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No. 107 / Marzo 2018

Danya Villegas


Veredicto contra la madre

I
Un citatorio más.
Adentro no hay suficiente espacio para las culpables
pero la amenaza llega, con sus rejas de por medio
y no sabemos cuánto más va a durar
esta visión fotográfica velada por el blanco de la luz.
No digas que no lo sabes, que tu madre no es el monstruo
yegua abierta sediciosa,
que el hombre del cerebro enloquecido es meramente ornamental;
deja que te rompamos en dos partes para que, bifurcada, no puedas convencernos

Vi que el bolsillo del pantalón del abogado estaba roto.
El ruido de las monedas al caer al piso no me dejó concentrarme en la pregunta
pero nadie advirtió que el asfalto se cubría de piezas doradas
y nos volvimos ricas mientras nos quedamos ciegas.

II
No puedes coaccionar con la mirada, es delito imperdonable,
es muerte para el insecto que no sabe nadar.
Ya basta de cantar como si tuvieras acceso a la razón
porque eres testigo nuestra y debes ser una parvada de cuervos
sobre la mirada de quien te vio nacer.

Señor juez: recuerdo un departamento lleno de agua o gasolina,
la humedad nos llegaba hasta la cintura, carcomía las equinas.
Lo único que flotaba era un ataúd abierto boca abajo
y un ruido rojo que emitía la caja de cerillos.

Nunca pude ver los pies del animal infiel,
solo miré sus ojos de tigre, simultáneos al abismo del sol.
Siéntate aquí, te vamos a vendar los ojos.
Esta muñeca de plástico, aunque no tiene rostro, será la niña en cuestión:
vamos a ponerle un vestido de flores y una soga en el cuello.
No llores, no la vamos a colgar,
es una argucia legal para silenciar las realidades concretas.



III

Me fui del tercer piso por salud mental,
el hombrebestia siempre fue un espejo con el rostro quebrado,
la cabeza descompuesta derramando fragmentos de sombra.

La rutina era barrer los vidrios cuidadosamente,
memorizando los reflejos de aurora y de sal.
Los sobrenombres revelan omisión y censura,
no basta lanzar una palabra y esperar que se vuelva creíble.
Por eso ves negro, eres una nueva categoría para nuestro inventario
lo que digas aprieta más la soga de la niña que no es.

Me desligo. Olvidé su nombre, esa mirada agachada existe aunque no la veo
reconozco la holgura de su cinismo,
de su aliento a alcohol y naftalina a medio día tumbado en el sillón.
La respiración que trama el preludio del destierro,
el tragaluz que quiere ver a la niña estrangulada en la cabecera de su cama.

IV
Señor, usted declaró que la testigo es una puta drogadicta,
un error de la coincidencia,
una línea de choque.
La aurora del caos familiar.

Hay una niña de seis años que tiene piel y risas,
que juega a ser un animal de la sabana;
un animal herido que se oculta dentro de la boca de una ballena terrestre
para no tener que escuchar
y nadie ha podido pronunciar su nombre hasta ahora.
No a lugar.
La intención es probar que la madre es una jaula de cuchillos,
un mamífero carnicero, una bestia incapaz de criar.

La amapola venenosa me enseñó a aullar en el peligro,
fuimos manada mientras nos encajaban agujas en el vientre,
nos alimentó de su propia extremidad herida
y se enfrentó a la muerte por concederle la vida a un ovario que sería imposible.

V
La ciega está alucinada, no soporta el peso de su máscara
habla con lenguaje psicotrópico, tal como dijo el abogado, escupe ponzoña
deberá desnudar el cuero quemado por dar juicios de valor.
Como si temiera a la muerte, póngase de pie en el estrado,
será ofrenda anestesiada para la justicia.

Sobre la herida otra herida que la cubra,
desde hace tiempo me sé el peligro de memoria
y bajo este escenario del ego, soy el derrumbe que abandonó la casa.

¿Saben de dónde viene una hija?
De superposiciones del amor, hambre y sed,
de hormonas, úteros lentos, cartílagos, venas,
temperatura, matrices, fluido medular, cavidades,
vísceras y el rito de la extracción.

VI
La acusada y la testigo se declaran culpables.
No permitiremos que le enseñen a la niña
la propiedad afectiva de los dementes.
Miren, ella tiene miedo, quiere hundirse
pero no hay boca que la defienda.
Somos la justicia, señora,
por eso utilizamos su sangre a nuestro favor
Es una lástima que no se salvaron
aceptando que provienen de un animal negro.

VII

Las larvas salen de su escondite,
disfrutan el olor y la temperatura.
La importancia nula de ser la hembra, la madre, las hermanas
y recibimos de ellos una muerte renovable.
Nos acercan una bolsa de plástico con la niña ficticia,
burlándose, con un hedor psicópata en la lengua.