No. 108 / Abril 2018
Leer un poema...


La playa y la piscina de Roger Santiváñez


Carmen Villoro

 

Dos acontecimientos a finales del año pasado, 2017, me acercaron a la poesía de Roger Santiváñez, poeta peruano nacido en 1956. El primero fue la bella publicación de dos de sus poemarios, Balara y Asgard & otros poemas en un solo libro en la editorial Dharma, joven y propositiva como sus editores, Nicolás Cuéllar Camarena y Raúl Aguayo. El segundo acontecimiento fue haberlo conocido en forma personal en el Encuentro de Poetas del Mundo Latino, en Morelia, Michoacán, en donde me cautivó la dulzura de su trato que dejaba ver en el fondo una complejidad inquietante. Su poesía tiene esta misma personalidad enigmática y serena, no exenta de intensidad contenida, me parece, por lo menos en los poemarios de los que voy a hablar.

Lo primero que me salta a la vista, antes de entrar en el terreno de la sonoridad, es esta suerte de equilibrio de la materia, este DOS que ejerce un contrapunto: dos poemarios, el envés y el derecho, el reflejo invertido en el estanque. No es el primer libro que conozco que recurre a la publicación de dos textos en un solo libro de dos portadas, pero en la poesía de Roger tiene un significado particular ya que replica una poética. El diseño muestra esta especularidad que sin embargo mantiene un sentido de diferenciación en el continuo A (Asgard & otros poemas) y B (Balara).

El orden y el desorden dialogan en la forma que Santiváñez ha elegido para expresar su singularidad poética (“La singularité este subversive” escribió Edmond Jabés según lo cita Santiváñez a manera de epígrafe, anunciando en la primera página su intención). Poemas los del peruano estructurados en estrofas de tres o cuatro versos de un largo regular mas no de la misma idéntica medida dan un cuerpo al poema, piel y huesos, músculos y articulaciones que le permitan andar y engañan al lector que cree que está ante un poeta clásico. Pero en cuanto este lector confiado aborda la lectura se da cuenta que este cuerpo que parecía inofensivo está habitado por un alma indómita que, si bien no se desborda, deja saber su incontrolada libertad en la sintaxis, arbitraria y fascinante del inconsciente. ¿Inconsciente del autor o inconsciente del lenguaje? Me gusta pensar en una autonomía de las palabras que en su desorden construyen un nuevo orden y significancia, más que significación, porque es viva y cambiante. 

Frecuencia rítmica césped enarbola

dice el autor en este verso del apartado 3 del poema llamado “Santidad”. Verso disparador de los siguientes que van cayendo como en un oleaje, construyendo una pauta tan asombrosa como las que funda y refunda la naturaleza. No es casual que el mar sea una imagen que se presenta con insistencia en la poesía de Roger Santiváñez. Esta repetición numérica que establece un patrón y que remite a lo Sagrado con mayúscula, como tituló el poeta a su poesía reunida.

Cuenta el autor cómo en su camino creativo pasó del conversacionalismo a estas formas neobarrocas. Señala como punto de transición su libro Symbol, en el que la asociación libre, o mejor dicho el delirio libremente asociado, esa locura iluminada, dictaron el formato y contenido de esa pieza literario-musical. No conozco esa obra, pero, en esta otra que analizo, encuentro resonancias de esa intención de entrega a los designios del lenguaje. “Haz de mí este poema. Haz el poema”, parece clamar el poeta a las figuraciones espontáneas del espíritu. Y entonces el poema habla o canta en una lengua que nadie y todos entendemos.

Sin embargo, hay un trabajo artesanal en el tejido de este sueño. El autor va engarzando los versos y construyendo un paisaje que, si es abstracto, alcanza en su interior una composición armónica, una belleza, su arte.

Transcribo a continuación un poema que otra vez es dos. La primera parte del mismo se llama “La forma de la playa”; la segunda tiene el título “La forma de la piscina”; el poema en su conjunto lleva por nombre “Dos Ars Poética”. Elegí este poema en dos porque ilustra esta conversación fragmentaria y simbiótica y muestra la postura literaria de su autor:

Dos Ars Poética

1

La forma de la playa

Este es el reino de la pureza
Del aire & de la luz en el brillo
De las crestas por las ondas re

Cogidas en su espuma desplegada Con dúctil sutileza transparencia
Acuática sobre la arena perfectamente

Fina tersa sin mácula alguna traza La alfombra fúlgida que el sol de
Clina hacia el nocturno afán tan estre

Llado cual destello de ahora en la
Pleamar distante salino fragante
Tubo redivivo que enhebra mi canción

2

La forma de la piscina

Las aguas de la piscina en calma
Dulzura del viento entre los cipreses
Cristales celestes yace la grama

Al borde memoria de los desiertos
Azules de la infancia delicados como
Dunas de mujer nubes para el

Ocaso móviles plomo oscuro en
La melodía del atardecer hiende
Fresca los vacíos extinguidos &

Esa luz que nos dejó difusa es el
Laurel que en tu suave fantasía
Se reclina huyendo del deseo

Porque la concha del cielo se posó
En las inquietas aguas & la
Soña voló con su plumaje irresistible

En el segundo verso aparece la letra et en su forma conocida &. Este signo, que viene del latín y es muy utilizado en la publicidad norteamericana, es una conjunción copulativa que Santiváñez usa como un sello personal. Se apropió de él, lo hizo suyo porque en su poesía siempre hay dos que se están reuniendo o separando: la forma y el contenido; el cuerpo y el espíritu; una palabra de un universo semántico con otra palabra de otro universo semántico; lo interior y lo exterior; lo consciente y lo inconsciente; el pasado y el presente; la tradición y la vanguardia.

En el tercer verso, final de la primera estrofa, recogemos un “re” que es un resto que cae, pero que es una palabra en sí, una nota musical, y un prefijo de la palabra “Cogidas” que da inicio al cuarto verso, formando así este tejido de ida y vuelta, este telar que evoca otros tejidos, lo entrañable.

Cogidas en su espuma desplegada

Lleva en sus extremos esta contradicción de lo que puede contenerse y extenderse en una sola acción, como la música o el sueño, como el agua.

Fina tersa sin mácula alguna traza

reza el primer verso de la tercera estrofa que logra el cometido con la purga de signos de puntuación, limpieza que hace coincidir forma y contenido.

Las elles onomatopéyicas destellan en el primer verso de la cuarta estrofa que termina en un “la” músical, aunque pronombre de “Pleamar”, palabra con la que inicia el siguiente verso.

Pureza, aire, luz, espuma, transparencia, son una búsqueda constante en esta escritura en la que el poeta “enhebra”, así lo dice en el último verso de “La forma de la playa”, las palabras que en algún momento Balara.

En “La forma de la piscina” los encabalgamientos son más convencionales, es un poema más recto y menos curvo, las imágenes reposan tranquilas.

La playa es el escenario natural, la salvaje y divina orilla en que entendemos la supremacía de otro orden del que no tenemos dominio ni control. La piscina es, en cambio, la construcción de un continente artificial para guardar lo informe. Ilusión de la fantasía es ese Asgard imaginario, la leyenda del hombre, su civilización.

Playa y piscina, movimiento y quietud son la dicotomía en la que se mueve y se aquieta esta poesía de hondura, esta liquidez que se contiene en su ebriedad. La inmersión es inevitable.