No. 107 / Marzo 2018

Poesía y Espíritu III
Mística gay:
"Ángel negro"


Lewis Thompson

Nota introductoria por Andrew Harvey*
Traducciones de Luisa Manero Serna


Lewis Thompson es uno de los más grandes, y menos conocidos, escritores místicos del siglo XX. Nació en Londres en 1909, y alrededor de sus veinte años se convirtió en vagabundo. Viajó a Francia y Alemania, perseguido por las visiones de Rimbaud y de las grandes ciudades. El Londres y el París de Cocteau, Picasso y Diaghilev de mediados de los años veinte le provocaron una impresión inolvidable. En algún momento pensó en ser pianista y fue un intérprete sensible de Bach y Debussy durante toda su vida.

Thompson vivió en la India durante los últimos dieciséis años de su vida y fue por mucho tiempo bibliotecario en la escuela Rajghat de Benarés. Vivió con simplicidad hinduista, indiferente al Raj británico y su estilo de vida, y se dedicó completamente a una estimulante, agonizante y profunda búsqueda espiritual que lo llevó a distintos áshram de toda la India. Por un tiempo tuvo un gurú al sur del país, Sri Atmananda, pero una discusión terrible los separó; más tarde escribiría cosas brutales sobre el sistema de gurús. Thompson renegó de su salud y murió súbitamente en Benarés a la edad de cuarenta años, antes de tener tiempo de preparar su obra recientemente terminada para su publicación. Una colección de sus aforismos, Mirror of the Light [Espejo de la luz], fue editada y publicada por Richard Lannoy en 1984; la gran mayoría de su poesía única permanece inédita.

Aunque Thompson vivió solo gran parte de su vida, alude a su homosexualidad en sus reflexiones sobre el sexo en Mirror of the Light, y es revelada explícitamente en sus diarios inéditos. Pienso que ningún otro escritor inglés del siglo XX escribe de la experiencia y el descubrimiento místicos con una precisión tan fina, implacable, aguda, y con un candor tan devastador (y tan devastado). Lawrence Durrell subrayó que Mirror of the Light era "un libro de la distinción más alta; el escrutinio íntimo llevado al punto de la angustia y descrito en aforismos de gran densidad y belleza". Edith Sitwell proclamó a Thompson como un genio, y a su poema "Black Angel" ["Ángel negro"] (publicado por primera vez en esta antología) como uno de los más grandes poemas modernos. El trabajo de Thompson prefigura buena parte de la radical escritura espiritual moderna: el momento de descubrir su voz y la celebración de su genio, ahora finalmente ha llegado.



Black Angel


1

One day that black and shining angel who
Haunted my nights in Arles and at Ajmeer,
Monster of beauty loud with cruel gems,
I shall encounter in some lane at noon
Where painted demons have struck dumb the walls.

Perhaps a glance absorbs, unriddles him;
Or he, or I, will follow to such home
As then I seem to have, and (if his height
Or presence do not shatter it roof and floor,
Leaving me dark in a new wilderness
Acrid with blowing smoke, horizonless),
He will have entered in. And though my garland
Shrivel upon his lightning beauty, I have decked him.

Black Peacock harsh with plumes, our somber legends
Buried you with the Yezidees, or we have mocked you
With the ecstatic irony of red-hot swords.
Now take from me the last shell of my words,
The empty skull, and show me a true body.


2

Mute, inexhaustible music, sweet and mad apalling-lyre,
Machine of destiny, enigma, Sphinx!
Hand, lip, life, limb wander your lunar fire
Lost in impenetrable gleaming subtlety.
Your breast—an echoing cithern of black glass;
A holdless precipice, a ladder without rungs
For suffocating rapture—sheer
Vertical cords Apollo's brazen touch
Alone can find: none other wakes
That diamond music. Avid, raving Sun,
Lewd, leonine,
Beat into adamant your meteor dark.
That obstinate anvil, equally, refracts
The cruel, deft and delicate hammer-pulse
To Vulcan clangor—rings
All song to dust. Or else,
Abyss of silence, orchestrates
All bare and bleeding hells.
The dhalia's crisp and somber
Sun and bitter scent,
Black blood and serpentine
Of leaf and stem—the
Dark marriage, Pluto, Proserpina.

