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portada-traduccion-a-lengua.jpg Traducción
a lengua
extraña
Luis Jorge Boone,
Fondo Editorial Tierra Adentro,
México, 2007

Por Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal
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Cuando se lee el título que Luis Jorge Boone (Monclova 1977) le ha dado a su más reciente poemario, merecedor del Premio Nacional de Poesía Elías Nandino 2007, se sabe que la intención no es otra que recuperar la idea de que toda traducción es en esencia injusta. Para traducir es necesario contar con el conocimiento de por lo menos tres elementos, el primero es la materia o asunto referido por el lenguaje, el segundo y el tercero corresponden a la lengua original y a aquella que se ha decidido como destino.

Al decirnos que esa lengua otra es extraña, el poeta está asumiendo una posición riesgosa y decidida. Traspasar lo conocido hacia lo oculto supone una suerte de ambigüedad manifiesta; sin embargo, en este caso concreto apunta hacia una propuesta de interpretación que se constituye como transgresora de sus propios supuestos. Si algo hay que hacer notar respecto a Traducción a lengua extraña, es precisamente una ambigüedad que consigue de algún modo sintetizar dos tradiciones poéticas.

En el libro de Luis Jorge Boone caduca la idea del poema como una forma de creación última porque su apuesta es, pese a lo totalizante del discurso, por una medianía que se conforma con apuntalar los sentidos de la experiencia y, al mismo tiempo, reflexionar sobre la forma en que lo vivido se transforma en materia del lenguaje. Como ejemplo de esto, basta citar un poema de la página 55 en el que afirma: “Escribir el poema es traicionar las notas./ Agregar palabras al monólogo de otro./ Fingir pensamientos que justifiquen otros pensamientos. / Un cadáver exquisito de iluminaciones, / traje de retazos unidos por el zurcido invisible/ de nuestra necesidad de laberintos./ Notas discordantes unidas por el drum & bass/ sobre el que se monta una falsa geografía./ Conectar la respiración artificial./ Un autoengaño.”

Pero el sentido de la traducción hecha por Boone va más allá de la mera dificultad de anotar sobre lo vivido, hay un componente discursivo, no necesariamente lúdico, que abunda sobre lo referencial. Y en  este caso se trata de una referencialidad doble; por un lado están los homenajes y poemas dedicados, que apuntan en una suerte de obviedad hacia la propia experiencia de vida y lo leído, y por otro está el uso de la cita como recurso último.

Si bien estos textos están aún lejanos del pla(y)giarism que caracterízó a la narrativa norteamericana de la década pasada, puesto que en este sentido la glosa, más que el plagio, permanece ausente de toda intención transgresora del propio discurso; lo que sí puede entreverse es la habilidad de Luis Jorge Boone para asimilarla como un elemento estructural del libro. No se trata sólo de la cita textual, o esa que puede inferir un lector más o menos enterado; la propia nota a pie, la nota del traductor, constituye un vehículo para que el poeta pueda volver, una y otra vez, sobre las huellas de su experiencia escritural. Por eso el poeta sabe, de suyo, que “sus pasos desgastaban los pasillos con peso diferente./ Reconstruir la misma casa sería habitar/ la vida de otro./ Pero el plagio es una forma honorable de la envidia.”

Y si algo hay que envidiar de Traducción a lengua extraña es su excelente factura, tanto en términos conceptuales como formales, lograda sólo a partir de una honestidad literaria que sabe reconocer que “el verbo es una moneda defectuosa”, y que en términos reales siempre es más fácil comprender “lo adulterado”. En este sentido, Boone ha sabido ejercer un oficio de cartógrafo, que no es otro que el de aquel que se ha decidido a trazar las referencias de lo que se intuye insondable a través de lo palpable. Por eso, como el propio autor lo ha señalado: “Leer la traducción/ es llegar otra vez tarde ―borradas las pistas,/ resuelta la tensión― a la escena del crimen.”


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