...................................................................
La luz herida
Juan Bautista Villaseca
Taller Ditoria,
México, 2013.
 
.....................................................................

No. 107 / Marzo 2018



A un caballero de sal

                                                   A Carlos Domínguez Ayala

 

Si solo fuera defender la rosa
y no este corazón ensangrentado,
la poesía no te hubiera dado
la sed de sus heridas por esposa.

Varón del sol y de la mariposa,
conde de la paloma enamorado,
tú, el más amargo, fuiste designado
a ser idioma de la luz lluviosa.

Todo el dolor te debe su figura,
todo el salitre se te ha vuelto templo,
maestro cereal de la ternura.

Yo, que veo al hombre como a un árbol ciego,
ferroviario del llanto, te contemplo,
como a la harina que hace pan el fuego.



1

El tiempo pasa y mi dolor se inflama
en las llagas roídas por su fuego,
y su puño de mármol que embalsama
llama a mi puerta con afán y apego.

Su tic tac es un grito que reclama
con el golpe frenético de un ruego,
y está ahí: implacable, como llama
en la entraña materna un hijo ciego

Mañana ha de llamar, tras mis pasados,
como un beso fatídico y seguro
que ha de cerrar mis párpados cansados.

El tiempo es ese químico obstinado
en mezclar el presente y el futuro
en la probeta inerte del pasado.




Te me mueres de música…

Te me mueres de música y jacinto
en la ausencia de flautas que te aleja,
y eres brisa de un piano, entre la queja
del ámbar lastimado de su instinto.

Partitura de pájaros, te pinto
donde el mar se agaviota y nos refleja,
y me duele hasta el lápiz, que te deja
encallada de óleo y laberinto.

Mi corazón se habita de tu pena,
y mi corbata viste de alegría.
¿Por qué naufrago a sangre con mi vena?

Ya este viento se inunda de la gesta,
Y me naces telar en la agonía
Como un violín sonámbulo en la orquesta.




Corazón, perro de luto…

Como un perro de luto que no cesa
de sangrarme con su propia mordedura,
trota mi corazón con su montura
de almirante solar de la tristeza.

El mundo muerde, muerde su aspereza
de volantín de cardo que amargura,
y muerde su guitarra que inaugura
como centavo ausente la pobreza.

Yo solo soy el beso que no tengo,
el rosal que le falta a la alegría,
el dolor seminal de donde vengo.

Pero cercado de dolor y alambre,
partidario de luz, la poesía
lava mi plato usado por el hambre.