No. 108 / Abril 2018

Entrevista

“La poesía es un machete ético y estético”
Entrevista con Balam Rodrigo


David Anuar


Balam Rodrigo visita Mérida en el marco de la FILEY 2018, donde impartió durante tres días un taller de poesía y presentó dos de sus libros últimos: Colibrije, obra merecedora del premio José Emilio Pacheco 2016, y Marabunta, Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2017. Balam, poeta chiapaneco nacido en Villa de Comaltitlán, es autor de una veintena de libros de poesía, y su más reciente galardón es el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018 por su obra Libro centroamericano de los muertos.
 
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Recientemente, Armando Salgado te hizo una excelente entrevista que fue publicada el 12 de marzo en La Gualdra (suplemento cultural de La Jornada de Zacatecas) en el número 330. Trataré, en lo posible, de explorar otros meandros, a la vez que haré referencia a esa entrevista para profundizar o retomar algunas de tus palabras. Bueno, Balam, como poetas conocemos la importancia del nombrar, en este sentido, tu nombre no es “común”, ¿qué me puedes decir al respecto, hay alguna historia detrás de él?

Hay una historia muy particular. Mi nombre tiene que ver, además de que tuve una bisabuela maya, con el hecho de que mi padre y mi madre fueron lectores, de pocos libros –me aclara–, y entre esos pocos estaba el Popol Vuh. Mi padre decidió ponerme entonces Balam por el primer hombre de maíz, Balam Quitzé. De hecho, ese iba a ser mi nombre. Es un nombre maya, muy del sur, muy centroamericano también, hay que recordar que la influencia de la cultura maya no es solo en la península, sino que va desde Chiapas hasta Honduras. Lo curioso está en que mi madre dijo “momento, por qué se va a llamar Balam Quitzé, si yo también quiero colaborar con uno de los nombres de este chamaco.” Entonces, mi madre, ella me dijo así, que desde niña, en tercero o cuarto de primaria, leyó el Poema del Mío Cid, y se enamoró del Cid campeador, Rodrigo Díaz de Vivar. Ella entonces se prometió que cuando tuviese a su primer hijo varón le iba a poner de nombre Rodrigo. Mis dos nombres propios y que utilizo como escritor, están marcados por lo literario. Entre las confusiones que ha generado mi nombre, además de que soy creyente cristiano evangélico, es que algunos hermanos me decían Balaam, como el de la Biblia, y pues yo les decía que no soy de Beor ni hablo como burro, entonces mi nombre no es hebreo, ni arameo o sumerio, es maya. Lo otro es que muchos me dicen Rodrigo Balam, porque piensan que es mi apellido, sobre todo porque aquí en la península es un apellido común, pero no, es mi nombre. Esa es la historia, no puedo decir que estuviese marcado o signado para la escritura, pero sí al menos acuerpado por un nombre literario.


Recuerdo que en algunas charlas anteriores que hemos tenido, me has contado que te dedicas a la escritura de tiempo completo. ¿Cómo le haces?

Creérsela y proponérsela. Soy un hombre de fe. Recuerdo que cuando comencé esto decidí dejar la academia por un lado, y tampoco seguir una carrera de orden religioso, un pastorado. Me dije, “si he podido vivir o sobrevivir con los otros oficios que he ejercido, por qué no habría de ser la escritura uno de esos oficios.” Me propuse hacerlo de una manera disciplinada y que muchas de las cosas que yo hiciera como trabajo estuvieran relacionadas con la escritura. Trabajo como loco todo el tiempo y me estoy inventando cosas, imparto talleres, hago corrección de estilo… Otra cosa que ha sucedido es que mis libros han tenido la bendición de recibir premios y eso me ha dado dinero que me permite comprar tiempo para prolongar este sueño. Pero eso sí, no me quedo en la hamaca de los premios ni a ser mecido por los vientos de la fama, porque me parecen accesorios e inútiles. Siempre me estoy reinventando. Mi último libro es el que no he escrito y el que voy a escribir, y son varios y no solo de un género. Entonces siempre estoy buscando la manera de sobrevivir y mantener a mi familia a través de este oficio que, además, me parece muy noble, aunque es muy complicado desde la poesía. Ahora, por ejemplo, tuve mi reingreso al Sistema Nacional de Creadores, que es una manera de vivir decorosamente. Hay que reconocer que entre las obligaciones del Estado está el dar apoyos a la cultura. El gobierno no me mantiene y menos me da nada, simplemente yo apelo al derecho que tengo de participar y en caso de ser seleccionado, pues cumplir ética y cabalmente. Lo que a veces sucede es que el mismo creador le exige a los políticos y él mismo no se ve en el espejo, pues no cumple con lo que promete, entonces está peor que un político, pues se supone que somos parte de esa aparente conciencia, la intelectualidad y el pensamiento crítico, y a veces eso no sucede.