O tongueless terror, solitary bell,
Devouring mouth, unborn, undying Youth,
Time you devour—have ever undermined
the last, lean, anguished, agonistic ground
On which Odysseus, Theseus, Herakles,
Faust, Apollonius, every monster or mage,
In desperate, sick and self-exhausting pride
Might stand and still contrive
Against your cheating magic irony—
You the undoing before it can begin,
The never of all their nightmare, all the absurd,
Blind and baroque, laborious suicide
For which, with wonderful tokens, they were born.

Firm be your sight
Ever before my eyes:
You are the Eye that sees
Yourself by your own light.

The drenching gaze of god, of marigold eyes,
All calm and all caprice, Edenic wantonness,
Empties to piercing void in whom they light upon
All thought, all faculty. The tawny mane
Of raveling hair, like gold, like camphor, shakes
A pollen of fresh iridescences
Over the lintel of nervate, warm obsidian,
The shoulders' sweet and solemn, brute and tender span.

Your back is like the secretive lapse and pull
Of wide and sinewy waters. And the firm,
Heavy, elusive loins, mute bell,
Girt with a chain of iron, a shield of polished iron.
The svelte and lusty body subtly bloomed
As if (white-hot) with ash; that silk astringency
Stained at a vine of hair with maddening ichor—
A subtle serpent, tender, gleaming, harsh
With the deep rut of lilt and lightning fire.

A bolt of thunder rises from beneath
The earth, root of the underworld,
Glittering with rigid and relentless bane,
Volcanic, venomous, wielded by Death's
Cold, all-reversing flame—
Satin with freshness like a young and hard blue rose.

Those doors, those vulcan mouths,
Orpheus, dumb horror-stricken harp, affront: Eurydice
(Springtime Proserpina, Ceres) you seek in vain
Beneath the sun or looking back to see
A scatheless image of immortality:
This judgment only if it weigh, bow down the soul
Drenched in the scorching black roke of the bull
Inherits heaven's unfading flowers, the flowering earth.

Terrible luxury, that dour and dark divide:
Black rose, indigo noose, blue satin brazier
Of subterranean fire—the serpent cave
Pulsing and glittering:
Too close and monster-sweet simplicity.

The dizzying maelstrom's void and valsing walls,
Magnetic drag and drive of spinning steel,
Rock, reel, climb, comb, tower and overtower:
Whelming and overwhelming, floorless deeps
Mine, undermine, breath, speech, mind, memory.

What sorrows dumb from the beginning of the world
And dumb for ever, knife always buried first
And hidden in our own heart—
Unfrontiered tenderness and crime
Here, here in the fathomless heart,
Cry (nectar, venom, Angel, Demon), laugh
So terribly out loud!


3

Wordless: skull, rose;
Bull, meteor;
The singing bone.

A thousand lions
Roar like a sun.
The thunderbolt,
His blinding laugh.

A cup of blood
Drinks and drinks up the heart.

 

Ángel negro


1

Algún día encontraré a ese ángel negro y luminoso que
se aparecía en mis noches de Arlés y Ajmer,
monstruo de la belleza de cruel joyería estridente,
en algún callejón al mediodía
donde demonios pintados dejaron sin habla a las paredes.

Tal vez una mirada lo absorba, lo desentrañe;
o él, o yo, nos sigamos a aquella casa
que al parecer entonces tengo, y (si su altura
o presencia no derrumba techo y suelo,
y me deja a oscuras en una jungla nueva,
acre con humo turbulento, sin horizonte),
él habrá entrado. Y aunque mi guirnalda
se marchite ante su belleza fulgurante, yo lo habré ataviado.

Pavorreal negro, emplumado cruel, nuestros sombríos relatos
te sepultaron con los yazidíes, o te hemos burlado
con la ironía extática de espadas al rojo vivo.
Despójame ahora de la coraza última de mis palabras,
el cráneo vacío, y muéstrame un cuerpo verdadero.


