No. 108 / Abril 2018
Correo sentimental

Hacer lo que se dice


Mercedes Álvarez

Estuve de viaje en los Estados Unidos, y cuando volví leí tu carta donde me hablas, de alguna forma, de eso. Donde mencionas la violencia y los malls, y a esta poeta que nació con un lenguaje. ¿Se lo dio su nombre? No sabemos. Mi amigo a quien fui a visitar es de Tijuana y emigró hace años.

Me hablas de tu cuerpo que no hace nada, a veces, y yo pienso en qué es verdaderamente la libertad. Porque hay días en que me invade un delirio de amor por la humanidad y de esperanza en la vida —esta vida hecha de lecturas, de escritura, construida toda ella alrededor de mi única religión, que es la literatura—, y otras veces pienso que estoy perdida, que me perdí para la vida, que a pesar de todo no es posible lidiar con la muerte. Con la idea de la muerte, la propia y la ajena, con la muerte violenta instalada en forma de asesinato, por ejemplo. Con los machetes de los que habla Xel-Ha López.

Hace poco vi en youtube una entrevista a Marguerite Yourcenar. Hablaba de un texto tántrico de Cachemira, y de cómo podían ocuparse sus máximas para la tarea del escritor. Entonces, decía, el escritor debe estar atento todo el tiempo, debe prestar una atención casi de médico a su propio cuerpo, a su propia emoción. Se debe poder fijar la atención, sin saltar de un tema a otro, como hacemos ahora todo el tiempo, como nos ocurre sin que podamos evitarlo y a veces sin que nos demos cuenta. Me dices que observas por la ventana de tu casa, la lluvia, por ejemplo, y a los obreros, y que ese acto mínimo requiere toda tu atención. El acto más grande de libertad, intuyo, es solo observar. Suspender el pensamiento que es ya una opinión, como dice también Yourcenar en esa entrevista, y aceptar.

En la película El río, de Jean Renoir, un soldado sin pierna habla con una chica india, que tiene un padre inglés. Él le dice: “Lo mío fue una guerra”. Y ella le dice: “Yo también pensé que había librado una guerra, pero era apenas una pelea”. Peleamos demasiado contra lo inevitable. No sabemos aceptar. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar?

Así nos ocurre con el sexo y con el amor, también. Por eso escribimos ese libro, Olvidar a nadie. Creo que queríamos entender, pero también aprender a aceptar. Tomar de cada amante lo mejor que pudo darnos. Una manera de estar en el mundo.

Entonces, hace poco, me prestaron un libro de poemas. Fue mientras corregíamos por última vez Olvidar a nadie. La autora es española, de Ourense, y se llama Miriam Reyes. El libro se llama Haz lo que te digo. Miriam Reyes piensa el cuerpo, como nosotras. Y piensa el amor, el entre dos. Dice, por ejemplo, esto:

NO es aconsejable depositar toda esperanza en otro cuerpo
pero sucede y para entenderlo
habría que empezar por aislar
el proceso de la circunstancia
y observar con atención
las pequeñas transformaciones
en el significado de la palabra amor.

En tanto que sólidos
tenemos la naturaleza empecinada
de las cosas fáciles de encerrar.
Mira si no los zoológicos
las colecciones de entomología
los cubitos de ámbar.
No hay manera de filtrarse o de colarse
por una rendija como el agua o el aire.

De extenderse hacia ti mis brazos
se han convertido en un tendido eléctrico:
entre tú y yo descansan los pájaros
juegan las tormentas
se encienden las ciudades.

Contra toda recomendación
se diría.

Dijiste una vez: “el cuerpo no es campo de batalla sino páramo abandonado”. Yo creo que Miriam Reyes dice lo uno y lo otro, y tambien, que se puede ser páramo abandonado con otro al lado:

Lo que no nos hacemos se apila
en los rincones de una montaña
de cajas que guardan lo que se tuvo
y ahora ya solo se puede precintar.

Haz lo que te digo te deja en un terreno entre la duda y el deslumbramiento. Porque nada de lo que Reyes dice se puede asir, ni ella quiere. No hay verdades. Su pensamiento no se fija. No hay una sola sentencia. Solo lo móvil del encuentro de dos cuerpos, mutación permamente de posiciones, de afectos, de sentimientos.

ADÓNDE mirar
dónde la piel y dónde la palabra
la carne la sangre y el espejo

o la diferencia.

Por la mañana la gente en la calle
parece seguir su propia dirección.

Es melancólico este libro, pero no es desesperanzado. Es un libro para nosotras, ahora. Porque es un libro del ahora total. De aceptar el presente cada día. Y es este presente del que me hablas, el del cuerpo mirando por la ventana, y el de las muertes y la violencia, y el de la alegría, y el de la esperanza también. Porque somos producto del azar, ¿sabes? Como dice Miriam Reyes en uno de sus poemas: “ni te encontré ni te estaba esperando / por ejemplo yo y tú / ni tenía que ser ni no ser.”