No. 106 / Febrero 2018


Poesía y Espíritu II
 





Francisca Josefa, el “Afecto 45” y la mística


Daniel Gonzaga Bonilla


Francisca Josefa, monja colombiana nacida en Tunja, ejerció su función en el convento de monjas clarisas en 1845. Durante su vida tuvo vivencias que fueron relatados en el libro de su vida; en éste, la monja imitó la escritura de Santa Teresa. Es ahí donde nos cuenta que al ingresar al convento, fue atacada por sus compañeras y a causa de ello se refugió en el conocimiento de la Biblia y los escritores místicos.

Debido al amplio conocimiento que adquirió en sus años de juventud, Francisca Josefa se dedicó a escribir desde los 18 años una obra íntima que tendrá por título Afectos espirituales de la madre Francisca Josefa de Castillo y Guevara. En estos escritos, la madre tendrá como misión declarar las visiones que dios le da. Los Afectos están escritos en prosa, aunque tienden a la poética y la imitación bíblica de los visionarios profetas (muy en específico Ezequiel). Aunque dentro de ellos existe un escrito que imita perfectamente, a especie de diálogo, a san Juan del la Cruz y al Cantar de los Cantares.

El “Afecto 45” tiene algo diferente de los demás; mientras la prosa de Francisca Josefa es una incomprensión si no se lee desde los significados del símbolo, su poesía intenta explicar la experiencia de vida espiritual; se deberá entender desde la metáfora y la mística. Por mística referiré a Evelyn Underhill y a Juan Martín Velasco que determinan al fenómeno místico como aquello que es indecible para el hombre y que debe ocuparse del hecho con esas ausencias del lenguaje por medio de símbolos o metáforas. Juntamente, el único afecto en verso llega a ser catalogado por estudiosos de Francisca Josefa como una imitación y eso abriría la pregunta ¿acaso es solo imitación lo que la monja tunja quiso hacer?
 
En dicho afecto existen dos elementos recurrentes y simbólicos de muchas experiencias místicas: el aire y el fuego. Una de sus estrofas más hermosas es en donde muestra que el aire y el fuego son delicados y tempestuosos en el alma que tiene un arrobamiento:

Tan suave se introduce
su delicado silbo,
que duda el corazón
si es el corazón mismo.

Tan eficaz persuade,
que, cual fuego encendido,
derrite como cera
los montes y los riscos.

Ahora bien, el símbolo elemental funciona perfectamente para hablar de la naturaleza divina que es impronunciable, doble, incongruente y totalitaria. Si es claro que el silbo es delicado, existe una duda sobre cómo actuar ante él puesto que no es cualquier silbo sino que es el silbo del amado que permite al alma dudar sobre cómo actuar. Para ello habría dos formas de solucionarlo: o bien, evitar ese sentimiento; o dejarse arrobar. El segundo elemento continúa una línea cercana al "Llama de amor viva" de San Juan de la Cruz, en donde muestra un cambio del aire suave a un fuego que derrite como cera algo tan grande como los montes y los riscos. Este fuego es al que el poeta español llamará el fuego que tiernamente hiere.

De estos elementos vuelve a hablar en donde se asemeja a San Juan salvo con un tinte diferente.

Huye, áquilo; ven, austro,
sopla en el huerto mío;
las eras de las flores
den su olor escogido.

Sopla más favorable
amado vientecillo;
den su olor las aromas,
las rosas y los lirios.

Aquí el viento sigue siendo doble, por un lado el aquilo es un viento que destruye puede tomarse como el aire que es parte del proceso de purificación del alma. Para Josefa, este aire es necesario y también una parte de la vereda que hará al místico un hombre que añore pasar por ese aire para ser recompensado por el viento llamado austro. Sin embargo, otro verso ahora correspondiente al fuego, es la parte que no puede ser comparada con algún pasaje sanjuanino.

Mas ¡ay!, que si sus luces
de fuego y llamas hizo
hará dejar su aliento
el corazón herido.

Aquí es mucho más claro que la madre Castillo tiende a duplicar la complejidad de los símbolos puesto que no está ocupando solo un símbolo, sino que mezcla dos símbolos para hablar de las acciones místicas de la divinidad. Es por ello que al hablar de Francisca Josefa no solo debería verse como una mujer iniciativa, sino como una buena estudiosa y experimentante del fenómeno místico.


Afecto 45

Deliquios del Divino Amor
en el corazón de la criatura
y en las agonías del Huerto.


                I

El habla delicada
del Amante que estimo,
miel y leche destila
entre rosas y lirios.

Su meliflua palabra
corta como rocío,
y con ella florece
el corazón marchito.

Tan suave se introduce
su delicado silbo,
que duda el corazón
si es el corazón mismo.

Tan eficaz persuade,
que, cual fuego encendido,
derrite como cera
los montes y los riscos.

Tan fuerte y tan sonoro
es su aliento divino,
que resucita muertos
y despierta dormidos.

Tan dulce y tan suave
se percibe al oído
que alegra de los huesos
aun lo más escondido.

Al monte de la mirra
he de hacer mi camino,
con tan ligeros pasos
que iguale al cervatillo.

mas ¡ay Dios!, que mi Amado
al huerto ha descendido,
y como árbol de mirra
suda el licor más primo.

De bálsamo es mi Amado,
apretado racimo
de las viñas de Engadi:
el amor le ha cogido.

De su cabeza el pelo,
aunque ella es oro fino,
difusamente baja
de penas a un abismo.

El rigor de la noche
le da color sombrío
y gotas de hielo
le llenan de rocío.

¿Quién pudo hacer, ¡ay Cielo!
temer a mi querido?,
que huye el aliento y quede
en un mortal deliquio.

Rotas las azucenas
de sus labios divinos
mirra amarga destilan
en su color marchitos.

Huye, áquilo; ven, austro,
sopla en el huerto mío;
las eras de las flores
den su olor escogido.

Sopla más favorable
amado vientecillo;
den su olor las aromas,
las rosas y los lirios.

Mas ¡ay!, que si sus luces
de fuego y llamas hizo
hará dejar su aliento
el corazón herido.