese ascensor. Hace dos años y medio, cuando vine para dar el curso sobre poesía en la Universidad mis ojos estaban enfermos y recuerdo que me costaba mucho concentrarme en la lectura. De ese tiempo a esta parte yo me he tranquilizado conmigo y ya no busco nada que no sea vivir el instante, es algo de filosofía oriental, pero sobre todo es que ya no quiero proyectarme en mis deseos. En cuanto pienso: nunca más volveré aquí, rectifico pensando que quién sabe nada, dejo en suspenso todas las posibilidades, ya no irradio rencor ni anhelo.


Montevideo, 24 de marzo

Abro la casa que me ha prestado Ida Vitale y Enrique Fierro en el barrio de Pocitos de Montevideo y me encuentro con la mejor biblioteca de poesía latinoamericana que he tenido a mano nunca. Pero no solo eso. La luz entra por todas las ventanas y balcones de tal manera que siento que estoy en un sueño y que cada vez que saque un libro del anaquel, la realidad vendrá a susurrarme que todo dura un ínfimo momento de tiempo.

Entro en la habitación donde se guarda la literatura uruguaya, que ocupa varios estantes. Apretados tomos de Armonía Somers próximos a los de Juan Carlos Onetti, Circe Maia, Felisberto Hernández, Julio Herrera y Reissig, Juan Cunha. Más arriba Amanda Berenguer, Selva Casal, Benedetti, y antologías de principios del siglo XX. Miro la hora pensando que también me apetece pasear entre las arboladas calles de marzo, recién comenzado el otoño austral. Pero la poesía vuelve a entrar por todas partes al tomar de la estantería un amarillento tomo con letras en rojo y negro Mapa de la Poesía 1939. Los nuevos valores del Uruguay. Anotaciones de Juan M. Filartigas Editorial Albatros (no veo el año).

“El Uruguay musical triángulo de tierra, con una ancha onda azul sobre el Plata, y un cordón tierno de agua y de paisaje sobre el Uruguay, (río de los pájaros pintados según imagen guaraní). El Atlántico golpea con puño fuerte en su pecho, y en el Brasil le hace fondo con paisajes de lenta belleza sensual…” Este recargado y pictórico prólogo acaba dando la lista de los antologados: Julio Laforgue, El Conde Lautréamont, Delmira Agustini, Florencio Sánchez, José Enrique Rodó, Julio Herrera y Reissig, Julio Supervielle, Carlos Reyles, Pedro Leandro Ipuche, Eduardo Fabini, Juana de Ibarbourou (entonces tenía en prensa su poemario La rosa de los vientos). Me echo sobre el sofá y abro con devoción el poemario, de él se cae un díptico del antólogo, una foto de su rostro en blanco y negro y debajo una fecha: 1929. Mi padre tenía dos años cuando se publicó. Dejo el díptico a un lado y recorro los poemas.

Encuentro otra antología publicada en 1994 por la editorial Alfar. Poesía uruguaya siglo XX, de Walter Rela. Allí están todos por orden alfabético. ¿Por qué en España apenas conocemos a poetas uruguayos? Ese pensamiento fue la chispa que me hizo venir al Río de la Plata por primera vez hace unos años y en busca de una poesía con distintas filiaciones en un país. Julio Herrera y Reissig murió joven. Hay una foto donde se le ve echado sobre su cama rodeado de libros como si ya tuviese ochenta años. Precoz modernista publicó sus primeros versos en 1898, su poesía mira desde arriba a los otros y él mismo desaparece en el poema, como desapareció prematuramente. El mismo año de su nacimiento (1875) nacía también María Eugenia Vaz Ferreira. Once años después nacería Delmira Agustini, la autora que va mucho más allá de las relaciones sensuales y de la escritura erótica cuya esencia no es otra que un deseo de vida más allá de las estrechas paredes de un matrimonio que acabó en crimen. En esa misma década nació Julio J. Casal de origen gallego y fundador de la revista Alfar considerado por Guillermo de Torre como la más importante publicación ultraísta. También Emilio Oribe, nacido en el interior autor de una poesía más intimista de sesgo filosófico. Juana de Ibarbourou, la autora de Las Lenguas de Diamante. Fue reconocida como Juana de América en una solemne sesión en el palacio legislativo del Uruguay, presidida por Zorrilla de San Martín. Se convirtió en una de las mujeres más homenajeadas de su tiempo. Y es que Uruguay es un país donde han cabido hombres y mujeres poetas al mismo tiempo, una sociedad avanzada para su época. Pensemos que el divorcio lo tienen desde 1907. Hay una película que se llama “Casamiento en Buenos Aires y divorcio en Montevideo”. Continúo pasando páginas, Selva Márquez, nacida en 1910. “Hay un charco entre los pastos/ como un ojo abandonado/ al que tiñe el cielo gris/ de una tristeza de ocaso. Orfila Bardesio, Sara de Ibáñez, Amanda Berenguer, Concepción Silva, Mario Benedetti entre todas ellas, Clara Silva, Carlos Brandy, Marosa di Giorgio, Nancy Barcelo. Merece la antología detenerse.