No. 106 / Febrero 2018
 

Enriqueanas


Mauricio Tenorio Trillo


Nacido Enrique, “payaso de Oriente”. En poesía, sentía abstinencia verbal. ¡Qué suerte!

Del oriental payaso las preguntas: ¿saber escribir? ¿abolir o vivir el azar de las palabras? Nombró, adjetivó, des-palabró, nos dejó la “comprendonia” en pelotas. Obedecieron siempre al payaso, las muy guarangas (las palabras); enjutas y en él, dieron más de sí.

Payaso de oriente, no miente. De venir, venía de huir. ¿Patria? Ninguna. ¿Guarida? Ida. ¿Poética? Esta: versar para callar mejor.

Me voy, dijo. Río otra sonrisa otra; gacho silencio gacho, ausentó y asentó su pluma, su bruma. Hediondo hospital, desolación a la intemperie, ahí moría. Su muriendo, claro, fue per jodere.

“Maestro, ¿tiene miedo?”, pregunto y meo. “Yo postrado, y tú a mear parado y hacer espuma, tu pretensión abruma”. Insisto: “¿Miedo?” “No”; “el médico, ¿al tanto de su decisión?” “Sí, pero… ¿Ida?” “Descanse” “¿Más?” “¿Algo que pueda hacer?” “Dolor nada, por favor, e Ida…” “Duerma”. “¿Y tu hija, ya está bien? Pobre, se quedará sola denunciando tu falsaria, ido yo solo ella”. “Durmamos, Maestro”.

A “duerme Enrique” de “tapir soñoliento”; a “tapir soñoliento” de “payaso de la ira”; a “payaso de la ira” de “mi gordo honesto”; a “mi gordo honesto” de “escaso”; a “escaso” de “¿quién queda?”; de “¿quién queda?” a “honesto es ser escaso”; de “honesto es ser escaso” al “payaso Enrique”; del “payaso Enrique” a “¡te quería yo tanto!”