No. 107 / Marzo 2018
Correo sentimental

Contar el nuevo siglo


Brenda Ríos


Me regalaste ese libro que considerabas fundamental que leyera. Black out, de María Moreno. Una biografía, novela, crónica, trozos de cuaderno. Qué curioso que algunas personas escriban así, ¿no te parece? Como si cada palabra fuera piel, tejido, sangre. No suele pasar. Imagino que alguien puede hacer un libro así, monumental, uno solo, o un par si quieres, y luego desaparecer. El esfuerzo debe ser agotador. Un desdoblamiento que demanda lo que esa persona conlleva en sí misma.

En las tardes dudo entre salir a caminar o quedarme a leer. A veces dudo tanto que termino haciendo lo más obvio: ninguna de las dos cosas. Solo miro por la ventana y listo. No pienso en cosas transcendentales, ni en la vida, ni en las decisiones que tomé que me llevaran a estar ahora, con este cuerpo, estas manos, mirando esta ventana, ni en la música que dejé de escuchar. Solo miro por la ventana. Acto tan mínimo que requiere toda la atención posible. El cuerpo alerta.

Los obreros salen del edificio en obra. Usan mochilas de plástico. Chamarras gastadas, limpias, botas. Bromean pero están cansados. La risa es fingida. Lo sospecho pero no lo aseguro.

Ahora llueve. No es la gran cosa. Solo es agua. La veo pegarse en el vidrio. Veo a medias lo que se mueve afuera: un color que corre: el abrigo de alguien que se mueve. Es como tener miopía en realidad ampliada. El agua disloca la ciudad, la pone mal, la pone histérica, lenta, madre hinchada que no puede evitar tener los senos rebosantes de leche.

Ah, pero te quería contar que leí a una chica, muy chica, ¿sabes? Cómo se puede ser poeta tan mayor cuando en realidad debíamos haber empezado desde antes. Apenas saben escribir y ya tienen lenguaje, algunos. Se llama como un sitio turístico: Xel-Ha López. No sé, claro, si es su verdadero nombre. Redoble de tambores si lo inventó. O mira, sus padres que la nombraron así ya tenían algo en mente. Bien, bueno, ella. Publicó un libro llamado Crónicas de un nuevo siglo (Ámbar editorial, México, 2016) que tiene poemas que son también crónicas. Las crónicas hablan de un presente congelado en el texto. Instantáneas del espacio y del tiempo. Polaroids. La cámara no es lúcida, es visceral, es clarividente. Quién no quiere ver instantáneas de lo sensible, lo único, lo que define un país que es tantas cosas. Si te mueves de calle es otro país. Pero eso ya lo sabes porque has estado aquí.

Crónicas de un nuevo siglo es un libro de espera. Como cuando no puedes evitar ir al hospital y esperas que digan tu nombre para que te hagan estudios. Así. Compartes la sala con desconocidos pero crees que pronto alguien saldrá por una de esas puertas y dirá tu nombre tan fuerte que regresarás de donde te haya llevado tu pensamiento. Como si te curaran de espanto: dicen tu nombre dos-tres veces si no respondes a la primera por estar en babia. Bum. Ya estás curado.

El personaje espera algo en esos poemas. No sé. Quizá esperaba, mientras lo escribía, a que el país se curara solo, que las mujeres dejaran de ser perseguidas en la oscuridad, que la pobreza, la injusticia y todos esos conceptos enormes se volvieran otra cosa: algo puro. Eso entendí del libro. Quiere una pureza antigua. Una pureza del lenguaje, luego de las personas, luego del mundo. En ese orden.

Ana es un nombre genérico, mi vida, ana es ana y no va a la
escuela porque para todas es más fácil abrir las piernas, amarrar
al hombre aunque sea una bestia y la cuerda sea infinitamente
larga, y el perro ladre, el perro muerda.
[…]
en la azotea lloran los perros y las mujeres
anas tienden la ropa pequeña de unos bebés que nacen
[medio muertos
que crecen porque es natural que las plantas crezcan también
y luego aparezcan en el martes de tianguis y luego se pudran
adentro o afuera de las gentes

Muchas veces pienso cómo puede hacerse un poema. ¿Cómo sabes que está listo? El poema como disparo. El agua contenida en el globo arriba de una azotea en la mano del niño. Pícaro, el niño. Aburrido, el niño. El poema entonces cae. Se estrella. Se disuelve. Mira, tomas un tema, un trocito de tela, no sé, digamos un país violento. Elige en el mapa. Luego diseccionas. No puedes hablar de la violencia en general, es demasiado. La violencia primigenia, inherente al hombre. Entonces dices: “Cabezas colgando de un árbol como esferas”. Podría ser cualquier cosa ese verso. Un guiño incluso. Un guiño cruel. Pero no es la alusión navideña lo que trae al instante lo que evoca. Es México con cientos de personas colgando de los puentes, víctimas y victimarios, con pancartas que advierten los tiempos que se viven. Pancartas, es preciso decir, con faltas de ortografía. ¿Qué parte de qué país eres ahora? Miles de hombres desaparecidos, mujeres asesinadas, migrantes del campo que ven sus tierras ocupadas por la rama económica del narco que aplana a su paso lo que encuentra: un buey inmenso resoplando en los dientes de león su aliento fétido. Un país de huesos. Eso.

Llegan tres tipos con machetes a tu casa
llegan tres tipos encabronados con machetes a tu casa
son tres y el primero de la espalda más grande destroza la puerta
                        [de la entrada de tu casa
Cierra el pedazo de puerta
que nadie salga, grita, nadie va a entrar ni salir, putos
Yo pienso, no lo digo porque los machetes están oxidados, pero
[pican parece que cortan, yo pienso
Afuera hace calor, es invierno pero hace mucho sol afuera
no te pares puto, grita, siéntate
me acomodo en el sillón, está buena la película, hiperrealista
zas, zas, suenan los machetes, casual, así suenan
no saben con quién se metieron putos, grita, él, el de la
                 [virgencita en el brazo derecho
en este momento todos somos putos por designio de tres
[machetes que suenan, casual, zas, zas
Hasta ahora me acuerdo, mi bolsa está ahí enfrente, no dice llévame
pero parece que dice
está buena la peli, pienso, no lo digo
me basta con oír de cerca el zas de los machetes

Xel-Ha López hace en Crónicas para un nuevo siglo un ejercicio poderoso, salvaje, necesario de contar los trozos de un país que es fosa común, tierra de panteón. Ha visto demasiado. Pero en un país como éste el demasiado es relativo. El sur-sur está en otro país. El norte es una facción de geografía y lengua, tan cercano a Estados Unidos que no saben a dónde mirar. A los malls. Su mayor referencia del mundo. Y bien, es así: vas en un auto, de un lado tienes el mar, del otro la montaña, frente a ti el desierto. Atrás no sabes qué hay. Tienes frío y calor al mismo tiempo. Los libros de hace no mucho parecen antiquísimos y los libros nuevos, novísimos, vienen del futuro. Irónico. Todo parecería hacer creer que tendremos todo menos el futuro.

Eso te quería contar. No sé qué pasará en los próximos años. Solemos decir No se puede estar peor y sin embargo, se logra que estemos peor. Los feminicidios, las desapariciones forzadas, los homicidios por vínculo al narcotráfico, la trata de blancas y demás encabezados de los periódicos nacionales día a día dan un panorama escalofriante. Un rompecabezas de algo que está ahí: lo trágico en un país tan alegre, colorido, pintoresco, amable, festivo, que no sabemos distinguir el origen del mal. Si lo piensas, también nosotras somos una semilla de algo. Algo que inicia.