2

Muda, inexhaurible música, furiosa lira aterradora,
máquina del destino, enigma, ¡Esfinge!
Mano, labio, vida, miembro vagan por tu fuego lunar
perdidos en la resplandeciente sutileza impenetrable.
Tu pecho —sistro de cristal negro reverberante;
precipicio inasible, ladera sin peldaños
para el rapto sofocante—, escarpadas
cuerdas verticales que solo el descarado tacto de Apolo
puede encontrar: ninguno otro despierta
esa música de diamante. Ávido, delirante Sol,
lascivo, leonino,
pule el diamante de tu negrura de meteoro.
Ese yunque obstinado refracta igualmente
el cruel, hábil y delicado pulso del martillo
hasta el estruendo vulcanio —anillos todos
del canto al polvo. O de otro modo,
abismo de silencio, que orquesta
todos los infiernos desnudos y sangrantes.
El sol fresco y sombrío de la dalia
y su amargo aroma,
su sangre negra y serpentina
de tallo y hoja —el
matrimonio oscuro, Plutón, Proserpina.

Oh terror sin lengua, campana solitaria,
voraz boca, juventud sin nacimiento ni muerte,
devoras al tiempo —has socavado para siempre
el último, escaso, afligido, agónico suelo
en que Odiseo, Teseo, Heracles,
Fausto, Apolonio, todo mago o monstruo,
que en un orgullo desesperado y enfermo que se agota a sí mismo
pudiera ponerse en pie y tramar aún
contra tu mágica ironía tramposa—
Tú el que deshace antes de que haya comenzado,
el nunca de su pesadilla entera, el absurdo entero,
ciego y barroco, laborioso suicida
por quien, con prendas maravillosas, ellos nacieron.

Firme sea tu vista
por siempre ante mis ojos:
tú eres el Ojo que te ve a ti mismo
bajo tu propia luz.

La torrencial contemplación de dios, ojos de caléndula,
todo calma y capricho, desenfreno edénico,
se vierte hacia el vacío en quien ellos incendian
todo pensamiento, toda facultad. La leonada melena
de pelo deshilachado, como el oro, como alcanfor, sacude
un polen de frescas iridiscencias
sobre el dintel de la nervadura de tibia obsidiana,
la envergadura de los hombres dulce y solemne,
bestial y tierna.

Tu espalda es como el desliz y arrastre sigiloso
de aguas sinuosas y vastas. Y el firme,
pesado, esquivo lomo, campana silente,
ceñido con cadena de hierro, escudo de hierro pulido.
El cuerpo esbelto y vigoroso floreció sutilmente
como (blanco ardiente) con ceniza; esa astringencia de la seda
manchada en la vid del cabello con enloquecedora hondura—
sierpe sutil, tierna, brillante, severa,
con el surco profundo de la entonación y el fuego centelleante.

Un relámpago se alza de debajo
de la tierra, raíz del inframundo,
resplandece con ruina rígida e implacable,
volcánico, venenoso, empuñado el frío
de la Muerte, llama que todo lo revierte—
satinado de frescura como una joven y dura rosa azul.

Esas puertas, bocas vulcanias,
afrenta Orfeo, arpa muda golpeada por el horror: Eurídice
(primaveral Proserpina, Ceres), buscas en vano
bajo el sol o miras atrás para ver
una imagen ilesa de la inmortalidad:
si lo sopesa, este juicio se postra ante el alma
empapado en el abrasador vapor negro del toro
y hereda las flores imperecederas del paraíso, la tierra floreciente.

Lujo terrible, esa austera división oscura:
flor negra, lazo índigo, bracero azul satinado
de fuego subterráneo —cueva de serpiente
pulsante y reluciente:
simplicidad demasiado cercana de dulzura monstruosa.

El vertiginoso vacío del vórtice y sus muros rodantes,
arrastre y empuje magnético de acero giratorio,
ascenso, carrete, piedra, peine, torre y cumbre de la torre:
hunde y abruma, profundidades sin suelo,
mina, ruina, aliento, habla, mente, memoria.

Lo que apena hasta el mutismo desde el principio del mundo
y por siempre mudo, cuchillo sepultado siempre primero
y oculto en nuestro propio corazón—
ternura y crimen sin fronteras
aquí, aquí en el corazón insondable,
llora (néctar, veneno, Ángel, Demonio) ¡ríe
en terrible voz alta!


3

Sin palabras: cráneo, rosa;
toro, meteoro;
el hueso cantor.

Mil leones
rugen como un sol.
El relámpago:
su risa deslumbrante.

Una copa de sangre
bebe y bebe todo el corazón.

 

*Texto originalmente publicado en la sección dedicada a Thompson de la antología The Essencial Gay Mystics, Andrew Harvey (ed.). Ohio: The Pilgrim Press, 1997 [San Francisco: Harper Collins].