Amerigo Iannacone

(Venafro, 1950)

Presentación: Ida Di Ianni

Traducción: Carlos Vitale

amerigo-iannacone.jpgTres años después. Con el corazón frío, se diría. El dolor, lentamente atenuado por el tiempo, guía las palabras del poeta, que no se lamenta: dialoga en silencio y en el tumulto de los pensamientos se abandona a los recuerdos, imprimiendo sobre el papel los ríos de versos sucesivos a la muerte repentina de su padre, Michele, de ochenta y cinco años, ocurrida el 29 de septiembre de 1997, en la serena quietud de los olivos de Venafro.

El corazón de Amerigo Iannacone aún llora, conmovido autor de los 36 fragmentos líricos que componen La sombra del algarrobo.

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A los ochenta y cinco años

A los ochenta y cinco años
se ha vuelto un niño.
Se emociona
por cualquier pequeño gesto
por un retorno de los pensamientos
a los amigos
de otro tiempo
a las horas felices,
a los momentos más verdaderos,
a los años más negros,
por un recuerdo triste,
por una alusión,
por un silencio.
Lo conmueve una buena película
e incluso un anuncio acertado.
Como un niño
se pone melancólico
si es desatendido.
En el eterno
alterno recorrido de la edad,
círculo misterioso,
en el hijo,
y quizá en el nieto,
sueña con la figura de su padre.

(Primavera de 1997)

 

Epitafio

Siempre
estarás con nosotros
en el tiempo
cotidiana presencia
nuestro guía vigilante
nuestro ángel guardián.

(22.11.1997)

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Amerigo Iannacone

 
 

amerigo-iannacone.jpg

Tres años después. Con el corazón frío, se diría. El dolor, lentamente atenuado por el tiempo, guía las palabras del poeta, que no se lamenta: dialoga en silencio y en el tumulto de los pensamientos se abandona a los recuerdos, imprimiendo sobre el papel los ríos de versos sucesivos a la muerte repentina de su padre, Michele, de ochenta y cinco años, ocurrida el 29 de septiembre de 1997, en la serena quietud de los olivos de Venafro.

El corazón de Amerigo Iannacone aún llora, conmovido autor de los 36 fragmentos líricos que componen La sombra del algarrobo.

La sombra del algarrobo, que ha suscitado mis sinceras lágrimas, no es más que la historia del mundo. La historia de cada uno: las personas queridas ―antes o después― inevitablemente nos abandonan y el desgarramiento mismo de la pérdida, unido al indecible desconcierto que nos asalta ante una habitación vacía, un sitio libre en la mesa o la sombra de un algarrobo, que “Vanamente / se expande por el suelo”, deja día tras día espacio a una lacerante melancolía, que en Iannacone se tiñe de diversas tonalidades, tocando humanamente también aquella de la añoranza.

 

Ida Di Ianni


Amerigo Iannacone nació en Venafro (Isernia), Italia, el 17 de mayo de 1950. Es el fundador y director de la publicación mensual literaria y cultural Il Foglio Volante-La Flugfolio, editado en italiano y esperanto. Sus poemas han sido traducidos al francés, chino, griego, inglés, rumano, albanés, español, alemán y esperanto. Entre otros libros de poesía, ha publicado: Pensieri della sera (1980), Dissolvenza incrociata (1983), Eterna metamorfosi-Eterna metamorfozo (con traducción al esperanto del autor, 1987), Ruit hora (1992), Mater (1995), Ruit hora (con traducción al francés de Paul Courget, 1995), Estaciones-Stagioni (haikus, con traducción al español de Carlos Vitale, 2001) y L'ombra del carrubo -L'ombre du caroubier (con traducción al francés de Paul Courget, 2001). En 2000 ha aparecido el opúsculo Le Testimonianze di Amerigo Iannacone de Aldo Cervo.

 




 




 



 



La sombra del algarrobo
(Fragmentos)


A los ochenta y cinco años

A los ochenta y cinco años
se ha vuelto un niño.
Se emociona
por cualquier pequeño gesto
por un retorno de los pensamientos
a los amigos
de otro tiempo
a las horas felices,
a los momentos más verdaderos,
a los años más negros,
por un recuerdo triste,
por una alusión,
por un silencio.
Lo conmueve una buena película
e incluso un anuncio acertado.
Como un niño
se pone melancólico
si es desatendido.
En el eterno
alterno recorrido de la edad,
círculo misterioso,
en el hijo,
y quizá en el nieto,
sueña con la figura de su padre.

(Primavera de 1997)



Epitafio

Siempre
estarás con nosotros
en el tiempo
cotidiana presencia
nuestro guía vigilante
nuestro ángel guardián.

(22.11.1997)

 

De “Ausencia”

I

Te ha sido dispensado otro invierno
después de aquellos, gélidos, de los muros ancestrales
después de aquellos largos de la prisión
después de aquellos duros de la soledad.
Has partido
el 29 de setiembre,
aferrado al último calor
del verano que muere.

(15.12.1997)

 

II

Nosotros que nunca tuvimos
ángeles guardianes
que velaran sobre nosotros,
ahora lo tenemos.
Y añoramos
el tiempo sin
ángeles, pero con tu presencia.

(11.12.1997)

 

X

Espero
verte entrar de repente,
como cuando venías para estar
un momento con nosotros
y nosotros, absorbidos por las cosas más banales,
por los papeles
por el periódico
por la televisión,
no te prestábamos
ninguna atención.

 

XII

Y cuando vuelva la primavera
con el despertar de la vida
no será como era:
tendrá una herida.

(2.1.1998)

 

XIII

Y luego vendrá
otro verano
y ya no te veré
a la sombra del algarrobo,
no me pedirás un periódico
cualquiera
―aunque sea de ayer―,
no irás a mi biblioteca
a coger
un libro al azar,
quizá de poesía,
quizá de historia, quizá
de filosofía.
Y ya no serás
el primer lector
de mis banales escritos,
cada vez más inútiles.

(9.2.1998)

 

XVIII

Qué alboroto por la mañana
los pájaros en el algarrobo:
despiertan a toda la familia.
Pero tú que duermes en otra parte
no te despiertas.

(3.4.1998)

 

XXII

Llorabas desconsolado
en el hospital
a los ochenta y dos años
con cuatro costillas rotas
y una úlcera gástrica
iatrogénica
que desde hacía un mes
te tenía en ayunas.
Y yo que nunca te había
visto deshacerte en llanto
no supe confortarte,
no supe
ni siquiera hablarte.

(2.1.1998)

 

XXIII

Cuántos versos,
cuántos inútiles versos
en pocas semanas.
Y no escribía
más que algún hemistiquio
de vez en cuando.
Cuántos versos, cuántos versos habría querido
no escribir.

(11.2.1998)

 

XXVIII

Ya no es ausencia.
El tiempo corre
y cada vez más se advierte
inconfundible
tu presencia.

(29.5.1999)

 

XXXII

Tú eres el silencio.
El silencio que está dentro
el silencio que habla
en el aire
a quien sabe oír.

(29.5.1999)

 

XXXIV

Estás en el aire en los paseos
en los muros en el viento
en el vuelo de los pájaros
en el firmamento
en las policromadas alas
de las mariposas.
Estás en los prados de alrededor
húmedos de rocío,
en los olivos serenos
que te vieron el último día.

(25.6.1999)

 

XXXV

He visto
tu rostro
de repente.
Esta mañana
en el espejo.

(31.8.1999)


 

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