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Grandes distancias
Álvaro Luquín
Filodecaballos,
México, 2017.
Por Xitlalitl Rodríguez Mendoza
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No. 107 / Marzo 2018


La poesía en tiempos de la posverdad

Qué alivio que en la era de la posverdad no exista una pospoesía. La sola idea de un fakepoem, a manera de fakenews, sería impensable. Sin embargo, la poesía toma sus propios vericuetos para salirse con la suya y hablar de gatitos, por ejemplo. No es el caso de Álvaro Luquín y sus Grandes distancias, libro de poesía recién publicado por la editorial Filodecaballos.

La atmósfera de Grandes distancias es, sin duda, la de un capítulo de Black Mirror. O quizás, una mezcla entre la primera temporada de esta serie británica y la tercera de Twin Peaks. El narrador omnisciente de este libro, como un voz en off en el filme, bien puede ser el tipo que en la serie de David Lynch se la pasa vigilando una caja frente a la noche sideral. Esperando ver qué aparece en ella. ¿No es así cuando miramos el cielo de la televisión, esperando encontrar algo de nosotros ahí?

Estas Grandes distancias no pueden ser salvadas por la tiranía de la comunicación; no hay plan de Telcel que alcance a los personajes que transitan este libro. Aquí, el poeta emplea la jerga televisiva de agencias de inteligencia (al escucharlos hablar, es difícil diferenciar a los agentes del servicio secreto de los actores) para fracturar el habla fuerte y clara, el entendimiento que creemos tener al chatear durante doce horas en una banda de cinco megas.

En este libro, la poesía es la que evidencia los rasgos de la sociedad actual con una oscurísima conciencia del lenguaje como único dispositivo para desenmascararlos. ¿Desenmascarar qué? La voraz similitud en la que vivimos actualmente.

“Hay algo humano en tu Central de Inteligencia, / una forma codificada en lo aleatorio”, afirma Luquín casi al inicio del libro, y da cuenta así, de una especie de latino homologado en medio de un caos simulado.

En La expulsión de lo distinto, el filósofo coreano Byung-Chul Han habla acerca de cómo actualmente vivimos en el infierno de lo igual, un mundo donde nada distinto, diferente o erróneo (ya no digamos el otro rimbaudiano) puede tener cabida. “A causa de su positividad, el violento poder de lo igual resulta invisible. La proliferación de lo igual se hace pasar por crecimiento. Pero a partir de un determinado momento, la producción ya no es productiva, sino destructiva; la información ya no es informativa, sino deformadora; la comunicación ya no es comunicativa, sino meramente acumulativa”. Pateando esta lisa puerta de lo igual, del espectáculo como bálsamo mortuorio, la poesía de Álvaro Luquín va abriendo el camino entre estos diversos puntos entre los cuales hay grandes distancias. Estos lugares bien pueden ser los bunkers del servicio secreto tan cerrados y antisépticos como un hogar en forma, donde cualquier mancha o suciedad puede ser motivo de despido (sí, la familia como una célula corporativa, como una pyme, es también un campo donde se alojan unas exequias doradas del sistema neoliberal).

A lo largo de cinco secciones, “Servicio secreto”, Colección no conexión”, “Contención”, “Filum” y “Maquinita para desempolvar sin temor”, la voz poética de este libro cobra diversos puntos de vista (pude ser un dron o un espejo) y va señalando a cada uno de sus personajes, a la vez que reconoce lo fatalmente humano en ellos, a la vez que éstos buscan huir de sí mismos rodeados de dispositivos arrogantemente perfectos, útiles e inteligentes. Esto puede verse en versos como “Cambiemos de apartamento. Quizá con nuevas cosas para el hogar / podremos volver al ring”.

La narrativa visual del libro, el diseño editorial realizado por León Plascencia, activa funciones de intrínsecas de cada una de las secciones como si la unidad completa fuera el celuloide. El blanco y negro que inauguran cada sección, recuerdan el plano-contraplano del que Godard habla en Nuestra música y que refiere a la hegemonía política frente a los desahuciados.

El tono de Grandes distancias es, sí, melancólico. “Si no hubiera un planeta azul a punto de tragarse la Tierra / se volvería insigne eso de que todo, todo nace en medio, ni al principio ni al final”. Así como se nos acerca el planeta de Lars Von Trier y su delicada coreografía entre el abandono a la catástrofe (que representa Justine, interpretada por Kirsten Dunst), el entusiasmo casi infantil del pensamiento científico (John, interpretado por Kiefer Sutherland) y la negación ante lo inminente, la muerte (Claire, interpretada por Charlotte Gainsbourg), acercamos también el rostro a la pantalla de este libro agradeciendo el comic relief del autor. Este humor oscuro, que en la Antigüedad fuera el relacionado con los melancólicos y ahora, en este nuevo oscurantismo, proscrito. Como ejemplo, cito este poema de Luquín: “Se multiplican los homicidios, / la cosa está que arde: se amontonan los casos. // Nada importa / el Ministerio Público anda enfiestado: // acaba de llegar el cheque”.

“A la poesía le es inherente la oscuridad”, añade Byung-Chul Han en “La expulsión de lo distinto”, y luego retoma a Paul Celan: “La poesía da testimonio de la presencia de lo ajeno que se custodia en ella. Es la ‘oscuridad congénita, la oscuridad adherida a la poesía en función de que se produzca un encuentro’, la figuración poética que introduce formas, la imaginación poética configura lo ajeno dentro de lo igual. Cuando lo ajeno no se incluye, entonces se prosigue con lo igual. En el infierno de lo igual la imaginación poética está muerta”.

Así, estas Grandes Distancias de Luquín nos alejan del pavimento liso y depurado para llevarnos a la terracería de lo real por medio de una poesía sin concesiones, al más puro estilo de nuestra amada Nico.