Sabemos que todo oficio requiere de pericia técnica, de tiempo, de disciplina, ¿cómo es tu proceso de escritura?, ¿cómo da a luz Balam Rodrigo a sus libros?

Van surgiendo ideas de libros que quiero escribir, que no he podido escribir y otros que voy escribiendo poco a poco. En promedio, una idea, si podemos ponerle números, puede durar 1 ó 2 años para que se geste, y hasta 10 años para que madure y logre escribirla. Soy muy obsesivo con el trabajo. Voy trabajando entre 4 ó 5 ideas de libros a la vez, que no siempre terminan o culminan, pero de esas al menos 3 las voy trabajando mentalmente. Leo, investigo sobre los temas, releo autores, y por disparatado que suene, escribo todo a mano, hago notas en libretas y voy dándole forma al libro. Me ha sucedido, por ejemplo, con Braille para sordos [2013], que fue uno de los primeros libros que yo quise escribir combinando fotografía y poesía, pero cuando tuve la idea no tenía los arrestos técnicos ni creativos para lograrlo, no era el momento. Después, cuando sentí e intuí que era el momento tras haber visto arte y documentarme y tener notas y todo un bagaje interno, me llegó un golpe obsesivo de trabajo y el libro salió en menos 10 días, trabajando día y noche. Así es como trabajo, cuando llega el momento necesito, debo escribirlo, me pongo a trabajar y a veces no duermo durante 3 o 4 días. En los últimos libros que he escrito de ese modo están Braille para sordos, y el Libro centroamericano de los muertos [2018], lo hice en 9 días, pero estuve como dos semanas sin casi dormir, muy malhumorado con la familia, y eso sí, fue el primer libro que pude escribir con el ruido de mis hijos jugando por todos lados. Muchos necesitan como cierta música y esos clichés, la verdad es que todo lo hago en mi ámbito familiar o doméstico, escribo en la casa, en la mesa, cuando estoy comiendo, o en el estudio. Ahora estoy trabajando 5 libros que estoy pergeñando, dos de ensayo a la par que estoy reescribiendo otros 3. Eso sí, yo creo que he escrito libros muy malos y decido publicarlos, porque tengo el descaro de hacerlo, pero me sirven para saber lo que ya no quiero hacer o para darle un punto final y cerrar un capítulo creativo.


Recuerdo que Jaime Sabines decía que antes de ser poetas había que aprender a ser humanos, en este sentido, ¿cuáles son los otros oficios que han forjado ese lado humano de Balam Rodrigo?

Hace unos años una escritora de Polonia me pidió algunos poemas para traducirlos con sus alumnos. Entre las cosas que me preguntaba, le interesaba saber qué oficios había ejercido. Hice un listado muy grande y ahí pude darme cuenta de todos los oficios que había tenido. El primero, y que ejercía con mi padre, fue el de vendedor ambulante, comerciante callejero, de ambos lados de la frontera. Ese oficio me gusta mucho, siempre he sido comerciante de un modo u otro. También trabajé haciendo censo en el llamado Tortibono de la CONASUPO, iba por las colonias repartiendo tarjetas y censando. Fui escribano de un militar en San Cristóbal, gracias a un tío que tenía muy mala ortografía y me pidió que yo lo sustituyera. Con mi familia tuvimos una fonda, ahí fui mesero y tortero. En la calle, junto a mis hermanos, vendíamos pollo, fruta, coco, galletas en paquetitos. En la Ciudad de México ejercí muchos más oficios, seguí vendiendo en la calle, fui pintor de brocha gorda en las casas, velador, lavaplatos, cocinero de mariscos, y aprovechando los constantes viajes a Chiapas, llevábamos y vendíamos ropa de segunda, americana. También en la Ciudad de México vendí queso, café, artesanías, lupas y libros en la Facultad de Ciencias. Trabajé en un programa de televisión como asesor, fui colector científico, profesor universitario en la UNAM, y también en preparatoria y secundaria. Otra cosa que hice fue contestar teléfonos en los programas de televisión, igual en telefonía. Fui jugador profesional de futbol en Chiapas y en Pumas. También fui predicador. Ahora he estado metido en otros oficios como revisor técnico de libros, editor, cuidador de colecciones de poesía, tallerista. Y seguro se me escapan algunos oficios, pero mira que no tendría empacho en ejercerlos de nuevo, ahora hasta vendo mis libros de poesía, a veces, cuando se deja.



