No. 106 / Febrero 2018
 

Poemas de Raúl Gómez Jattin



El Dios que adora

Soy un dios en mi pueblo y mi valle
No porque me adoren Sino porque yo lo hago
Porque me inclino ante quien me regala
Unas granadillas o una sonrisa de su heredad
O porque voy donde sus habitantes recios
a mendigar una moneda o una camisa y me la dan
Porque vigilo el cielo con ojos de gavilán
y lo nombro en mis versos Porque soy solo
Porque dormí siete meses en una mecedora
Y cinco en las aceras de una ciudad
Porque a la riqueza miro de perfil
mas no con odio Porque amo a quien ama
Porque sé cultiva naranjos y vegetales
aún en la canícula Porque tengo un compadre
a quien le bauticé todos los hijos y el matrimonio
Porque no soy bueno de una manera conocida
Porque no defendí al capital siendo abogado
Porque amo los pájaros y la lluvia y su intemperie
que me lava el alma Porque nací en mayo
Porque sé dar una trompada al amigo ladrón
Porque mi madre me abandonó cuando precisamente
más la necesitaba Porque cuando estoy enfermo
voy al hospital de caridad Porque sobre todo
respeto solo al que lo hace conmigo Al que trabaja
cada día un pan amargo y solitario y disputado
como estos versos míos que le robo a la muerte

 

 

Sara Ortega de Petro

Tallada en una carne alada oscura y firme
llegó mi hermana Sara desde lejos del mundo
a mis años de asma y juegos de escondidas
a encenderme Con su atávica África iluminándole la piel
y alborotando recia la mansedumbre del patio solariego

Llegó con unos inmensos zapatos de charol fucsia
y un traje de colores deslumbrantes
que acentuaban su delgadez de cobre

Esa mujer con la hermosura de una reina de Dahomey
y la delicadez que perfiló mi madre con dulzura

Esa Sara Ortega de Petro la que hoy es mi comadre tres veces
la que cuando muero de soledad o de locura
acude a verme con un tazón de sopa y todo su cariño
Aún hoy tengo tanto de ella en mí como de las mariposas
La lluvia y los primerizos mameyes del invierno

 

 

Scherezada

Está enamorada del asesino que la obliga
noche tras noche a exprimir su memoria
de la ancestral leyenda multiforme y extensa
para salvar por un momento su indefensa vida
Y mientras cuenta y cuenta Scherezada
el Califa la besa y acaricia lujurioso
y ella tiene que seguir entreteniéndolo contando
porque el verdugo espera en cada madrugada
Está a merced de quien la oye emocionado
pero no levanta la sentencia a muerte
El artista tiene siempre un mortal enemigo
que lo extenúa en su trabajo interminable
y que cada noche lo perdona y lo ama: él mismo

 

 

Lola Jattin

Para Alejandro Obregón

Más allá de la noche que titila en la infancia
Más allá incluso de mi primer recuerdo
Está Lola —mi madre— frente a un escaparate
empolvándose el rostro y arreglándose el pelo
Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte
y está enamorada de Joaquín Pablo —mi viejo—
No sabe que en su vientre me oculto para cuando
necesite su fuerte vida la fuerza de la mía
Más allá de estas lágrimas que corren en mi cara
de su dolor inmenso como una puñalada
está Lola —la muerta— aún vibrante y viva
sentada en un balcón mirando los luceros
cuando la brisa de la ciénaga le desarregla
el pelo y ella se lo vuelve a peinar
con algo de pereza y placer concertados
Más allá de este instante que pasó y que no vuelve
estoy oculto yo en el fluir de un tiempo
que me lleva muy lejos y que ahora presiento
Más allá de este verso que me mata en secreto
está la vejez —la muerte— el tiempo inacabable
cuando los dos recuerdos: el de mi madre y el mío
sean solo un recuerdo solo: este verso