Ahora hablabas un poco sobre la frontera y tus experiencias como comerciante desde niño. Sabemos que la poesía es un fenómeno universal, pero al mismo tiempo localizado geográfica y temporalmente, al leer tu obra me ha parecido percibir un posicionamiento, un lugar de escritura muy propio, ¿desde dónde escribe Balam Rodrigo?

Cuando yo comencé a escribir poesía se debió a una necesidad de saber cuál era mi lugar en el mundo en términos identitarios. Me di cuenta de que los chiapanecos, no porque seamos especiales ni mucho menos, pertenecíamos a otra latitud dentro de ese cliché que es la mexicanidad. Me di cuenta que no era mexicano como los otros del centro o el norte del país. Y gracias a mi padre, que fue un gran centroamericano porque fue un gran chiapaneco, adquirí conciencia de eso, porque él nos platicaba cómo fue discriminado cuando era niño en la Ciudad de México por ser del sur. Eso me hizo darme cuenta cuál era mi lugar identitario en el mundo. Entonces, me dije, tengo que encontrar un modo, una manera de reivindicar mi centroamericaneidad, mi sureñidad y mi ser como chiapaneco. Eso lo encontré en la escritura. Particularmente en la poesía, porque ahí encontré la libertad de poder escribir muy cercano a la forma de hablar del Soconusco, y de transformar esa forma de ser y de vivir en un estado de conciencia poético, escritural y proyectarlo en la página. Cuál fue mi sorpresa… que algunas de las primeras personas que leyeron mis textos, incluidos algunos jurados, pensaron que yo tenía una influencia neobarrosa de Sudamérica, pero no, en realidad estaba reflejando las formas del habla del Soconusco. Todo ese bagaje que yo adquirí en la niñez, esas experiencias fronterizas, esos límites creados, me han permitido ahora posicionar, como decís, una geopoética en términos de lenguaje. Y la globalización ha venido a exacerbar los ánimos locales, lo que ahora se ha llamado la glocalidad. Yo me di cuenta de que podía sacar mucho más de la escritura si yo lo hacía tal como yo era cuando hablaba, para ser honesto y consecuente conmigo mismo. Y esto no para verlo como algo regional o provinciano, la idea era sacarlo de ahí y atender a lo universal, entonces eso me llevó a los estados de conciencia de lenguaje fronterizo, para lograr un maridaje en términos poéticos. Cada vez más, mi escritura, al menos en la trilogía de libros reciente que estoy acabando de escribir [Marabunta, Libro centroamericano de los muertos y un libro de ensayo que está en proceso de escritura], también hay un posicionamiento ético, si primero yo estaba tan metido en el logismo y en reflejar ese estado del lenguaje, después quise reflejar ese estado de inconformidad y manifestar mi queja, mi pesadumbre, mi decepción ante la infamia, ante la injusticia social, pero que primero fuese poesía, literatura. Y bueno, ahí están esos libros de carácter testimonial y documental que creo yo tan necesarios.


Este posicionamiento geopoético, en un primer momento estético, también te ha llevado a un posicionamiento ético, frente a algo que le decías a Armando Salgado en una entrevista reciente, que te había tocado hacer poesía con las sílabas del horror, haciendo referencia a tu trilogía centroamericana. Sin embargo, también me parece que en tu poesía es posible identificar otras sílabas como el silencio o Dios como en Iceberg negro [2015] o Colibrije [2016]. A tu parecer, ¿qué otras sílabas hay en la poesía de Balam Rodrigo, y si es posible establecer etapas en ese silabario?

Sí. Podría agregar algunas sílabas. Primero la de una erótica vegetal, que es posible advertir en mis primeros libros y su relación con el fasto vegetal. El paisaje y los escenarios naturales de Chiapas, los ríos, la selva, la ceiba, los sabinos. Además, estudié bilogía y me enfoqué en botánica, lo cual amplió mi horizonte, al darme una visión científica del mundo natural. Otra sílaba es el mar, que tiene todas mis admiraciones y que encierra muchas interrogantes. Como soconusquense, además nos llaman costeños o mareños, hay una forma de ver el mundo desde el mar. Hay muchas sílabas de mar, muchas sílabas de arena en mi poesía, desde Poemas de mar amaranto [2005] hasta la reunión de buena parte de mi poesía sobre este tema que es Libro de sal [2013]. En los intersticios de todos mis libros aparece mi vinculo personal con Dios, el Dios del cristianismo, con Jehová, cuya culminación aparece en Iceberg negro [2015], que es un libro de un atribulado deslumbramiento de mi relación con Dios y también una lucha feroz porque dejé la ciencia por un lado, pero también el trabajo teológico, pastoral. En ese libro escribí sobre esas tribulaciones, y sobre todo ese silencio, que siendo de un lugar tropical, Iceberg negro es una interrogación muy nórdica, del hombre frente a la página en blanco, ese congelamiento, el hombre frente a un iceberg, un témpano, uno puede ver a Dios, ahí, en la inmensidad. Y el silencio como esa blancura permanente, esa inédita página de Dios tan gigante. Otras sílabas son la exploración de la fotografía y el arte plástico. Por ejemplo, en la tercera parte de Libelo de varia necrología [2008], en Braille para sordos [2013], o en Sobras reunidas [2016]. He tratado de ir cambiando y de responder a muchas preguntas con otras interrogantes. Estas son varias de las maneras o derroteros en los que me he metido.


Quizá yo agregaría una sílaba más a tu silabario. Me parece que en Sobras reunidas [2016] hay unas sílabas de un Balam que deseamos ver más, un Balam irónico, mordaz, que muerde a los poetas. Pasemos a otras cosas, recientemente, en una entrevista que te hizo Elio Enríquez para un diario de Chiapas, te preguntaba qué era para ti la poesía, y respondiste que un “machetazo de maravilla”, ¿qué es la poesía para Balam Rodrigo?

Para mí la poesía es un machete ético y estético, necesario para decapitar la estupidez, la infamia, la cabeza anestesiada de la banalidad, de la escritura sentimentaloide. Creo que aquellos poetas que somos del sur de México y de Centroamérica tenemos un vínculo muy orgánico con el machete. Yo de niño y aún hasta hace poco así limpiaba el patio. El machete para nosotros, no creo yo que estemos hechos de pluma y espada, eso se me haría muy burgués y occidental, sino de machete y maleza. Me atrevo a decir que mucho del ritmo de la poesía centroamericana y del sur de México se debe al ritmo con el que se limpia usando el machete, ese taaaz, taaaz, en el monte, en la selva, uno puede escuchar ese sonido rítmico y armónico. Muchos de los poetas centroamericanos y del sur de México, que técnicamente podrían acusarse de imperfección, tenemos ese ritmo. Con el machete desbrozamos la selva, limpiamos el lugar donde vamos a pasar un rato en el campo, para iniciar una guerrilla, para pelear, para defendernos, pero también le sacamos punta a nuestro lápiz. Yo intento, en mucho, que mi poesía sea un machetazo con la lengua, la lengua como un machete de dos filos que pueda decapitar la anestesiada estupidez. También un poco pretendo cambiar la figura del machete cargada de violencia por este otro machete poético para desbrozar la maleza de la injusticia y de ahí creo yo mucho de la poesía testimonial o social que me he propuesto escribir últimamente. Y entre esas se encuentra la poesía de Sobras reunidas, ahí están los machetazos que intento asestarle al mundillo literario de los poetas que me parece tan banal, tan aburrido, tan megalómano, ¿no? Entonces lo que me gustaría hacer con esa fauna nociva es desbrozarla un poco, sobre todo los que tienen esas maneras tan reprobables de actuar frente a los demás, desde el aparente poder, casi como dictadores, que les hace sentir una superioridad intelectual frente a la persona común y corriente. Para ellos sí levanto mi machete más ácido por la vía del humor, la coloquialidad, la ironía del sur y Centroamérica.


Hemos hablado de la maravilla que intentas usar para despertar a los adormilados, para iluminar conciencias, pero también creo que podemos hablar de otro tipo de maravilla. Creo que frente a la banalidad de nuestro mundo contemporáneo, un elemento sustancial y consustancial de la poesía debe ser, precisamente, la maravilla. ¿Cuándo nació en Balam la maravilla de la poesía?, ¿cómo fue tu primer contacto con ella?

Le debo mucho a las historias que me contaba mi padre. Él era un gran conversador. El vendía en la calle desde los 4 años, y entonces él iba recogiendo historias. Una de las cosas que yo recuerdo de mi más profunda infancia es él contándonos historias de mi abuelo, de espantos, de mitos, de leyendas del pueblo de Chiapas. Él inventaba cuentos e historias, era una forma de educarnos. La oralidad en la gente del sur es primordial. En mi familia es tan importante lo que vivimos como lo que soñamos, entonces cuando nos vemos platicamos sí de la vida cotidiana pero sobre todo de lo que soñamos. Platicar de los sueños es una cosa que siempre me maravilló, el lenguaje encantatorio que tienen, lo que Octavio Paz dice, la poesía debe cantar y contar. Luego, con el tiempo, otra de las vías de maravilla que encontré fue la lectura de la Biblia, sus historias y poesía profunda. Sumando a lo anterior, en mi pueblo hay una danza de los moros y los cristianos, los chavaricos, y que son danzas verbales. El Cantar de Roldán y los Doce pares de Francia son romances en octosílabos cantados por los danzantes. Ahí estaba escuchando yo poesía en estado primigenio, ahí comencé a educar la musicalidad del oído. También de niño me enfermaba mucho y entonces me la pasaba leyendo, mis padres me incentivaron, y aunque no había muchos libros en mi casa, ellos me compraron la Enciclopedia de Readers Digest, y yo me la leí toda, como cinco veces, ahí un poco inició mi encantamiento por el lenguaje. Pero yo creo que todo comenzó con la oralidad, las leyendas, los cuentos, y también escuchar las oraciones, los ensalmos, los rezos, aunque yo no soy católico, pues íbamos a velorios, a los rezos, salíamos a pedir conserva en el día de muertos.


Sin lectores no hay literatura, y sin quien escuche no hay oralidad. Digo, uno mismo puede ser su propia escucha o lector. Entonces, para cerrar esta charla, yo quisiera que me contaras la experiencia o anécdota más entrañable con uno de tus lectores.

Hay varias, pero la que quiero contar es la del poeta José Luis Amparo, que es nayarita y escribe una poesía lírica muy poderosa. Él dejó mucho tiempo de escribir. Cuando lo conocí me platicó lo que ahora voy a relatar. Él es médico, se casó, y a su esposa no le gustaba mucho la poesía ni los poetas. Un poco lo obligó a dejar ese mundo. Después de que sus hijos se fueron a la universidad y terminó de criarlos, se divorció, y se fue a poner un dispensario médico a Sonora, por ciudad Obregón en un lugar llamado Cócorit. Ahí conoció a una muchacha joven, se enamoró de ella, y ese cambio hizo que volviera a escribir. Pero él me dijo “mira algo que me ayudó a decidirme a escribir y a volver a participar en concursos, es que una vez yo me encontré en internet un libro tuyo que se llama Silencia [2007]”. Pero como él no sabía cómo imprimirlo o no quería, escribió todo el libro a mano en una libreta, lo recreó. Y me contó que ese libro lo ayudó a despertar después de tantos años, y lo influyó mucho para meterse de nuevo en la poesía. Saber que alguien recreó a mano un libro mío fue muy conmovedor. Uno nunca se imagina lo que sucede con un libro…


13 de marzo de 2018, Mérida, Yucatán

 

Reseña a Colibrije de Balam Rodrigo, por David Anuar